lunes, 13 de junio de 2016

Manolín el de Matilde


"La discapacidad no está reñida en absoluto con la felicidad"

Vivió la mayor parte de su vida en el pueblo casín de Tanes, y pasó a la historia del municipio como uno de sus personajes más populares. Una especial vis cómica, un sentido extremado del orden, un amor incondicional por el Ejército y la Guardia Civill -no en vano su padre era hijo del Cuerpo- y una divertida faceta de cantautor (“Ay madre, madre, tiróme la jarra, tiróme la leche, tiromelo tou…”), hicieron de Manuel González Pérez una leyenda entre quienes le conocieron y supieron de sus hazañas.

Desde niño comenzó a sentar las bases de esas historias que ahora pasan de padres a hijos cuando se recuerdan capítulos de personajes únicas de la aldea.. Sus características físicas y síquicas algo diferentes al común de sus contemporáneos nunca fueron un impedimento para dar muestras de gran astucia. Especialmente conocida era su manera de escaquearse de las tareas que sus abuelos, con quienes vivía, le tenían dispuestas. La abuela Matilde picaba desde la cocina al suelo de la habitación del nieto que tanto le gustaba dormir. Manolo abría un ojo, buscaba a tientas sus zapatillas y las arrastraba un poco por la madera para que todos pensasen que estaba levantándose. Al cabo de un buen rato, subía su abuela alarmada por la tardanza y encontraba al chiquillo como un tronco con el calzado dispuesto para repetir la faena por si lo reclamaban nuevamente.

Seguramente los antiguos trabajadores de El Carbonero (ahora Alcotán) recordarán el día que dejó a uno de sus cobradores –una figura ya desaparecida la empresa- “a pata”. Regresaba Manolo a Tanes, desde Tudela Veguín, donde pasaba alguna temporada con sus padres,  después de que su madre le pidiera, como siempre, al cobrador –que conocía sobradamente al chico- que estuviese atento para que se bajara en su destino. Manolo, buen observador y mejor imitador de voces, se dedicó parte del trayecto a escuchar el diálogo entre conductor y cobrador, quedándole claro que el vehículo arrancaba a la voz de "¡Vamonosss!". En el pueblo lavianés de Muñera el cobrador se bajó a dejar unos paquetes como solía hacer en todas las paradas. Manolo exclamó: "¡Vamonosss!" con una imitación de voz y entonación perfectas y el conductor arrancó el autobús dejando a su compañero brazos en alto en la parada. Un vecino tuvo que arrancar su coche para que el trabajador alcanzase a su compañero en el próximo alto del autobús.

La iglesia y toda su parafernalia eran otra de las curiosidades del célebre casín. Se pasó años mostrando su deseo por conocer al Obispo, por lo que no sorprendió a nadie que el día que este alto cargo del clero visitó el pueblo, el párroco del lugar –que sentía una gran simpatía por Manolín- lo llamase para presentarle al prelado. -Mira, Manolín esti ye el Obispo”, le explicó el cura. Con toda la naturalidad, el muchacho miró de arriba abajo a aquel señor tan raro y exclamó: “¡Ay paxarón!, sorprendido por la vestimenta y los adornos que llevaba aquel hombre tan raro; seguramente decepcionado porque no era aquella la imagen que él se había creado del máximo sacerdote.

También sembró cátedra en la cocina. Cuando tenía unos ocho años, y habiendo oído  comentar que  las mujeres recién paridas  debían tomar caldo de gallina, decidió ir a casa de su vecina, que acababa de tener un niño y se encontraba en la cama con el recién nacido. Soledad comenzó a oír unos ruidos extraños (tras tras, tras tras…).. Bajó las escaleras y se encontró con una gallina viva, metida en una cazuela sobre la cocina de carbón encendida. El ave luchaba con todas sus fuerzas por salir de aquella prisión. Los golpes que se escuchaban era la tapa de la olla que subía y bajaba cada vez que daba un salto la gallina que Manolo había cogido en el gallinero de su otra madre.

La etapa final de su vida, y obligado por las circunstancias a abandonar el pueblo donde tantas caleyas recorrió, Manolo la pasó en casa de su único hermano. Una de sus últimas “trastadas” la  realizó un día que la mujer de Carlos le llevó a visitar a una amiga. Gran amante también de la pulcritud, el protagonista de esta historia acostumbraba a peinarse –siempre traía un peine en el bolso de atrás de su pantalón vaquero- y asearse en algunas de las casas que frecuentaba. –“Nena voy al bañu”, le dijo a su cuñada Blanca. Como tardaba en aparecer, entraron al aseo y se encontraron a Manolín cantando bajo la ducha una de sus originales composiciones. que a veces arrancaba por rancheras, otras por tonada asturiana y en la mayoría de ocasiones con ritmo propio.

