martes, 21 de febrero de 2012

Lo que guarda tu nombre

 "No olvidemos que hay personas a las que nadie llama y cuyo nombre nadie conoce ni le importa..."


 Cuando algunos de mis conocidos supieron que llamaría a mi hijo mayor Ernesto me hicieron llegar opiniones de las más variadas, y sin término medio.  Para una mayoría era demasiado serio, muy de mayor o muy antiguo. Vamos, que no les gustaba. Por su parte, cuando el protagonista llegó a los primeros años de escuela, me reprochaba no haberle bautizado como a algún futbolista famoso; hasta que, por fin, encontramos uno en ese gremio. Ahora ya nadie se lo imagina con otro nombre. Nunca me he arrepentido de haberle puesto las mismas letras que llevaba el de ese abuelo que tanto lo quiso. Un nombre que también fue el del Ché, el médico revolucionario que escribió cosas tan bonitas como que "hay que endurecerse sin perder la ternura". Con Ernesto firmaba también el escritor norteamericano que nos hablaba del Viejo y el Mar: "Lo que más le gustaba eran las hojas amarillas en los álamos flotando sobre el cauce de los ríos. Y por encima de las colinas, el azul intenso del cielo sin viento. Ahora él será parte de todo eso".

Si nos ponemos a reflexionar, ningún nombre nos suena igual, aún cuando sea semejante a otro. Podremos conocer a cien Anas y, al evocar su apelativo, las tres letras de ese alias se tornan en alma y nos sonará totalmente diferente en cada uno de los casos..

¿El nombre lo hace la persona o viceversa?. ¿Por qué ponemos a nuestros hijos un nombre determinado y no cualquier otro?. ¿Eligiríamos el distintivo que nos asignaron en la imposible opción de escogerlo?. Una vez interiorizado el apodo de cualquiera de nuestros prójimos ya nos resultará imposible imaginárnoslos con otro diferente.

Me gustan los nombres autóctonos y de fácil pronunciación, pero sobretodo que tengan algún sentido: un recuerdo, una canción, un paisaje , un amigo, una persona admirada, una fecha, un amor. Enfín, palabras que no sean impuestas por simple moda. Sea cual sea la grafía que nos hayan destinado, acabará teniendo unas connotaciones tan particulares que a nuestros mentores les resultará todo lo atractiva que le pueda resultar nuestra personalidad.

"Vuela esta canción para ti Lucía; la más grande historia de amor que tuve y tendré..."."Hace tiempo que sueño con ella. Sólo sé que se llama Noelia..." "Penélope, con su bolso de piel marrón, y sus zapatos de tacón...", ".María, María, María... hoy sólo nos queda el recuerdo y el murmullo del viento diciendo: ¿te acuerdas María?". "Soledad vive como otra cualquiera en la aldea donde naciera. Lava, cose, llora y ríe, ay mi Soledad...".  "Te recuerdo Amanda. La calle mojada corriendo a la fábrica donde trabaja Manuel. La sonrisa ancha, la lluvia en el pelo.No importaba nada ibas a encontrarte con él...". "Gloria, faltas en el aire, falta tu presencia, cálida inocencia. Faltas en mi boca que sin querer te nombra...". "Te vas Alfonsina con tu soledad, qué poemas viejos fuiste a buscar...". Son algunas de los cientos de canciones que, se han escrito con nombres propios, fundamentalmente de mujeres. Sin olvidar a Mario y María, de Macano, cuyo amor no pudo ser porque jamás pudieron encontrarse: cuando él llegaba de trabajar, ella salía por la puerta.


 "Hay distintivos imposibles  de escribir, y más aún de pronunciar; pero cuando se les unen sus correspondientes apellidos entonces la mezcla ya es explosiva", afirma una profesora de primaria, que cita a Shizuca Rodríguez Rodríguez y a Hiroshi González Fernández  como algunos de los ejemplos que la traen por la calle de la amargura. "Todos ellos de padres y madres más españoles que yo; si fueran de otras tierras la cosa estaría más que justificada. Con la de nombres que hay del país, podrían evitarse muchas dudas a la hora de repetirlos",  añade la tutora de unas veinte preciosas criaturas, algunos de cuyos nombres tiene que interiorizar con profundidad para no errar.

 Antes de conocer la denominación de alguien, tendemos a asignarle nuestra propia etiqueta. "Este tiene pinta de llamarse Álvaro", pensamos al relacionarlo por su aspecto con otro conocido de similares características. En casos minoritarios, hay nombres que tenemos que encajarlos con cuña en la persona que los habita. La combinación de esas letras en tal ser humano se nos antoja descordinada, aunque salvo las que atenten contra la dignidad, todas serán respetables. Asimismo puede suceder que una mañana cualquiera conozcamos a un individuo con el seudónimo más horrible para nuestro gusto, y tras mirarle cuatro segundos a los ojos, se convierta en el vocativo más deseado.

Para gustos hay colores, y la melodía del nombre que cada cual presenta sonará según la canción que cada interlocutor quiera escuchar. Siempre guarda un cierto misterio el encaje que cada persona tiene en su apelativo Y sea cual sea el calificativo que con la mejor de la intenciones nos eligan, nuestra será la responsabilidad de darle su verdadero sentido.

Por último, están esos íntimos apodos para los que siempre estaremos continuando la canción de Serrat: "Tu nombre me sabe a hierba de la que nace en el valle a golpes de sol y de agua. Tu nombre me lleva atado en el pliego de tu talle y en el bies de tu enagua..."