sábado, 11 de enero de 2014

Las palabras que somos

"La palabra es mitad de quien la pronuncia, mitad de quien la escucha" (Miguel Eyquen de Montaigne)

Acostumbramos a decir que las palabras se las lleva el viento pero, antes de ser arrastradas, sanan, hieren, matan, conquistan, te hacen crecer, soñar o reír. Leía por la Red que los vocablos se viven, se aman y se sufren, además de ser buscados, en ocasiones, para que hablen de nuestros silencios. Aún sin decirlas todas, estamos hechos de palabras. Por eso hay que cuidar mucho el cómo, el qué, el dónde y el cuándo antes de pronunciarlas. "Te arrepentirás de haber hablado, nunca de haber callado", decía mi abuelo; como también escuché siempre que la palabra de un ser humano era sagrada, antes que cualquier otra modalidad de pacto. A medida que transcurre la vida vamos comprendiendo que todo dicho tiene su contrario.


Con las palabras construimos y destruimos, al mismo tiempo que marcamos destinos. Tal vez ya estén escritas mucho antes de que nosotros fuéramos esbozos de vida, pero debemos plasmarlas para que construyan nuestros mundos. Hay palabras que acarician, otras amenazan y te hacen pequeño, asimismo de las que enseñan y guían, entremezcladas con las las que suenan a música y a poseía. Otras te llevan a desear que te trague la tierra, más aquellas que en algún momento casi todos nos habremos o nos hubimos de comer. Ninguna es banal. Todas llegan a su lugar justo.

Una palabra cambia nuestro rumbo más de lo que imaginamos. Tal vez quien la pronunció nunca supo cómo el conjunto de unos términos influyó en el devenir de nuestra historia. Se sorprenderían de las decisiones que han propiciado un conjunto de letras salidas de sus labios. Recordamos palabras de mucho tiempo atrás tan nítidas como si las oyésemos el día de hoy. Ahora mismo recuerdo tres que una tarde, de esas tantas grises que se tienen, me apuntó una persona muy querida: sé tu misma... También las propias recorren destinos ajenos y dibujan historias más allá de nuestro entender.

Los creyentes aseguran que "el verbo se hizo carne y habitó entre nosotros", y repiten en sus misas las palabras bíblicas: "mi palabra os dejo mi palabra os doy",  "una palabra tuya bastará para sanarme" o "por sus palabras le conoceréis" (una educación infantil católica obligatoria no se olvida de un día para otro). Y... ¿quién ha olvidado las primeras palabras de sus hijos o las últimas de sus seres más queridos?. Qué decir de poetas y escritores de todos los tiempos, que han construido universos con palabras que cada lector ha hecho a su imagen y semejanza, imaginando paisajes infinitos tan sólo con letras hiladas, que a cada cual se le antojan únicas. Cada combinación de letras tiene connotaciones diferentes para cada ser humano. No es lo mismo el hola de un amigo, el del portero, el de tu hijo o el de un amor. Por poner el ejemplo de una de las más  utilizadas. Sin olvidar las sinceras por excelencia, aquellas que sólo nos decimos a nosotros mismos.

Mi amiga Lola dice que cuando las palabras de alguien la aburren, no le interesan o no le convienen pone el automático y piensa en las propias. "Desconecto", que dicen otros; una forma de conseguir que muchos sonidos salidos de boca ajena nos resbalen, aunque algunos es posible que merezcan más atención de la que muchas veces les prestamos, a la par que en otras ocasiones deberíamos saber darles la importancia justa para que no sean un recuerdo envenenado. "Díxolo Blas, puntu reondu", expresión asturiana que engloba toda la ironía hacia las prepotentes palabras de algunos. En el cómputo de las recordadas, casi siempre se convierte en inolvidables aquellas que nos han humillado o puesto en ridículo, más que las que nos hirieron de otro modo. Como la mayor decepción será siempre la de la palabra fallada de quien le habíamos dado toda nuestra confianza. Tampoco deben llevarnos a engaño ciertas verborreas. Eso lo tenía bien claro Confucio, al escribir que "un hombre de virtuosas palabras, no es siempre virtuoso"

Todos tenemos nuestra favoritas, aquellas que nos llevan a imaginar momentos, caras, o situaciones que nos agradan. Luego están los términos de moda, que cambian según la actualidad, las generaciones o la influencia de las culturas que nos rozan. A fuerza de oírlos y del acceso y la inmediatez de las nuevas comunicaciones, hay términos económicos y jurídicos que se hacen tan familiares como el cotidiano día a día: imputados, preferentes, recortes... paralelos a otras acepciones que, desgraciadamente, vuelven a ponerse de moda: intolerancia sería una de ellas.

Porque estamos hechos de palabras hay al menos una que nos define de manera esencial a cada ser humano. Nos podemos pasar toda una vida buscándola. El día que damos con ella o que verdaderamente alguien nos la acierta hemos dado un gran paso. Y ya que parecemos estar siempre en el punto de partida de las incomprensiones personales y sociales, un recuerdo a lo que dejó escrito Blas de Otero: "Pido la paz y la palabra".

Aún cuando tal vez sean un viaje a ninguna parte, son una manera como otra cualquiera de vivir para quienes las usamos como la mejor forma de entender lo propio y lo ajeno; una tabla de salvación para construir y expresar nuestro mundo, que de otra forma se nos hace más cuesta arriba. Si habéis llegado hasta aquí, es que mis palabras no han sido escritas en vano. Gracias... ¡qué bonita palabra!