Sus innumerables aventuras darían para escribir un libro de muchas páginas. Esto es solo un pequeño esbozo de algunas anécdotas que quedaron apuntadas en el cuéntame casín para rememorar a una de esas personas que siempre conseguía sacar una sonrisa a sus paisanos y paisanas, incluso muchos adoptaron como propia su evasiva de casarse siempre "pa mayo", y ahí siguen con la disculpa... Como a todos nosotros, a Manuel lo que más le importaba era lo mismo que  en realidad le interesa al común de los mortales:que nos quieran más. Por eso repetía con frecuencia la  archifamosa de entre sus frases:  "¿quiéresme prenda?" (para los que desconocen el idioma del concejo de Caso,  prenda es sinónimo de mi  vida, cielo, cariño, etc...).

 Hoy, a  modo de despedida,  otra expresión que acostumbraba a decir el célebre personaje del municipio más alto del Valle del Nalón:  “Ta  luego nena, mañana marcho p´al Ferral” (Cuartel militar leonés).


En la imagen, Manolín con una de sus poses preferidas. 
 


domingo, 12 de junio de 2016

El Príncipe infiltrado


Todos los fines de semana, en el trayecto de Oviedo a Redes y viceversa, recorremos un buen trecho de carretera construida sobre las galerías mineras de la Cuenca del Nalón. "Aquí, en el Pozu San Mamés picó carbón  tu abuelo. Allí, en el Sotón, trabajaba su hermano de barrenista. En la mina de Llaímu, perdió la vida  el mayor de todos ellos, cuando tenía 18 años.  Es muy duro, sobretodo en el pasado, el  trabajo de los mineros; un ejemplo de lucha  y compañerismo laboral"  les repito, hasta aburrir, a mis hijos, que ya poco saben de la indiosincrasia minera. Otras veces,  les cuento un cuento de un Príncipe que fue minero...

Sucedió en el siglo pasado en la mina asturiana  de El Sotón, cuando en nuestro país imperaba la Dictadura franquista y en la Cuenca minera asturiana el sindicalismo reclamaba la nacionalización de la minas y la excarcelación de los detenidos políticos. El  Primero de Mayo de ese 1962 también las crónicas hablan de "un hecho admirable ocurrido en el Parque de Sama: los socialistas permitieron participar a los comunistas en uno de sus mítines".Qué cosas...  Por supuesto que  las redes sociales no podían dejar constancia de ninguno de esos instantes porque eran un universo aún por descubrir. De haber existido, la foto con el Príncipe minero hubiese sido viral.

Cuentan las crónicas de la época que Carlos Hugo de Borbón-Parma y Bourbon-Busset quiso vivir en carne propia la vida minera,  y comenzó a trabajar en el Pozo Sotón, con una identidad falsa. Se hizo llamar Javier, y alrededor de un mes fue un minero más. Dormía en la colonia residencial de la Plaza del Sotón, que con anterioridad había sido barracón y residencia penitenciaria -en la que a los trabajadores se les conmutaban penas por trabajo-, y formó parte de una plantilla de hombres que trabajaban en  condiciones laborales duras, y que picaban carbón y derechos con el mismo coraje.

Fue el último día de la estancia del tío-abuelo de Felipe VI,  cuando al salir de la jaula la prensa había invadido los exteriores de la mina, y el Candidato al trono de España tuvo que descubrirse, aunque algunos de sus compañeros ya sabían de su verdadero origen. Son los mismos que cuentan de él que era un joven sencillo,educado y simpático.  Enmendado el engaño,  esa última jornada en la Brigada de Camineros,  invitó a sus compañeros a comer al restaurante del pueblo casín de Coballes, negocio de referencia de la época, y ahora cubierto por las aguas del Pantano. Consta que pidieron fabada como plato principal y que el primo de Don Juan Carlos dio muestras de buen apetito -el trabajo duro suele abrirlo- y que repitió de ese primer entrante.

