domingo, 18 de marzo de 2018

Hombres buenos

"No todos los hombres pueden ser ilustres, pero pueden ser buenos" (Confucio)

El municipio de Sobrescobio se ha quedado este fin de semana sin dos hombres buenos: Luis y Manuel. Aunque la percepción de las cualidades de los demás nos es igual para todos, hay un denominador común para aquellos que pusieron bálsamo, no tormento, en les caleyes cercanes. Como ser bueno es de valientes, cada vez que se va para siempre una persona buena, nos quedamos algo más desamparados y con un trozo menos de buena memoria; la de aquellos valientes silenciosos. Por los lugares pequeños se notan especialmente las ausencias porque, en la misma proporción que se viven más intensamente los problemas, se acrecienta también la nobleza y la parte más entrañable de la vecindad que se comparte, más a menudo que en las grandes poblaciones, de puertas para afuera.

Luis "el de Marianita" tenía la mirada azul y risueña. Los últimos años de su vida lo veíamos más porque paseaba desde Rioseco hasta Soto todas las mañanas; me imagino que por esas recomendaciones saludables de las bondades del caminar. Era quinto de mi madre; y eso hacía que tuviesen un especial lazo de cariño.No hace tanto que se vieron en el médico, y de algún modo se despidieron para siempre. "Luis ya nun taba bien, le faltaba la energía. Tuvo que coger el ascensor para subir un pisu, él que caminaba como un galgo", me contaba Bárbara. Luis también siempre forma  parte de otros recuerdos más lejanos: cuando lo veía  los domingos que bajaba  con mi padre, asiduo del juego de las cartas en el bar de Arturo, de Rioseco, el suegro de aquel hombre del que era imposible no quedarse con sus ojos del color del mejor cielo. Ni siquiera teníamos coche de aquella. Solo una vespa, que me trae recuerdos de los aires de primavera de la niñez; arropada por unos brazos que en esa época de tu vida representa al héroe protector de todos tus problemas vitales. De ahí que al pensar en Luis también me acuerde de lejanas tardes de tiempos infantiles en que la vida se ve otro color, además de esas mañanas, más actuales, de caminante y del abrazo cariñoso que siempre daba a mi madre con la camaradería y la solidaridad del paso de ochenta largos años, que les enseñaron a valorar lo que de verdad importa.

A Manuel Torre lo conocía menos, aunque sí a muchos de su familia. Sus noventa y tres años le obligaban a una vida menos activa, por lo que se veía ya poco por los caminos del concejo. Pero su nieta, Liliana, con la que más contacto tengo, hablaba  tanto de  "mi güelu", que me hago una idea de cuánto lo estarán echando ya de menos. Por otro lado,  el hecho de que Manuel siempre llevase en su cartera la foto de un amigo, muerto trágicamente en la juventud -hermano de mi padre-, me hace pensar que alguien que no olvida a un amigo después de tanto tiempo era una gran persona.

Por lo demás, hoy es el Día del Padre. "Sácame la licencia de pesca", me decía siempre el mío cuando se aproximaba San José. Y, aunque los dos sabíamos en los últimos años que no la estrenaría, porque los achaques se iban acrecentando y el pescador que se conocía cada pozo y cada piedra del Alba y otros ríos cercanos ya no era el mismo, yo le llevaba su licencia para que la vida pareciese casi igual. Para que aún pudiese soñar con la posibilidad de calzar las botas, amarrar el cesto a la cintura,coger la caña y volver temprano con el botín del pescador experto y agradecido que siempre fue. Primero por necesidad: "¡La de fame que nos quitaron les truches de jóvenes!, decía años después, en el tiempo que ya lo de pescar era para él un encuentro religioso con lo más puro del deshielo, cuando la naturaleza comienza a subir su sangre por cualquier recoveco.

Feliz Día a todos los padres; de los que pocas veces seguimos los consejos, hasta que ese día que nos faltan pensamos: "¡Cuánta razón tenía mi padre!" o "¿qué opinaría mi padre de esto ?". Disfrutadlos aquellos que los tenéis; los que no, habremos de conformarnos con ese puñado de recuerdos que nos hacen conservarlos con vida en nuestros pensamientos y en todos esos lugares por donde quedaron sus huellas de identidad. Las de los hombres nobles no se borran jamás;  se nos aparecen cada día a través de cualquier camino, bajo la piedra de un río, en las margaritas que asoman tempranas por los minifundios coyanes o en otras miradas que nos los recuerdan.Vaya para ellos ese ramo de flores virtual en el que podría escribirse: "A esos hombres buenos".