lunes, 16 de noviembre de 2015

Nosotros los Pereira

Clara me ha traído un ejemplar de un cuento que  sobre su vida y la de su familia ha escrito una estudiante de periodismo. Convenimos en que ahora yo haría un cuento de ese cuento; algo así como un refrito con las cosas que le ha contado a una desconocida y las historias que servidora sabe de la protagonista de Sueños de Trapo y su familia, los Pereira Prado.

Son los mismos que se han criado en una gran casa de piedra que pueden divisarse desde casi todos los puntos de nuestra aldea; uno de esos hogares que huelen a leña de hogar, a flores frescas, a piedras con soleras; uno esos refugios con alma de los que os hablo tantas veces.

Doce hijos que tuvieron Agustina y Serafín han dado para que las ramas de ese árbol se hayan extendido  y multiplicado en numerosas historias que ahora continúan  fraguando nietos y bisnietos; todos ellos cosmopolitas ya, que acuden de temporada en temporada a beber en las raíces que el caserón de El Infiestu sigue manteniendo intactas. 

Todo empezó cuando la matriarca del clan comenzó a enseñar las letras a un minero portugués, que apenas había tenido tiempo de ir a las escuela, como una gran mayoría de los niños de finales del siglo XIX. Así fueron naciendo hijos e hijas que se criaron en un ambiente  religioso, no en vano tuvieron un tío ilustre  -el Padre Juan Padro- que se trató de tu a tú con el mismísimo Papa Jan XXIII y que fue uno de los teólogos más destacados de su tiempo, asimismo fundador de la actual biblioteca de Soto de Agues que lleva su nombre Pero la mentalidad conservadora de la familia nunca fue obstáculo para que en El Infiestu siempre hubiese un ambiente de solidaridad y comprensión para cualquier vecino que lo necesitase; un gen de la buena gente que continúa a través de sus herederos.

Cuando las chicas comenzaron a ponerse pantalones, las nietas de Rosaura Prado -madre de Agustina- se vestían a escondidas aquella prenda revolucionaria para las féminas, muy a disgusto de su abuela, todavía mujer de rosario y mantilla en las fiestas de guardar. Por otro lado, en Cuaresma, hacían escapadas al baile, aún en contra de las prohibiciones católicas tan arraigadas en el clan, por aquello de la rebeldía adolescente, y de las ideas que iban cambiando con los tiempos.  

Clara, la quinta después de una chica -Rosa María, que también fue madre de hermanos, hijos y algunos allegados-  y tres chicos, nació cuando las canciones de Concha Piqué salían por el único gramófono que había en el pueblo; mientras sus gentes tarareaban Tatuaje, a la par que tendían en los corredores, escogían el maíz por los minifundios de la Asturias rural o cuidaban el ganado. No era impedimento para los instantes alegres la hambruna de la posguerra,que  hacía estragos en la década de los 40, en un país dividido y atemorizado. Para paliar el hambre de sus hijos, Serafín les aprendió,entre otras cosas, a recolectar setas; un lujo ahora, y que por aquellos años era alimento casi prohibido para los lugareños, que miraban con asombro cómo el portugués era todo un avanzado en ciertas costumbres culinarias.

Como en todas las casas hubo enfermedades, tragedias -algunas de ellas muy recientes-, y un deseo común de una vida mejor porque, por muy feliz que haya sido el ambiente familiar, la escasez y la falta de comodidades era la nota común en las familias de tantos miembros. De ahí que, unos tras otros, y unos con la ayuda de los otros fueron emigrando España adentro, con la inmensa ayuda del "tío Juan", que amaba profundamente a su madre y hermana, de las que nunca se desvinculó, y cuyo cario siguió proyectando en su sobrinos mientras vivió.Yo lo recuerdo como el hombre de la sotana negra y unas grandes cejas arqueadas que visitaba a mi abuelo materno cuando regresaba al lugar donde nació, y del que partió la mayor parte de la familia Pereira para cumplir sus sueños.  Casualidades del azar, en el corazón de las paredes que vieron nacer a los hijos de Agustina y Serafín, años después el gran Campanela rodaría alguna escena de "Vientos de Agua", una película basada en las vivencias de otra familia, los Olaya (protagonizada por Héctor y Ernesto Alterio y Eduardo Blanco), emigrantes que hicieron un viaje de ida y vuelta, obligados por las circunstancias políticas y económicas de la Asturias de hace más de setenta años.

Clara cumplió su primer sueño cuando, siendo niña, los Reyes Magos, le trajeron una muñeca de trapo; después de desearlo mucho. Pero también llevó siendo niña la primera frustración: sus hermanos mayores rasgaron el vientre de la muñeca para comprobar que tenía dentro; travesura que aún pervive en los niños de hoy por aquello de la curiosidad. Desde entonces,  la segunda chica de los Pereira comenzó a comprender que la vida te da una de cal y otra de arena, y que frustrarse no la llevaría nunca a conseguir aquellos lujos que anhelaba de otras familias más pudientes para las que, sin embargo, el destino también tenía sus jugarretas.

La muerte del patriarca por la silicosis, la enfermedad de los mineros,  fue otra de las grandes penas que fueron acaeciendo en la familia del  caserón de piedra, junto con la alegría de ver crecer bellos e inteligentes a sus hermanos y hermanas, cada uno de los cuáles comenzaba a volar con sus propias alas, y en ese vuelo también estuvo Clara, que fundó en Madrid otro hogar igual de acogedor que la casa de la aldea, con su correspondiente marido, sus tres hijos y demás.

Muchas décadas después Clara nos visita a menudo conduciendo su propio coche, y con una vitalidad propia de las mujeres que se forjaron a medio camino entre unas raíces entrañables pero de escasez  y las posibilidades que da vivir en un mundo totalmente distinto al que un día dejó atrás; fue ese nuevo universo el que le brindó la posibilidad de poder comprarles buenos juguetes a sus nietos y una parcela cercana al huerto que en su día su padre no pudo comprar.

Internet también ha llegado a la casa de El Infiestu, y gracias a la Red de Redes, el mundo puede conocer algo más de la historia de una gran familia, cuya chimenea, al este de la aldea,  todavía alegra  los días de invierno y verano en esa ladera de la montaña,, recordándonos que siempre quedarán vidas de cuento y cuentos para la vida.





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