Pero qué sería de una buena  historia sin amoríos. Tampoco faltaron en ésta. El  "Sálvame" de aquellos años sesenta nos contaría que "Javier" tuvo amores con una chigrera de El Entrego. Nada que extrañar, porque el Príncipe tenía aires aristocráticos, aún con sus ojos pintados de carbón, y ese porte seductor en el que suele colaborar haber nacido en buena cuna, por mucho que nos neguemos al valor de la apariencia. Tampoco me cuesta imaginarme que la chica que visitaba en el bar entreguino lo hiciese dudar entre las princesas y las plebeyas, que ya sabemos que las segundas tiran mucho en nuestras monarquías. Y a buen seguro que le cantaría algo de la canción de moda ese año, "Amuleto de Cuatro hojas", con su porte de caballero inglés: "No quiero un trébol de cuatro hojas... tu amor vale todo el oro del mundo", emulando al gran Elvis Presley.

No le costó al Borbón congeniar con los representantes en estado puro de la lucha obrera -políticos, sindicalistas y trabajadores-, porque los Borbón-Parma eran el verso suelto entre la realeza europea. De hecho, el general Franco se deshizo en cuanto le fue posible de la saga, enviándoles al exilio sin piedad. Además, un cierto viraje al rojo teñía su sangre, de naturaleza azul. Como prueba, en las palabras que dejó escritas el Secretario General del Partido Comunista. Santiago Carrillo, reconocía que había establecido una estrecha relación con esta rama de los borbones, defensores a ultranza del carlismo, durante su estancia en París.

Carlos continuó con su aristócratica vida, primero de estudiante en prestigiosas Universidades y después como empresario de élite. Se casó con la Princesa Irene de los Países Bajos, con la que tuvo cuatro hijos y varios nietos -de los que algunos seguimos teniendo noticia por la prensa rosa, amarilla y demás colores-, y de la que posteriormente se divorció.

Aunque el auténtico cuento de hadas hubiese sido la vuelta de Carlos Hugo años después  al tajo negro, y que un anochecer de primavera se hubiese aparecido con una rosa roja para su princesa plebeya. Por supuesto que eso no sucedió, pero  en la visita guiada al Pozo Sotón,  nunca falta la mención a la estancia del Príncipe Obrero es esta mina asturiana. Así que observad bien a quienes os encontréis en vuestro itinerario cotidiano, que las apariencias engañan. Por otro lado, el rapport -un anglicismo muy utilizado en las clases de inteligencia emocional- ya véis que fue practicado cuando tampoco se era consciente de su utilidad. Ponerse en el lugar de los demás ayuda a entenderles y hacerse querer, aunque luego cada cual vuelva a su refugio; unos a los barracones y otros a los palacios...


Foto 1: Un primer plano del Príncipe Carlos Hugo de Borbón-Parma

Foto 2: Residencia de trabajadores en la plaza minera donde se hospedó el Dirigente carlista.

Foto 3. La imagen más emblemática del Pozo Sotón, por donde se bajaba en la jaula al interior de la mina.





jueves, 2 de junio de 2016

Amelia


Tiene más de nueve décadas vividas y "el pelo blanco de nieve", como dice una de mis canciones favoritas. Dueña, a su vez, de una memoria prodigiosa y un entusiasmo por la vida que la lleva a seguir apreciando la pintura, la literatura, las flores de su jardín, los juegos de palabras y las redes sociales. Pero, como no podía ser de otro modo en una persona inteligente, el sentido del humor es uno de los rasgos más destacados de su personalidad. De ahí que cuando afronta con toda naturalidad el tema de la muerte con su familia les cuenta que lo primero que le dirá a su marido, ya fallecido, cuando le llegue su hora, será: "Aníbal, ya estoy aquí, pero llego hecha polvo". Con todos ustedes, una joven nonagenaria cuya forma de estar nos hace un poco más llevadero imaginarnos nuestra vejez; porque en ella se confirma aquello de que "quien es realmente joven lo es para toda la vida".

Langreana de nacimiento, hija de un trabajador de Duro Felguera y la propietaria de una pequeña tiendecita, Amelia nació el año en que en Europa hubo cambios tan trascendentales como la instauración de la República en Grecia, el primer triunfo en Gran Bretaña de un Gobierno Laboral, los primeros Juegos de Invierno en Francia, el nacimiento de la radio en España o la Edad de Plata de nuestra literatura. En Asturias, un gran temporal azotaba la Costa de Gijón y la situación política en nuestro país daba paso a  la Dictadura de Primo de Rivera. Por otro lado, el carácter alegre de Amelia tal vez tenga algo que ver con que el Charlestón era el baile de moda de los felices años veinte. Para contrarrestar, Carlos Gradel ponía por esas fechas la nota melancólica con su famoso "caminito que el viento había borrado..." Pero ella se quedó con "Vereda Tropical" como su canción de cabecera: "Voy por la vereda tropical, la noche plena de quietud, con su perfume de humedad...". Su grupo musical favorito: la Masa Coral de Laviana, de la que la empresaria de la ferretería formó parte.

