lunes, 17 de octubre de 2011

El club de los despistados



“El motivo secreto del despiste es ser inocente, aún siendo culpable. El despiste es la inocencia espuria”. Saul Bellow
Como hago habitualmente, me dirigí al supermercado más cercano después de haber dejado a mi hijo pequeño en el colegio. Al tiempo de pagar, me faltaba la cartera. Antes de lamentarme por la pérdida sopesé la posibilidad de que el billetero se encontrara en la mochilita del pequeñín. Allí estaba, en el aula de Primero de Primaria, dentro del macuto del niño, que ni se inmutó al verme, acostumbrado como está a una mamá despistada. Ya lo acompañé a la escuela, siendo un párvulo, sin alguna prenda de vestir de cierta importancia o con los calcetines de diferente tintada. Y con frecuencia es el quien me recuerda reposiciones de material escolar, citas y reuniones para que no vaya el día y al lugar equivocados. Llevo esa tara marcada a fuego en uno de los genes de mi segundo apellido. Para compensar esos fallos, e intentando demostrar que casi todo tiene arreglo, trato de hacerle entender que siempre hay un plan B. O sea, la famosa práctica de tener recursos para salir de cualquier situación imprevista. Ya sabéis, eso de la inteligencia emocional y todas las nuevas teorías para la reírte de la vida y no al revés.
He perdido la cuenta del número de veces que he dejado las llaves dentro de casa. Inconfesables las ocasiones en las que se me han quemado las lentejas mientras hablaba por teléfono, o estaba absorta navegando por las Redes. La factura de la luz se ha visto afectada por haber dejado la plancha encendida todo un fin de semana. En un corto periodo de tiempo he perdido tres móviles. Uno se ha ido a la basura dentro de la bolsa de papel reciclable de una conocida cadena de comida rápida, otro salió excesivamente húmedo de la lavadora y el tercero se esfumó en una tienda de ropa; alguien menos despistado lo recogió antes que yo.
A mi fama de distraída se unió el hecho de preguntarle a mi vecino de toda la vida si se había dejado bigote. “Hace veinte años que lo llevo”, me respondió entre incrédulo y enfadado Ninguno de los errores anteriores como el cometido cuando fuí a visitar a un bebé con cuatro días de vida. A mi favor corre el cargo de que hacia mis veinte  y  pocos años no había visto a muchos recién nacidos.”¡Qué grande está el niño…” dije mirando al primer bebé -de cuatro meses- que me encontré en la cocina. “Este no es. La niña que vienes a visitar está en la habitación tomando el biberón”, me contestó alguien. ¡Si hubiese tenido la pócima mágica de la invisibilidad la hubiese tomado en aquel momento!.
Sin embargo, y toco madera, a los niños aún no los he olvidado nunca en una cera ni he rescatado ningún calcetín del congelador como consta en alguno de los casos de mis indagaciones sobre los lapsus. En el largo repertorio de ellos también me llegó la anécdota de un señor -con tres carreras universitarias, para más información- que dejó a su media naranja esperándole en el portal . La echó en falta cuando ya había recorrido unos ochenta kilómetros. De las distracciones que más gracia me han hecho fue la del dueño de un bar que, mientras hablaba emocionado con un cliente, se bebió el café con leche que éste le había pedido. Atónito se quedó el hombre cuando el barman se dispuso a cobrarle la cosumición."Que te aproveche mi café", fue su despedia.
Meter el monedero en el frigorífico, tirar las cucharillas u otros objetos de más valor a los cubos de reciclaje, buscar toda una mañana las gafas cuando se llevan en la cabeza, extraviar documentos importantes en el momento que más se necesitan, pasarse de plazo con trámites que no perdonan…Son una mínima parte de esas equivocaciones que llamamos despistes; un pretexto para disculpar  nuestros descuidos, entre los que también aparecen las confusiones al coger autobuses urbanos que nos llevan a la otra punta de nuestro destino o la desorientación en direcciones que habitualmente transitamos. También de reseñar son  los apuros pasados al no recordar el nombre de alguien cercano, así como el imperdonable olvido de la fecha de nacimiento de la sangre de nuestra sangre.

Enmarcada en nuestras memorias matrimoniales está la historia de la Declaración de la Renta 2008-2009. Transcurriía Septiembre y aún no nos habían devuelto la cantidad correspondiente. "Pues mañana voy a la Delegación a reclamar, si fuera para cobrar tendrían más prisa", le dije a mi marido. Me atendió un amable empleado que, para mi fortuna, no me dio pie a ponerme chulita. "Señora, aquí consta que la hizo pero no la compulsó. Mire en su casa que se le habrá olvidado por algún sitio". En efecto, me esperaba el sobre del IRPF  en el cajón donde se pierden la mayoría de los documentos. A la semana siguiente, el dinero estaba ingresado y, para asombro de todos, me libré del recargo...

