martes, 25 de octubre de 2016

La reina que llegó de un telediario

"Demasiado sexi", nos contaron algunos medios de comunicación acerca del vestido lencero negro que la reina de España lució en la noche del Concierto, una de las ceremonias clave de los Premios Princesa de Asturias. Veo que no nos hemos movido ni un ápice de los ancestros de la crítica sobre el vestuario femenino. Pero su década de los cuarenta, como ocurre en la mayoría de las mujeres, parece estar librando a Doña Letizia de esos complejos que les impiden ser libres. Olé por ella, independientemente de las simpatías o antipatías que pueda despertar. La reina que llegó de un telediario enseña segura sus brazos flacos pero musculados y luce sin tapujos su cuerpo delgado. Ajena al cotilleo, del que no me he escapado, se ha soltado la melena y sonríe al público. Excesivamene delgada para las opiniones de sus súbditos -el término medio es muy difícil de conseguir-, y próxima la fecha que nos recuerda la sorprendente noticia de quién sería la Prometida del Príncipe -en Haloween pasan cosas misteriosas-, tomen ejemplo de evolución las inseguras... Yo, que pertenezco a este grupo, hoy me levanté con la necesidad de reivindicar el escote descocado de Letizia, no porque sea mi Reina, de momento, sino porque es mujer.

Nació en Oviedo cuando la censura aún hacía estragos en los medios de comunicación y en el pop español triunfaba "Dama dama" -qué coincidencias-, de la malograda Cecilia. Hoy es la reina que llegó a nuestras vidas inmediatamente después de acabar la segunda edición de un informativo nacional un frío Noviembre. y cuyo futuro pasa por teorías inciertas. Sea como fuese, paradojas de la vida, con más de  una década de aprendizaje entre la casta suprema, aquella presentadora que nos hablaba de premios con títulos principescos, tan criticada por muchos, de ideas progresistas, divorciada, hija de un periodista y una enfermera, con ascendientes de clase obrera, es ahora, dicen, la que podría salvar la monarquía. Hay quien sigue preguntándose si fue por amor o por ambición el cambiar aquel chubasquero de reportera en el Caso Prestige por una Corona,a veces muy pesada. Nos preguntamos tantas cosas que jamás entenderemos respecto a las decisiones de los demás, ya sean reyes o nuestros vecinos de al lado... 

 La veda de las críticas se ha levantado y salpican y mucho a la antigua reportera. Las palabras más demoledoras sobre la reina Letizia salieron de la pluma de su propia familia, en el libro "Adiós, princesa", que su primo David Rocasolano le "regaló" a la ex periodista, donde contradictoriamente de lo que más se la acusa es con lo que más puedan simpatizar quienes presumen de ideas libres.Tampoco faltan otras "malas lenguas" que cuchichean sobre su pasado de  profesional fría y ambiciosa, las mismas que continúan diciendo, unas cuantas primaveras después  de su boda con Felipe de Borbón, que se ha vuelto distante; son quienes asimismo afirman que comienza a ahogarla esa vida de cristal, ambicionando ahora los instantes de felicidad con sus amigas en una terracita cualquiera sin que nadie controle cada uno de sus sorbos. Cuentan además por esos mentiremos que gusta de comprar ropa en esas tiendas para féminas de barrio.


Por tierras coyanas también anduvo Letizia de Borbón hace casi siete años para la entrega del Premio de Pueblo Ejemplar a la Comunidad de Sobrescobio. Fue la distancia más corta que tuve con su persona. Los que sólo la conocemos de observarla a unos metros o a través de pantallas y  papel rosa no podemos arriesgarnos a juzgarla tan alegremente. Pero si en algo despierta mi simpatía es ese comentario que circula entre el gremio de que únicamente ha invitado a su boda a una de las personas de más bajo rango en la antigua empresa periodística en la que había hecho sus prácticas. Doble lectura tiene esa decisión, pero quienes gustamos de las relaciones no de conveniencia, la aplaudimos. También cuenta la leyenda que, tras conocerse su enlace con el Principe -no sabemos si asimismo a ella se le habrá vuelto un poco rana a estas alturas del cuento- alguien coló bajo la puerta de su habitación en un hotel asturiano una nota que lllevaba por título: "No nos falles".

