domingo, 17 de enero de 2016

Las mariposas negras del alma

Siempre empiezo a leer las revistas y los periódicos por el final. Una manía como tantas que van aumentando con el paso del tiempo. Cosas tan nuestras que imprimen particularidad, que dice una de mis amigas del alma. Pero en esta ocasión los dedos me llevaron a abrir el dominical  al azar, justo por el reportaje titulado: "La depresión soy yo". Qué casualidad, tú me habías estado contando hacia unos instantes , mientras devorábamos casi con ansia una bolsa de esos frutos secos a los que llevamos un tiempo enganchados, que nada te hacía feliz . Que el mundo te suponía una pesada losa de hierro y había días en los que solo mover un silla te suponía un esfuerzo insoportable. Algo parecido a lo que decía Laura Hospes en el reportaje: "Llega un momento en el que abandonas la lucha y te ahogas... Y ya nada te importa. Solo puedes hundirte más y más...".

Y es que cuando las mariposas negras del alma atacan no dejan títere con cabeza. Si no se controlan a tiempo destruyen hogares, relaciones; vidas enteras... Hasta que uno mismo no se arma para combatirlas el remedio no existe o cuando llega es demasiado tarde. Se les suele dar de comer carnaza externa y se retroalimenta la tragedia. Las mariposas oscuras anidan en el corazón de quien las genera y se reproducen por miles, escarbando en lo peor de tu mundo imperfecto Uno se acostumbra a la infelicidad propia y ajena y se convierte en algo tan cotidiano que llega a parecer lo más normal.

Las consecuencias de la espiral depresiva son nefastas, porque es muy difícil dejar impecable un jarrón de porcelana desecho en mil pedazos. Los efectos de los bichos del alma producen rechazo y desesperación a partes iguales. Pero también una necesidad intangible e incoherente de sufrir para sentirse mejor. Y así la vida para ellos y para quienes están cercanos en sentimientos se transforma en un infierno, mientras que el resto del mundo, ajeno a tus desastres personales sigue rodando como si nada. Nadie puede ayudar a quien no quiere escalar para afuera en el pozo. Desaparece la empatía e incluso la culpabilidad por los efectos colaterales del daño causado. Por otro lado, quienes te rodean caen a veces, por desesperación e impotencia, en la crueldad hacia quien se retuerce en el fango de lo negativo.Las aguas en las que nadan este tipo de personas que sufren el declive se vuelven tas turbias y virulentas que se transforman en impasibles ante el dolor infringido a sí mismas y a quienes les rodean. No hay enfermedad peor que la que no acepta ser curada. De nada vale tener noventa y nueve cosas buenas porque la mala que hace el número cien lo embarra todo.La mejor hora del día ya no es para ellos la de ver la vida bullir, sino la de acostarse para meterse más profundamente en su mundo de oscuridad.

En paralelo, quienes viven el día a día de esas depresiones, sonríen, bailan, cantan, se ponen de punta en blanco algunos días; levantan su cabeza y salen a la vida como si nada malo les ocurriese. No es ausencia de sentido ni de consciencia de la realidad; y mucho menos falta de empatía; se llama resilencia, el arma más poderosa para avanzar a pesar de las contrariedades vitales.

Llegaba el ocaso y amenazaba la helada del cielo estrellado en la tarde de Enero. Me comparaste la imposibilidad de tocar aquella luna que apenas empezaba a salir tras las montañas con que tú fueses algún día algo más feliz. Pero no queda otra que levantarte mañana de nuevo, convencido al menos de que todavía hay para ti un abrazo cálido esperando para sanarte. Estoy segura de que las mariposas comenzarán a ser de colores si emprendes la lucha. Nada es fácil para nadie. Lo que cambia es la actitud ante la vida. No cedas al desencanto. Los días mejores pasan muy deprisa y, cuando quieras darte cuenta, habrás perdido lo mejor de ellos peleándote con gigantes que solo son molinos.


Imagen: Cuadro de las mariposas de Dalí.