Alguien me dijo que los distraídos teníamos mucha vida interior. Es posible. Eso, unido al hecho de que hay grandes despistados en la historia con un importante bagaje intelectual, da un toque de distinción a nuestros fallos. Cuentan que Newton quiso averiguar el tiempo necesario para cocer un huevo de gallina, y reloj en mano se apostó frente al fogón. No sin gran tribulación, descubrió al poco de comenzar el hervor que su reloj estaba en la cazuela y lo que tenía en su mano era el huevo del experimento.  Una de las anécdotas más reseñables del gran Einstein le ocurrió cuando un día iba por el campus y se puso a charlar con un profesor que se encontró. Al despedirse, el físico alemán le pregunta: "¿Cuando nos hemos encontrado venía de este lado o del otro". "De este -le constestó el compañero-". "Ah, estonces ya he comido..."

A riesgo de que sea utilizado en nuestra contra, la mayoría de los descuidados solemos relatar nuestros patinazos. El inconveniente de la autocrítica es que los demás puedan llegar a creerla. Pero, para contrariedad de los “perdonavidas” que siempre tienen todo controlado, las historias de despistados casi siempre acaban bien; tal parece que un ángel guardián viene a rescatarnos “in extremis”. Os dejo, no sea que se me queme el puchero por enésima vez.

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Lo que piensas de ti mismo




"La opinión de los demás sobre ti no tiene que volverse tu realidad"  (Les Brown)




Rosa se fue hace unos días a la oficina bancaria donde habitualmente paga el recibo de su Comunidad de Vecinos. La forma de abono había cambiado y un joven, de la edad de su hijo mayor, le indicó con cara de perdonarle la vida que el trámite debía de resolverlo en el ordenador instalado a la izquierda de la entrada. Tras intentarlo sin éxito unas cuantas veces antes de molestar nuevamente al empleado -aquello era más complicado que las habituales operaciones en e lcajero automático- se dirigió al chico con humilmad  suplicando su ayuda. El trajeteado aspirante a jefe de la empresa abandonó con desgana su silla giratoria y en tres segundos le despachó los puntos a seguir para realizar el ingreso."Como si me hubiese llamado a parte y no me hubiera dicho nada", pensó la resignada  Rosa, que acopiándose de valor se atrevió a decirle un tímido "pues no me he enterado aún", a quien tal vez no pasaba de auxiliar raso. "¿Usted es tonta?" le espetó sin compasión el símil de Mario Conde. Os podréis imaginar que la afectada por tanta amabilidad se fue a su casa con el dinero sin ingresar, sintiéndose pequeñita, con un pesar a  caballo entre la humillación y la impotencia. "Cuando me vi entre las cuatro paredes de mi piso se me ocurrieron todas las respuestas del mundo: ¿Acaso él sabría cortar el patrón de una falda, hacer la masa del hojaldre ó dejar la cocina con el mismo aspecto del día que se compró cada vez que la limpia, aún cuando dedicara toda una mañana a darle las indicaciones?". ¿Tendría siempre la ropa de toda de familia impecablemente planchada, a sus mayores bien atendidos, ni un dobladillo por arreglar y aún le quedaría siempre una sonrisa amable para quien la necesitase?, añadiría yo de haberla acompañado a devolverle el piropo a pretencioso "banquero", quien seguramente estaría malhumorado por no poder "espetarle" un seguro a algún cliente.

"Ningún hombre tiene derecho a mirar desde arriba a otro si no es para ayudarlo a levantarse", dice una frase célebre. Pero la anécdota anterior es ilustrativa de la cantidad de veces que nos sentimos humillados, ninguneados y despreciados por otros semejantes. Un buen caldo de cultivo de este tipo de vivencias reside en la empresa pública. No hace mucho que una conocida se fue a urgencias con claros síntomas de gripe. La empleada que estaba tras el mostrador de información le preguntó si no podía haber ido por la mañana cuando estaba su médico de cabecera. "Ese es mi problema, a no ser que usted sea también la Consejera de Sanidad", le transmitió la paciente con la mejor de sus sonrisas, con lo que la trabajadora continuó tecleando al quedarse sin argumentos. Y es que cuando accedemos a centro públicos, llámense oficinas del Inem, ambulatorios, hospitales,  consejerías, etc... nos encontramos, más veces de las que desearíamos, con la sensación de que nuestro interlocutor nos paga nuestros impuestos e inconscientemente buscamos el cuenquito con el que le pedimos la limosna.

De las colas del supermercado también salen episodios dignos de tener en cuenta. Nada como el que presencié cuando un señor en la plenitud de su jubilación le dijo a la cajera, una preciosa y amable mulata : " Qiuero que me cobre una chica blanca". Con toda tranquilidad la afectada se levantó de su asiento para ser sustituida por otra compañera que no le "contagiase" nada al respetable anciano. 

