lunes, 23 de julio de 2012

Aquello que nos hace felices

"No se recuerdan los días, se recuerdan los momentos"


Tengo la costumbre de atrapar instantes. Los guardo en una carpeta de mi memoria para utilizarlos en caso de emergencia. Y mira que soy olvidadiza, pero en absoluto para lo intangible. Una sonrisa, un gesto entrañable, una conversación grata, una copa evasora, un gesto solidario, un elogio inesperado, la imagen de unos abuelos de la mano de sus nietos, un paseo tranquilo, un prometedor amanecer, una fiesta especial, un regalo oportuno, un lugar, una palabra, el primer olor de tus hijos, un café, una mirada cómplice, un sueño por cumplir, el saber que alguien existe  o ha existido... También son inolvidables los momentos que te hicieron sentir que el mundo era oscuro;  pero esa es otra historia. Ahora hablamos de esos pedazos de tiempo sin precio que vamos almacenando en la suma de  los días. Cuando nada es positivo en nuestros pensamientos rescatamos aquello por lo que un día fuimos felices. Ráfagas de plenitud que firmaríamos para que fueran eternos.

Un alto cargo del Principado de Asturias caminaba un día por uno de tantos parajes paradisíacos que tiene el Valle del Nalón. Escondida entre hayas, castaños, y robles apenas destacaba la sencilla cabaña de un lugareño que allí pasaba muchas de sus horas. Cuando llegó la ilustre visita se disponía a comer su rutinario manjar: arroz con patatas, rehogado con ajo y pimentón.. Un vasito -si acaso alguno más- de vino y pan con queso para el postre. El comentario realizado, después de la estancia breve, aunque de agradable conversación, pasaría a la posteridad: "Este hombre es más feliz que yo con todos mis lujos".

Y es que cada cual es feliz a su modo. Seguramente el momento más espléndido de una mayoría no sea la de comerse un humilde puchero ante la soledad de unas montañas serenas y una pradería exhuberante de sonidos naturales, pero el horizonte de cada dicha es respetable. Deteniéndonos a enumerar aquello que nos hace felices sorprende descubrir la cantidad de pequeñas cosas que colaboran a ello. Momentos cotidianos que pasamos por alto y solo extrañamos cuando nos faltan. Porque los grandes momentos son pocos y muy separados.

Cuando Ana se tira despreocupada al sol de media mañana no hay lotería que pueda compararse al bienestar que le producen los rayos sobre su piel. Marta elegiría sentarse con un buen libro -de esos que pesan en la mano- en la hamaca verde que todos los veranos instala en su jardín; sueña a través de otros sueños con posibles historias de heroínas presentes y pasadas. Viaja segura en el tiempo y en el espacio de otros mundos que bien podrían estar en este. Una cadena de amables segundos finitos que  ayudan a olvidar sus antípodas. El minuto más feliz para Manuela es aquel en el que calma su sed con una bebida fría, sentada a la sombra de un árbol cualquiera. Escuchar la lluvia aporreando los cristales mientras llega el merecido sueño nocturno tiene un valor incalculable para Francisco. Abre una parte de su ventanal y confiesa que en ese instante no pide nada más. Contemplar como amanece con un café y el sonido de fondo de la radio como cómplices silenciosos -ahora también se nos a unido el ordenador-, es uno de mis momentos preferidos. 



 Los vaivenes de la historia social,política y económica de los pueblos cambian, pero ojalá que perdure aquello que no puede fastidiarnos unas circunstancias pasajeras. Seamos recolectores de esas vivencias que nos impulsan a seguir adelante. Cada uno de nosotros le dará su color. Y gracias a estas redes sociales que difunden perspectivas algunos de esos tiempos felices pueden ser amplificados. Los otros ya los habremos llorado antes de conectarnos...



Fotografía: Un día de otoño en Soto de Agues, aunque podría ser Julio porque los instantes felices o los momentos amargos no entienden de estaciones.