Rumores acuales susurran  que los fervientes monárquicos, los mismos que en su día no vieron del todo bien ese enlace entre sangres de distinto color,  se parapetan ahora tras los hechos y modales de alta cuna de la nieta de una locutora.  Dicen de ella que es lista; y eso no se compra por mucha sangre azul que se tenga. Una pena que hasta la despreciaban por plebeya los de su mismo status. Y una lástima también que la cirugía, no sólo la plástica, la vaya transformando en una hembra de escaparate. Nos gustaba más aquella que "osó" decirle a su prometido: "déjame que termine". Pero, como mujer espabilada que parece, supongo que si las exigencias de la historia desbancaran de su jaula de oro a aquella joven que hizo su último trabajo de informadora con un temple envidiable -sabiendo la que le avecinaba minutos después- lo entenderá. Supongo

Fotografía: Libertad Digital

martes, 11 de octubre de 2016

En el Día de la Niña, las que un día lo fuimos

"Le contaré a mis hijas que hubo un tiempo en el que nadie preguntaba a una niña que quería ser de mayor porque todo el mundo conocía la respuesta. Pero entonces las mujeres se levantaron y cambiaron la respuesta" (El secreto de Obama, Mónica Pérez de las Heras). 

Blanca me comentaba hace unos días, en una tertulia que compartimos sobre Igualdad, que su abuelo paterno la educó desde bien pequeña para que fuese una mujer libre. Le decía el viejo progresista: "cásate solo si quieres, ten hijos solo si te apetece, viaja, ama, lee, estudia, vete al cine, haz deporte, escucha música, vístete como quieras, sé solo tuya". Y vaya si siguió sus consejos. Me explicaba a propósito del tema que, a los veintipocos, acostumbraba a encerrarse en su habitación a leer y escuchar música. Cuando salía a la calle lo hacía vestida de gótica, exageradamente extravagante. "Todos me miraban", pero me daba igual. Me sentía bien siendo diferente y desafiando cánones establecidos, muchos de los cuáles a mí se me antojaban hipócritas. A sus cincuenta y pocos es ahora una mujer con un trabajo fijo en la administración pública, metida en la vida política de su municipio y comprometida con los temas sociales. Tiene carácter y las ideas claras, y dudo que se deje atrapar nunca por un rodillo machista, ni que deje a un lado esa rebeldía inculcada por el hombre que le marcó a fuego lo de la igualdad y los derechos femeninos.

Me acordé de las palabras de Blanca porque hoy es el Día de la Niña .Ya no sé si llegaron primero la celebración de tantos días en honor a algo o a alguien (de las montañas, de la sonrisa, del alzheimer, de los abuelos,de los animales, de la mujer rural, contra la xenofobia, de los refugiados...) o las redes sociales como medio para visualizar asuntos que exigen de atención; sea como fuese  todo lo que se haga no está demás. Tal vez mucho solo quede en logotipos, en bonitas palabras, en impactantes imágenes o en meros trozos de historia, pero menos es nada, y algún poso siempre queda;  ya sea removiendo conciencias o induciendo a hechos.

Muchos opinarán que las niñas de hoy en día pocas cosas tienen que reivindicar. Seguramente aquí, en nuestro país, la mayoría de ellas no, afortunadamente. Pero hay muchos lugares donde los derechos de las chicas están a años luz  de sus coetáneos masculinos. Violaciones, castraciones, esclavitud, negación de la enseñanza, machismo en el hogar, malos tratos paternos, y un sinfín de vejaciones que limitan la libertad y el desarrollo como personas de estas pequeñas mujeres que llegarán a adultas con un gran sentimiento de impotencia e inferioridad, y lo que es peor creyéndose ellas mismas que son de segunda, cuando no de tercera o cuarta. Por otra parte, mientras en cualquier lugar del mundo, y por la misma razón, alguien piense que él es un Don Juan y ella un putón verbenero, habrá un motivo para rebelarse, por poner un ejemplo.

También pensé en las niñas que un día fuimos las de mi generación, la misma que la de Blanca. Cuando nosotras nacimos era un tiempo en que las luchas feministas comenzaban a calar, pero en el que todavía no podían votar las mujeres españolas o acudir solas al Banco a resolver cualquier tema económico; mucho menos ir a tomar una copa con amigas o hablar más de tres minutos con un hombre que no fuese un familiar directo sin ser objeto de críticas; leyes orales o escritas que comenzaban a aprenderse en la escuela, donde estábamos separados por razón de sexo.Precisamente el año que nosotras nacimos,nació en España el Movimiento Democrático de mujeres, asimismo que nuestras madres se atrevían con las primeras minifaldas. Faltaba, por otro lado, un año para que nuestra mayoría de edad legal -25 para ellas, 21para ellos- se equiparase con la de los chicos. Por aquellos finales de los 60, aún estaba bien visto que un hombre ejerciera arbitrariamente la autoridad sobre su novia, hermana, esposa o subordinada; una autoridad que tenía carta blanca para cualquier tipo de maltrato. Lo que se disculpaba en el macho era una mancha imborrable en la mujer, y si ésta destacaba en algún arte o ciencia o sabía más que él debía de disimularlo. No en todos los casos; algunos hombres, como el abuelo de Blanca y otros cuantos, algunos de los cuáles traté muy de cerca, infundaron inquietudes y no temores en las niñas que tenían a su alrededor. Entre eso y el coraje de otras féminas que no cedieron al desaliento hoy podemos ser más libres y más iguales por esta geografía, aunque todavía hay mucho machismo encubierto y, en ocasiones, poca solidaridad entre las mujeres.

Mi hijo pequeño llegó el otro día de la escuela quejoso de que las chicas, con eso de que pasaron siglos padeciendo desigualdades, ahora se pasaron al otro extremo. Me da ternura como reivindican ahora ellos su parcela de poder, porque dicen que las niñas abusan de sus derechos y quieren relegarles a un segundo plano. Yo le hablo de la ley del péndulo y esas cosas, y quiero convencerle de que nadie es más que nadie, solo iguales, salvo en la anatomía.  Sin embargo, a pesar de que las cosas han cambiado mucho,cuando las mujeres hablamos del tema, convenimos en que determinados roles tienen un gen ancestral que explica ese poso de  superioridad varonil, por mucho que se encubra de Igualdad.

Por eso, cuando ayer abrí en mi correo un mensaje para que firmase apoyando que la Real Academia añadiese al diccionario la palabra sorodidad, que viene a ser lo mismo que la fraternidad en versión femenina; vamos la hermandad entre las mujeres, pensé que lo que en un principio parezca querer rizar el rizo del feminisno tal vez tenga su punto de equilibrio. Tantos años inclinando la balanza hacia el lado de los varones necesita de visualizaciones más o menos prácticas. ¿Os imagináis ahora no poder decir la jueza, la médica, la abogada, la ingeniera, la empresaria...?. Pues, en su día, fue motivo de desdenes, y vaya si costó normalizarlo.

¡Feliz Día de la niña!, da gusto verlos siendo amigos y amigas al salir de las aulas desde el parvulario, y tratándose como compañeros, al tiempo que van entendiendo por qué es necesario seguir reivindicando. Y qué bueno que las chicas ya no quieran ser princesas. Incluso alguna de sus sudaderas lleve grabado: "Cenicienta no quería un Príncipe, quería una noche libre y unos zapatos...".

Fotografía 1: Con mis primas, por la Ruta del Alba, en un verano de nuestra niñez.

martes, 4 de octubre de 2016

Voy comprate unes madreñes...

"¿Le podemos hacer una foto con esos zapatos de madera?", preguntan ahora con frecuencia los turistas a las personas que aún llevan "madreñes" por las aldeas asturianas. Sus incondicionales caminan con ellas con la misma destreza que los visitantes calzan sus botas de senderismo. Desde que las calles de los pueblos han sido mejoradas con adoquines más cómodos y limpios, a la vez que hay infinidad de sustitutos para ese calzado de madera, alzado con talón y dos tacos delanteros,  les madreñes -esta palabra es como les fabes, pierde su autenticidad si no se escribe en su lengua autóctona-, comienzan a ser un elemento típico en extinción, cuando no un objeto de deseo, por el que ya han cometido algún delito. Si no que se lo digan a unos cuantos de mis vecinos que han viso desaparecer sospechosamente sus zapatos de faena, intuyendo que alguien los ha cambiado de sitio para el museo de las antigüedades caseras.

A mí me encantan les madreñes. Apenas comienzan los días de frío, incluso algunos grises de verano, tengo claro qué calzar en cuanto salgo de la puerta para afuera los fines de semana. Ahora vuelve a dignificarse su figura y se han multiplicado los modelos y colores. Pero, independientemente de su estética, las propiedades de este complemento tan asturiano no tienen parangón: aíslan del frío, de la lluvia, mantienen limpio el calzado que va dentro, son fáciles de quitar y poner, y realzan la figura; gracias a unos abundantes centímetros que nos separan del suelo cuando las calzamos. De ahí la canción que aún me parece que estoy oyendo entonar a mi padre: "Voy comprate unes madreñes, de tacón y que llevanten, que yes pequeña y nu alcances a los brazos de tu amante...".

Por otro lado, también este calzado forma parte de la otra vida que tan de moda está darle a los objetos, y lo mismo te las puedes encontrar a modo de portafotos, de maceteros,de portalápices,de recipiente para flores perfumadas o de soporte para bolígrafos, dependiendo de su tamaño Asimismo,  si una bloguera de la moda, pongo por caso a Paula Echevarría, las usara por la ciudad, sería el complemento revelación del otoño-invierno, junto con el rosa cuarzo de sus camisetas, o el  de su falda del color del vino Marsala.

Luego está esa relación de afecto que  los niños de aldea tenemos con les madreñes. Entre los privilegios de nuestro pasado anotamos el de haber ido a aprender las primeras letras con los pies bien calentitos y en zapatillas. Imaginaos la estampa del portal de un pequeño edificio de escuela, con unos veinte pares de madreñes, del número 25 al 38. Más atrás quedan las historias de los artesanos que iban por las casas a hacer madreñes para toda la familia. Se instalaban en las humildes viviendas unos días para hacer el trabajo y a cambio recibían, si no un pequeño salario, productos típicos de la tierra que pisaban. De esos tiempos nacieron amistades verdaderas que pasaron de generación en generación, incluso hay historias de amores en madreñes, por aquello de que se llevaban al baile las las reservadas para el Día de Fiesta además de para ir a la iglesia:  Hace pocos años, un representante del clero algo tiquismikis ha amonestado a unas feligresas porque "no se puede venir a misa con el calzado que llevan a los cerdos", cosa que nunca fue así por lo que os conté de unas madreñas para cada ocasión.

"¿Vamos a hacer trastaes", nos decíamos los nenos y les nenes de cuando en cuando, y una de nuestras travesuras infantiles era esconder una madreña a algunos vecinos y cecinas, que tenían en sus aceras y portales. "Que pucu se nota que tan con los cures y les monjes, mante", les decían como reproche a nuestros padres.

.Ahora el oficio de madreñero artesanal está en extinción y son contados estos profesionales en nuestra región; por eso la importancia de valorar su singular trabajo, de auténtica ingeniería para  quien no sabe dar forma a un trozo de madera. Qué lejana queda la realidad de otra famosa tonada asturiana: "Baxaba Barrial de Casu, con un sacu de madreñes, grandes y pequeñes, y a peseta el par. La Madera de abedul..." Y cómo ha llovido de la Peseta a los 35 Euros que suelen costar en la actualidad los zuecos astures. No hay constancia de cuándo aparecieron los primeros zuecos de madera, aunque se piensa que la idea primitiva fue una plancha de madera atada al pie con una cuerda. Antes que las que ahora todas conocemos -la madreña de zapatilla- se usaban las de escarpín, más robusta y de boca cerrada.Y antes de las gomas de sus tacones estaban los "claos", cuyo ruido en las noches de aldea sigue despertando nostalgias en la memoria de los más veteranos.

 Por todo lo anterior,  decir madreñes es decir trabajos de otras épocas, es hablar de manos hábiles, pieles curtidas, gestos toscos, corazones tiernos y pisadas cálidas. Decir madreñes es decir aroma  a caminos con olor a tierra mojada, a trabajos en el campo y a historias superpuestas en nuestro tiempo de plásticos y momentos efímeros. Decir madreñes es decir una tradición con el alma de los pasos, que cantaría Serrat.