"Al transcurrir de los años, según va pasando el tiempo, a pesar de la soberbia, me veo más imperfecto.
Van creciendo los errores y las manías que tengo, mientras que menos aguanto de los demás los defectos... " (Jorge García Vázquez)
Manías… ¿Quién no tiene, al menos, una? Las hay para todos los gustos. Y, salvo las inconfesables, nadie se avergüenza de sus pequeñas o grandes rarezas.
Según el diccionario de la lengua española la manía es una preocupación fija y obsesiva por algo determinado. También se define como costumbre extraña, caprichosa o poco adecuada. El odio, aversión y ojeriza forman también parte del término; junto con un desequilibrio mental caracterizado por una fuerte obsesión. Asimismo está la manía persecutoria. Cada cual que eliga la que prefiera.
Cuentan que el escritor español Antonio Gala cree fervientemente en eso de “tocar madera”, de ahí su extravagancia de llevar siempre un bastón con ese material. Hasta Luis Migue hace gala de ellas. De los tics más notorios del cantante de boleros se detecta el de tocarse el cabello. Se lo perdonamos. Quién nos cantaría si no como nadie aquello de “No sé tú. Pero yo te busco en cada amanecer…”
Aunque científicamente la palabra obsesión sería la más correcta para identificar los caprichos de “andar por casa” -las auténticas manías formarían parte de una enfermedad mental- todos nos entendemos mejor con el vocablo popular.
En los temas domésticos se encuentra la lista de la mayor parte de las chifladuras. Los cuadros en el nivel exacto, los visillos parejos hasta en la última vainica, las perchas mirando todas para el mismo sitio, la tapa del inodoro bajada, comenzar a leer el periódico por la contraportada, las persianas al mismo nivel -una amiga de juventud era capaz de recorrer kilómetros si recordaba que no había dejado los listones de sus ventanas en el mismo número-, las puertas de todos los armarios cerradas. Y ya puede esperar sentada la urgencia porque Carolina no sale jamás de casa sin desayunar. Mi última adquisición en materia de constumbres raras ha sido la de Towanda: siempre duerme con un pie fuera de la cama. Cuando se le enfría en exceso, saca el otro.
También abundan las relacionadas con los miedos y las supersticiones. Mirar debajo de camas antes de acostarse ó al llegar a casa, no sentarse nunca de espaldas a una puerta, dormir siempre mirando hacia la ventana, evitar los recintos oscuros, torcer la cabeza de cuando en cuando hacia atrás por si nos persiguen, no abrir un paragüas dentro de un emplazamiento cerrado, cruzar los dedos ante una inseguridad, no pasar por debajo de una escalera, hacer siempre el mismo itinerario para acudir a los lugares habituales, y así unas cuantas más. El apartado de comentarios está abierto, por si queréis comentar algún desorden sicológico cosecha.
También abundan las relacionadas con los miedos y las supersticiones. Mirar debajo de camas antes de acostarse ó al llegar a casa, no sentarse nunca de espaldas a una puerta, dormir siempre mirando hacia la ventana, evitar los recintos oscuros, torcer la cabeza de cuando en cuando hacia atrás por si nos persiguen, no abrir un paragüas dentro de un emplazamiento cerrado, cruzar los dedos ante una inseguridad, no pasar por debajo de una escalera, hacer siempre el mismo itinerario para acudir a los lugares habituales, y así unas cuantas más. El apartado de comentarios está abierto, por si queréis comentar algún desorden sicológico cosecha.
Me quedó especialmente grabada la excentricidad de una señora que llamó hace un tiempo a un programa de radio que trataba este tema. Su manía era la de colocar las pinzas de la ropa del mismo color que la prenda que estaba tendiendo. En caso de que el trapo fuese de varias tonalidades, ponía la pinza de la gama predominante.Le costaba un disgusto si no tenía el gancho adecuado y removía Roma con Santiago para adquirirlo.
Palabra que una compañera de estudios volvió de Sevilla estupefacta con la chifladura de la familia de una amiga por la que había sido invitada. Antes de salir de casa, aunque fuesen a buscar el pan, si el domicilio quedaba vacío, cubrían todos lsus muebles con sábanas blancas.
Manía asimismo reseñable y , a mi modo de ver un tanto ofensiva, es la de una treitañera -ese dato es suficiente para que nadie se sienta delatado- que pasa compulsivamente la aspiradora, una vez que ya se ha marchado la visita, aunque el aposento haya quedado tan impecable como a la llegada de los convidados.
La tía de Mariana sube desde el portal hasta su sexto piso -si se le antoja que el ascensor se retrasa en exceso sube a patita- en caso de que se le ilumine la mente con la figura de una cucharilla del café sin recoger en el fregadero. Perjura que regresaría por tierra, mar o aire desde cualquier punto del planeta si comete “el disparate” de dejar el enser más insignificante a la vista de intrusos.
El temor a que “okupen” su vivienda es la gran preocupación de Adelina. Cierra su carísima puerta blindada con cuatro vueltas de llave, aunque simplemente su destino sea el de tirar la basura. Otras cuatro veces mueve la muñeca en dirección contraria y comprueba si de verdad ha dado idéntico número de giros en el llavín.
La limpieza obsesiva de las manos tiene más de un autor. En el caso concreto de Martín, el PH debe ser inexistente en sus palmas. No soy exagerada al informar que se las lava más de cien veces diarias. A sus cincuenta años ya es imposible conseguir que toque cualquier persona, animal o cosa sin que sus garras pasen posteriormente por el grifo.
Dentro ya de la enfermedad sicológica de las manías llevadas al extremo, en un reportaje que emitieron recientemente por los televisión, un chico sufría una verdadero tortura porque no podía de dejar de lavarse las manos en cuanto tocaba cualquier persona, animal o cosa. Cientos de veces tenía que enjabonarse los dedos y frotarlos con fuerza para sentirse libre de bacterias. Cada vez que llevaba a cabo ese acto, no dejaba de friccionar las manos hasta que las mismas no comenzaban a pelar. Un insoportable ritual
Dentro ya de la enfermedad sicológica de las manías llevadas al extremo, en un reportaje que emitieron recientemente por los televisión, un chico sufría una verdadero tortura porque no podía de dejar de lavarse las manos en cuanto tocaba cualquier persona, animal o cosa. Cientos de veces tenía que enjabonarse los dedos y frotarlos con fuerza para sentirse libre de bacterias. Cada vez que llevaba a cabo ese acto, no dejaba de friccionar las manos hasta que las mismas no comenzaban a pelar. Un insoportable ritual
Servidora, a pesar de ser más bien atea, me santiguo toditas las noches y, si me apuran, hasta el raro día que se cae una siesta. Aún cuando no soy muy coqueta, me pongo de mal humor si algún tono de mi indumentaria no combina según mi sentido de la armonía en los colores, aunque vaya a echar de comer a las gallinas. Me siento relajada cuando me deshago de objetos inservibles.No podría continuar el día si no dejo medio centímetro de café en el vaso. Me siento fatal cuando no pongo los tiempos del microondas en números pares, y he llegado a vendarme los dedos porque, ante una situación de estrés, literalmente me los como.
Elena, mi ya insustituible amiga de Facebook , confiesa que “desde que descubrí la Red social mis manías de hogar impoluto han ido decayendo en equilibrio directo con mis buenos momentos navegando por internet…” Os dejo, que hace diez minutos que no miro los mensajes de mi ordenador. ¡Qué manía…!