Cuando vi la foto de Amelia en el inicio de nuestra amistad virtual pensé que de algo me sonaban aquellos rasgos, ahora poblados de canas y alguna de esas cicatrices que se cobra la experiencia. Claro, era la mujer que tantas veces nos abastecía de "puntes de tazu, gomes y argolles pa les madreñes", parches para la bici, fiambreras para llevar la comida cuando íbamos a la hierba,   "fierros pa ferrar los gochos", rollo de alambre, lija para la cocina, repuestos para algún apero de labranza, cristales, quicios para las puertas, y un largo etcétera que mi padre solía ir a buscar cuando bajábamos los jueves al "mercau" de Pola de Laviana. Nunca faltaba en la lista de recados la visita a la ferretería más emblemática del Valle . Cómo no acordarse de su dueña, a la par que encargada, Amelia, que despachaba en el negocio fundado con su marido, en un mundo por entonces de paisanos, pero con  el mismo saber y desenvoltura que los del sexo opuesto; un espíritu emprendedor  que también la llevó a ser cofundadora de la Cooperativa de Ferreterías de Asturias (COFEDAS).

Décadas después, y cosas de la magia digital, Amelia me envía un mensaje contándome que le encanta leer mis pequeñas cosas y que le hago pasar muy buenos ratos con lo que se me va ocurriendo; algo así como el cuento de las mil y una noches, versión moderna y personal. Tasmbién me escribe muchas veces diciéndome que le gusta mi sonrisa, lo que me lleva a esbozarla siempre que me acuerdo de ella. 

Cuántas cosas se nos pasan desapercibidas de las personas que encontramos habitualmente en nuestro camino. Ahora sé que  la pequeña y única superviviente de tres hermanas, asimismo madre de tres hijos, nació el mismo año que Neruda escribió "Veinte poemas de amor y una canción desesperada", con versos tan bonitos como: "... es tan corto el amor , y es tan largo el olvido".  Hoy pienso en la antigua dueña  de la  ferretería Galván como una mujer luchadora, culta, trabajadora, optimista, y muy querida por su familia. Vamos, lo que me gustaría ser a mí cuando pasen unos cuantos años, aunque yo no haya vivido dos Dictaduras, una República, un Guerra Civil, y este mes sabremos qué nueva forma de Gobierno. 

Amelia no es vieja. Transmite vida. No hay más que fijarse en su jardín, en los cuadros que pinta, en su consciencia de la actualidad, en su ilusión por disfrutar de cada día. Aunque nació en una época en que las mujeres carecían de casi todos los derechos, ella se empoderó -esa famosa palabra por la que ahora tanto se lucha- y fue una avanzada a su época. Me la imagino desafiando la moralidad de los años que le tocó vivir con su primera falda corta, sus decisiones  en el imperio de la ley masculina y la ejecución de su matriarcado a contracorriente. Educada en plena imposición de la religión católica, Amelia es una mujer de fé, pero de la buena. Su mente progresista y abierta no deja dudas de que le importan la libertad de ideas y los derechos ajenos.

Ahora disfruta de su jubilación entre rosas,  hijos, nietos,  tranquilos paseos por la naturaleza,  a caballo entre Laviana y Sobrescobio  y, cómo no, con el entretenimiento añadido de su ordenador personal. Con razón, entre las informaciones de su muro puede leerse: "una abuela moderna es aquella que cambió el punto de cruz por el punto com". Aunque estoy convencida de que ella saca tiempo para ambas cosas, y que tendría fuerzas, si llegara el caso, para levantar una pancarta en la que se leyera: ¡¿Que las mujeres mayores no podemos hacer qué?!. Por cierto, le encanta recibir visitas en su casa de Pola de Laviana, donde su estado físico y mental le conceden el privilegio de disfrutar de su mundo. Un poema que compartió hace poco en su muro de Facefook resume el resto de su actitud ante la vida; la misma que inicia cada día como si fuera el primero: