martes, 27 de marzo de 2012

Parirás a tus hijos... ¿con dolor?


"Y Dios le dijo a la mujer: Parirás a tus hijos con dolor..."
(Génesis 3, 16)


No sería de recibo interpretar como una maldición ineludible la célebre cita bíblica. Ningún parto, sin embargo, está exento de unos momentos más o menos largos de dolor. Siempre escuché de boca de las mujeres más veteranas -entre las que irremediablemente empiezo a encontrarme- ese deseo repetido hacia sus congéneres preñadas: "¡que tengas una hora corta...!".

Hablábamos hace unos días de partos en uno de los coloquios que compartimos alguna tarde de sol. Y es que el instante del alumbramiento -ya sea el primero, el único o el quinto- se convierte en el más inolvidable de los momentos para aquellas que han sido madres.

Cada nacimento es incomparable. Por consiguiente, las vivencias que cada hembra aporta de esa experiencia sublime son tan variadas como las mujeres que la viven. Un buen caldo de cultivo, por otra parte, para el origen de las más variopintas anécdotas de paritorio, donde los también sufridores varones tienen mucho que contar. Hasta una nueva corriente de opinión habla, además, de una camuflada violencia en obstetricia, de la que hay numerosos testimonios, aunque hoy no estén reflejados en mi entrada.

 "Practique con ella la respiración que les han enseñado en los ejercicios preparatorios", le dijo la matrona al esposo de una amiga en los minutos previos al desenlace. Se lo tomó tan en serio el atribulado padre que, durante unos segundos, se le cortó la respiración. Vamos, que se pasó de punto con tanto soplido cortito. La segunda vez -y la última supongo- que entró en la sala de partos el padre de mis hijos se puso, además de la correspondiente bata, gorro y zapatillas antisépticas, unos guantes que se encontró cerca de esos accesorios. "Los guantes no creo que vayan a hacerle falta", le advirtió irónicamente el ginecólogo.


La anestesia epidurall legó a la vida de las parturientas como un salvavidas para el desgarrador dolor de las últimas contracciones. Tiene no obstante tantas defensoras como detractoras. "¿Quién se saca ahora una muela sin dormir previamente la encía?", argumentaba una de las afines a ese avance de la medicina. Para otras, se anula la sensibilidad del momento crucial del nacimiento y se hace inapreciable ese relajante momento del trabajo hecho.

Una de las razones por las que me decidí tener a mi segundo hijo -por supuesto no la más importante- fue por las bondades de las que hablaban las conocidas que habían experimentado la sedación a la hora de parir. En la primera revisión ginecológica ya dejé firmado mi consentimiento para que me administraran la famosa inyección. Que fuera de domingo y de madrugada me imagino que pudieron ser las únicas razones por las que se les pasó por alto a los responsables de mi historial aplicarme el calmante en el momento preciso. Por lo que hube de experimentar de nuevo un parto "natural", que aún transcurriendo con normalidad tiene un punto de dolor que se antoja insoportable.

Aunque me imagino que  la cosa de parir ahora es coser y cantar comparado con los riesgos y penurias por las que habían de pasar las mujeres de otras generaciones. María tuvo a su segundo hijo en una humilde cabaña del valle verde donde cuidaba sus cabras. Justo cuando los dolores de parto apuraban pasó por su puerta una mujer que la ayudó en el trance. La madre coraje ya había reservado un cubo de agua cristalina y  la única pieza blanca de algodón que había entre sus pertenencias. Fue todo el material quirúrgico utilizado.Una vez nacido el niñito, la campesina dijo a su partera: "Muchas gracias. Puedes marcharte que ya me las arreglo sola".Encerró a sus animales, envolvió a su bebé en una raída mantita y bajó a la aldea en busca de algo menos de escasez.

Entre miseria o entre algodones; con las más avanzadas prácticas o los métodos naturales, la culminación del embarazo no está libre de algún dolor físico y de preocupación por el normal desarrollo de los acontecimientos; desvelos que comienzan desde el momento de la concepción y ya , de un modo u otro,no cesarán cuando tienes hijos. Aún así, cualquier madre repetiría cuantas veces hiciese falta ese momento mágico de ver al pequeño o la pequeña por vez primera entre sus brazos.De igual manera que también repetiría aspirar la fragancia de ese olor -único en el mundo- de la carne de tu carne recién parida.La vida ya no podrá ser imaginada desde entonces sin ellos. Las hay que repetimos y algunas -cada vez menos- forman familias numerosas, a pesar de que en el crítico momento un suspiro de derrota hace repetir a una mayoría: :"no tengo más...". De ahí lo escrito por Jorge Devrabo: "Nunca en la vida estuve tan deprisa tan lleno de relámpagos negros, como ahora que ha muerto tu sonrisa, y están con tu dolor todos los fuegos..."

La parte masculina cada día está más integrada en el proceso del embarazo: se familiarizan con ecografías, cinturones de monitorización, gimnasia preparto y demás términos de obstetricia, llegando a la recta final casi con la misma sensación de preñez que su compañera. El fomento de la asistencia al parto les hace sentirse sobre manera parte integrante del proceso, a la vez que comprenden mejor el especial momento por el que pasan las madres de sus hijos. Por uno de ellos (Rubén Maldonado) fue escrito este bello poema: "...Y un día de fiesta ,tal vez domingo, abrirás tu cuerpo a un llanto pequeño, y en tu regazo amamantarás a un niño con tibia fragancia de un amor profundo"



Imagen 1: Mujeres coyanas bajo la ovetense estatua de la Maternidad, "La Gorda".
Imagen 2:
Sandra Fernández Gutiérrez, en la recta final de su embarazo.