martes, 20 de septiembre de 2016

Cohousing

Entre el hacerse mayor con los viejos conocidos y el co-housing -envejecer con los amigos-, han pasado ya siglos. En la hilera de casas de un barrio de mi pueblo -dos de sus viviendas son las que os muestro en la foto-, el más antiguo por el número de casas viejas que hay juntas, ahora más despoblado, vivían Ramona y Pelayo, María y Celedonio, Generosina y Llorencín, Gilda de Roces, los hermanos Melendi, Kiko y Virginia, Nieves y Josefa, Concha y Constante; no todos en el mismo tiempo , pero sí en una época cercana;  algunos con su prole, y otros eternos "solterones", con el encanto de los mordaces gruñones, algo más puñeteros que el resto, por aquello de que es fácil criticar sin piedad lo que no se ha vivido.  Como nada está inventado, era un ensayo de las modernas modalidades de envejecimiento con independencia y dignidad. Los más jóvenes ayudaban a los mayores y, a su vez, los segundos servían de cuidadores de niños y otros ancianos en peores condiciones; incluso de  periodistas de temas varios, que por entonces lo de los medios de información actuales no existía. Compartían asimismo comidas, carencias, risas y duelos a partes iguales.
Miedo me da, porque los que tenemos ya esa edad -rara porque ni nos sentimos mayores ni somos jóvenes- ya empezamos con conversaciones de lo que nos gustaría hacer dentro de unos años, siempre con la incertidumbre lógica de los acontecimientos y del devenir que no suele ser como uno se lo imagina. "A mí no me gusta la soledad", dice María, que asegura que vendería su alma al diablo con tal de no verse en esa tesitura. Juan, por el contrario, dice que aguantará en su nido, solo o acompañado, mientras el cuerpo aguante. A unos cuantos y cuantas más nos encanta la idea de una especie de comuna en la que cada cual aporte sus valías para ayudar a sus compañeros. "¡Menuda orgía octogenaria!", dice con picardía Inés, para quien esa utopía es difícil de cumplir porque para entonces ya no estaremos para organizar y ahora que sería el tiempo no hemos empezado. Esteban piensa que acabará como un ermitaño porque reconoce que, a pesar de que valora más los quereres auténticos,cada día siente más necesidad de estar solo. Vamos, que se aguanta cada vez menos a si mismo, como para pensar en un futuro de cercanías vecinales y comunitarias. Nada que no sepamos de esa necesidad de aislamiento transitorio que nos va invadiendo al tiempo que cumplimos otoños. "Con que haya Wifi donde caiga me conformo", les aseguró yo tan en broma como en serio...