viernes, 30 de junio de 2017

Bajé el jueves al "mercau"


 La última vez que nos vimos sonaban los ecos de un concierto de Serrat -uno se cree que las mató el tiempo y la ausencia...-. Ya han pasado 32 mayos desde entonces. Ayer me la encontré en ese "mercau" de los jueves, en Pola de Laviana, al que bajábamos desde nuestros respectivos pueblos sin falta, lloviera que tronase, cuando éramos jóvenes.

La misma música ambiente, los mismos olores, los mismos puestos; con ropas y calzados distintos -cuántos tonos de rosa han desfilado por esos percheros y por nuestras vidas: rosa fucsia, rosa chicle, rosa cuarzo, rosa palo, rosa coral, rosa diamante...-. Hasta me atrevería a jurar que el vendedor de gorras, boinas y sombreros era el mismo que me vendió la visera que le compré a mi padre para su cumpleaños treinta años atrás. Pero no, sería su hijo. Y ahí comienzan los matices.El tendero de entonces ya peinará canas, unas cuantas arrugas en su  frente, lucirá unos párpados algo descolgados, y es posible que algunos kilos de más, o quizás mucha masa muscular menos; eso en el mejor de los escenarios de esa vida normal con la que empezamos a conformarnos en proporción directa al conocimiento del mundo y de las circunstancias irremediables. El vendedor de años atrás estaría igual que ella, que todos los  conocidos que me fui encontrando por el puesto de la fruta, por el de los frutos secos y los pepinillos en vinagre, por el del bacalao. Igual que yo, que me veía reflejada al verles a ellos, en el espejo del paso del tiempo.

El pincho de lomo rebozado al que siempre me invitaba mi padre en el bar de la Guinea, seguía en su urna de cristal. Y el Banco dela acera de en frente, al que bajaban mis paisanos y paisanas a sacar la paga del mes aún no ha sucumbido tampoco a los vaivenes económicos.Hay muchos negocios nuevos, que te hacen sentirte forastera, y que van creciendo paralelos a las nuevas tecnologías, a los nuevos dictámenes de las modas alimentarias, a las nuevas formas de compartir un rato de ocio... Además de algunos de toda la vida que todavía siguen en pie. Son esas empresas familiares con solera, que sobreviven gracias a que cumplen el dicho: "hacienda tu amo te vea". Vuelvo a recorrer las calles de siempre, pero ya no son las mismas para mí. O quizás nosotros, los de entonces ya no seamos los mismos, que dice el poema.

Nos fueron cambiando los buenos y los malos momentos, las decepciones, las angustias, los fracasos, lo poco o lo mucho que hemos ido edificando, nuestros secretos...Pero también nos han transformado las personas que hemos ido encontrando en nuestro camino, las que han valorado en nosotros aquellos que otros no han querido, no han podido o no han sabido ver; las experiencias que nos han hecho más fuertes, los aprendizajes que nos han hecho más sabios; aunque al cabo de los días vamos dándonos cuenta de lo mucho que aún nos queda por saber. la vida nos sorprende cada día, yo diría que a cada instante. Bien lo dice Pilar Eyre: "levantas una piedra y aparece los extraordinario".

Paseo ahora por ese "mercau" de la mano de un niño que, a pesar de haber viajado más que yo a su edad -tal vez en unos años más que yo en toda mi vida, mira los puestos con ojos de quien ve el mundo como una novedad. Le cuento que su abuelo solía comprarme unas bolsas con muchos bolígrafos que siempre había  en una mesa que no consigo encontrar; tal vez porque ahora se escribe poco. También un día de "mercau" me compró mi primera máquina de escribir y mi antigua cámara de fotos; además de los vaqueros Lois; los primeros de mi adolescencia. A quien me acompaña hoy le gusta pararse en el expositor de unos chicos bolivianos que traen complementos de colores vistosos, y duda entre una pulsera con su nombre o un indicador del viento; ajeno a la nostalgia.

Ahí mismo encontré a María. ¿Quién reconoció primero a quién?. Estoy segura que ella también me radiografió en ese instante infinito, hasta que llegamos al fondo de la mirada, a la amplitud de la sonrisa, al gesto alegre de quien se emociona al reencontrarse.Paseaba un niño rubio -tenía sus mismo ojos oscuros- en una sillita. Era su segundo nieto. Claro, a nuestra edad ya eres o abuela joven o madre tardía de un niño relativamente pequeño.

En el puesto de al lado, el señor moreno de ojos color aceituna, ya no vendía cintas de radio cassette, en su lugar un chico africano vendía CD musicales; pero creímos oír que continuaba la misma música: "...son aquellas pequeñas cosas...". Después retomamos la historia con un café.