En las tiendas de ropa u "objetos" caros asimismo se extraen casos en que los prejuicios de la estupidez humana se dejan entrever. Alguna que otra vez hemos tenido la sensación de que el empleado o la empleada -que dicho sea de paso puede que no sepa hacer la ó ni con un canuto- de uno de estos establecimientos "selectos" nos miran "torcido" antes de atender nuestra demanda y, según la conclusión que saquen nos atienden de un modo u otro. "Tú tienes toda la pinta de ser de clase baja" ,parecen decir y nos sacan con desgana los vaqueros de Armani, de los que no nos consideran merecedores. 

Hay un término relativente nuevo -asertividad- muy usado como recurso ante situaciones de inseguridad, o simplemente como nuestro manual para las relaciones sociales en general. La asertividad se define como un comportamiento comunicacional maduro en el cual la persona no agrede ni se somete a la voluntad de otros, sino que manifiesta sus convicciones y defiende sus derechos. El ser asertivo se sitúa en un punto intermedio entre dos conductas polares: la agresividad y la pasividad. Contar con el arma de la asertividad no significa tener siempre razón, sino expresar sin miedo nuestras opiniones y puntos de vista, a pesar de que éstos no sean siempre acertados.Todos tenemos derecho a equivocarnos. A decir sí, no o basta también se aprende. Nos irán mucho mejor las cosas si dejando la vergüenza bajo la almohada, aprendemos a marcar los límites para que los demás no abusen. De ese modo, las inseguridades irán desapareciendo, sin dejar en ningún momento de ser conscientes de nuestras responsabilidades. Inteligencia emocional que le llaman ahora.

Para asertivo mi "santo" (el término también lo utiliza Elvira Lindo  para referirse a  su pareja en "Tinto de Verano", un divertido libro que desde aquí os recomiendo). El aludido fue a comprar cerezas la tarde de fin de año a una frutería del barrio,  en la que se pueden encontrar  frutos de cualquier temporada. El empleado -desconozco si también el dueño- lo miró de arriba abajo (mi marido es de los que les importa un bledo si el logotipo de la camisa es de un cocodrilo o un elefante, o si la combinación de colores hace daño a la vista, tal que así que puede irse a trabajar al campo con la camisa recién estrenada o presentarse en la arteria principal de la ciudad con los pantalones de mahón si no le superviso la indumentaria) y le espetó con una sonrisa a medias entre el cinismo y la desconfianza: "Están a doce euros con cinco céntimos el kilo". A lo que el comprador, que cuando los demás van, a diferencia de una menda que suelo quedarme con las respuestas atragantadas, ya volvió él tres veces, le contestó sin titubear: "Póngame dos cajas y quédese con la vuelta". No es que nos sobre el dinero, pero la ocasión no le dejaba otra opción, me comentó con las apetitosas cerezas de las Antillas aún en sus manos. 

En discusiones más trascendentes un "puede que tengas razón, pero yo no opino lo mismo",  es suficiente la mayoría de las veces para bajar al contrario del pedestal de su prepotencia. Gran número  de las razones por las que muchas personas se muestran inseguras y desvalidas es debido a que piensan que no tienen derecho a sus creencias, derechos u opiniones. Por otro lado, no es recomendable discutir con un imbécil porque te llevará a su terreno y allí te ganará.Y no olvidemos que, en un momento dado, todos podemos ser víctimas o verdugos.

Bonita y esperanzadora la frase que dice aquello de que "tu tienes dentro tuyo todo lo que necesitas para superar los desafíos de la vida". La autoestima viene del concepto que cada cual tiene de sí,  por eso  la persona más influenciable con la que habitaremos y a la que debemos rendir cuentas  todo el día somos nosotros mismos. 

Imagen: "Venus del espejo", de Peter Paul Rubens


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Manías:¿Quién no las tiene?

Esos ritos que esclavizan...

tocarse el pelo   Manías... ¿Quién no tiene?, al menos una. Las hay para todos los gustos. Salvo las inconfesables, nadie se avergüenza de sus pequeñas o grandes rarezas.


 Según el diccionario de la lengua española la manía es una preocupación fija y obsesiva por algo determinado. También se define como costumbre extraña, caprichosa o poco adecuada. El odio, aversión y ojeriza forman también parte del término; junto con un desequilibrio mental caracterizado por una fuerte obsesión. Asimismo está la manía persecutoria. Cada cual que eliga la que prefiera.

Hasta Luis Miguel hace gala de ellas. De los tics más notorios del cantante de boleros se detecta el de tocarse el cabello. Se lo perdonamos. De lo contrario, quién nos cantaría tan así aquello de "No sé tú. pero yo te busco en cada amanecer...".

Aunque científicamente la palabra obsesión sería la más correcta, para identificar las manías de "andar por casa" -las auténticas formarían parte de una enfermedad mental- todos nos entendemos mejor con el vocablo popular. A sabiendas de que el talento no impide tener manías, aún cuando las haga más notables, entre otras obsesiones reseñables se comenta la de la archiconocida Madonna  Al parecer, la diva sólo se sienta a hacer sus necesidades en retretes nuevecitos, y se asegura de que sean destruídos después de haberlos usado, para que nadie intente sacar tajada vendiéndolos

En los temas domésticos se encuentra la lista de la mayor parte de las extravagancias. Los cuadros en el nivel exacto, los visillos parejos hasta en la última vainica, las perchas mirando todas para el mismo sitio, las persianas al mismo nivel -una amiga de juventud era capaz de recorrer kilómetros si recordaba que no había dejado los listones de sus ventanas en el mismo número-,  las puertas de todos los armarios cerradas, etc...

También abundan las relacionadas con los miedos y las supersticiones. Mirar bajo las camas antes de acostarse o al llegar a casa, no sentarse nunca de espaldas a una puerta, dormir siempre mirando hacia la ventana, evitar los recintos oscuros,  torcer la cabeza de cuando en cuando hacia atrás por si nos persiguen, no abrir un paraüas dentro de casa, cruzar los dedos ante una inseguridad, no pasar por debajo de una escalera, hacer siempre el mismo itinerario para acudir a los lugares habituales, y así unas cuantas más. El apartado de comentarios está abierto, por si queréis aportar alguna de vuestra cosecha.

Me quedó especialmente grabada la excentricidad de una señora que llamó hace un tiempo a un programa de radio que trataba este tema. Su manía era la de colocar las pinzas de la ropa del mismo color que la prenda que estaba tendiendo. En caso de que el trapo fuese de varias tonalidades, ponía la pinza de la gama predominante. Le costaba un disgusto si no tenía el gancho adecuado y removía Roma con Santiago para adquirirlo.

Palabra que una compañera de estudios volvió de Sevilla estupefacta con la chifladura de la familia de la anfitriona por la que había sido invitada. Antes de salir de casa, aunque únicamente se desplazasen a comprar el pan, si el domicilio quedaba vacío, cubrían todos lsus muebles con sábanas blancas.

Manía también curiosa y , a mi modo de ver un tanto ofensiva, es el de una mujer que pasa compulsivamente la aspiradora, y un paño empapado en amoniaco una vez que ya se ha marchado  la visita,  hasta que el aposento haya quedado tan impecable como a la llegada de los invitados.

La tía de Mariana sube desde el portal hasta su sexto piso -si se le antoja que el ascensor tarda sube a patita- en caso de que se le ilumine la mente  con la figura de una cucharilla del café sin recoger en el fregadero. Perjura que regresaría por tierra, mar o  aire desde cualquier punto del planeta si comete "el disparate" de dejar  el enser más insignificante a la vista de intrusos.

El temor a que "okupen" su  vivienda es la gran preocupación de Adelina. Cierra su carísima puerta bildada con cuatro vueltas de llave, aunque simplemente su destino sea tirar la basura. Otras cuatro veces da la vuelta y comprueba si de verdad ha dado ese número de giros en el llavín.

La limpieza obsesiva de las manos tiene más de un  autor. En el caso concreto de Martín, el PH debe ser inexistente en sus palmas. No soy exagerada al informar que se las lava más de cien veces diarias. A sus cincuenta años ya es imposible conseguir que toque cualquier persona, animal  o cosa sin que sus garras pasen posteriormente por el grifo.

Servidora, a pesar de ser más bien atea, me santiguo toditas las noches y, si me apuran, hasta el raro día que se cae una siesta. Aún cuando no soy muy coqueta, tengo ciertas obsesiones con el combinado de los colores, aunque vaya a echar de comer a las gallinas. Y, no considerándome de las más ordenadas, me levanto del  sofá cuantas veces haga falta si hay alguna prenda de ropa o calzado fuera de su destino. Me siento relajada cuando me deshago de objetos inservibles.. No podría continuar el día si no dejo medio centímetro de café en el vaso,. Me siento fatal cuando no pongo los tiempos del microondas en números pares, y he llegado a vendarme los dedos porque, ante una situación de estrés, literalmente me los como.

Elena, mi ya insustituible amiga de Facebook , confiesa que "desde que descubrí la Red social mis manías de hogar impoluto han ido decayendo en equilibrio directo con mis buenos momentos navegando por internet..." Os dejo, que hace diez minutos que no miro los mensajes de mi ordenador. ¡Qué manía...!