viernes, 16 de marzo de 2012

A nadie le amarga un dulce...


"El que se guarda un elogio se queda con algo ajeno" Pablo Picasso


"Nada sabe tan dulce como su boca...". Si alguien como un prestigioso cantante obsequia con tan bonito piropo a su pareja, el elogio adquiere categoría de poema. Y es que la elegancia de un requiebro depende tanto de la circunstancia de quien lo profiere como del oído de aquel que lo recibe. Lo que en determinada circunstancia puede sonar cursi, grosero o adulador, se puede tornar el más bello de los arrullos.

Sobre el piropo y sus derivados se han escrito hasta concienzudas tesis; en las que, a fin de cuentas, lo que más claro queda es que, cada cual a su manera, todos necesitamos de ese halago que lleva implícito un gran componente de seducción. Lo que no implica que tenga que necesariamente ir siempre dirigido al sexo opuesto o a la persona que amas.

Aunque los orígenes del piropo tienen diferentes versiones, su historia se remonta a la antigua Grecia.  Para algunos, el término significa rojo fuego . Los helenos lo usaron para calificar las piedras finas de color rubí. Esta piedra simboliza el corazón y los galanes se la regalaban a su amor. Los que no tenían dinero para comprarla, lo sustituían por bonitas palabras. Otra teoría dice que viene de los términos griegos "pyros" (fuego) y "ops" (rojez en la cara). Una tercera explicación habla de "fuego en la mirada".

Sea como fuere, la historia del piropo continúa a través del tiempo, con las correspondientes adaptaciones al progreso físico, verbal e intelectual. A parte de los malsonantes, que en determinados momentos, también tendrán su disculpa, la gama de galanterías es tan extensa como divertida y, en muchos casos, original. Del sur de España me han hecho llegar algunos: "Con esa pierna...¿para qué otra?". "Esas son carnes y no las que echa mi suegra al cocido". "¿Te conozco", -No. Entonces te soñé". "Cuidado morena, que te van a echar un bocao, no yo , mis caballos...", acostumbra a gritar un calesero.

Mientras no tenga tintes de -ismos, el piropo siempre saca, cuando menos ,una sonrisa.  Ante la reunión de amig@s que solemos disfrutar con asiduidad, suele pasar un vecino solterón -muy a su pesar,dice- que nos alegra el rato cuando nos repite domingo sí, domingo también : "¡Qué suerte tienen algunos...!". Cuando, pasados los sesenta -historia real-, y con más de cuarenta años de matrimonio  una señor piensa en alto, al observar desde la ventana  a su mujer: "¡qué culo tiene todavía la hija de p ....!" , aunque el término no sea apto para menores,  no deja de ser digno de mención. "¡Vas dexala entera!" (la vas a dejar entera), le decía con gracia un paisano en Asturias a un amigo cuando pasaba por su lado la mujer del último, que estaba de muy buen ver. Lo que me retrotrae a otra anécdota contada por mi padre, ocurrida un día en el que el sacerdote de la aldea le fue enumerando a un feligrés los Diez Mandamientos, para ver si los cumplía. Cuando llegó al noveno (no desearás a la mujer de tu prójimo), el parroquiano confesó sin dudarlo: "esi quebrántolu enteru, señor cura..." (me imagino que no hace falta traducción).

Las hembras también echamos piropos a nuestros contrarios, aunque es posible que  más sutiles y menos sonoros, transformándonos alguna que otra vez  en albañiles de azoteas. Adentradas en esos años en la que no "parecemos" peligrosas,  tal vez nos desinhibamos más y nos atrevamos a elogiar ciertas cualidades masculinas sin tapujos. Es posible que no se hagan una idea de las "capacidades", o no, que les  llegamos a extraer en algunos coloquios femeninos, máxime cuando nos dan pie para ello delatoras grabaciones privadas en las que un aspirante a monarca de unos de los países más poderosos del mundo "piropeó" a su amante con aquel internacional deseo...

Superficialidades a un lado, los halagos -que no las adulaciones- que más deberían congratularnos son aquellos referentes a las cualidades que no se marchitan con el paso del tiempo.Por eso el mejor piropo que puede ofrecerte alguien es su total confianza. Y  hay quien dice que el más delicado de los elogios es un libro. Aún quienes huyen de las admiraciones, nunca deben de dejar a una lado la posibilidad de merecerlas. No debemos de ser, por otro lado, parcos en alabanzas para aquellos que las merecen porque "de seguro algo digno y generoso muere por falta de elogio", escribió Nesfield.

"Porque yo lo valgo..." dice un famoso anuncio de champú. Si es necesario para alegrarnos las mañana, nos autopiropeamos frente a ese espejo al que, en mi caso, ya le he rebajado las luces para no encontrarme con una nueva patita de gallo cada día, recordándome el paso de las primaveras. "Comencé a ser verdaderamente consciente de que ya no era una joven cuando un día, parada en un semáforo, agarré fuerte mi bolso al percatarme de que un chico me miraba fíjamente, y ni se me pasó por la cabeza que era por mi atractivo físico...", comentaba una famosa actriz española de mi quinta.

"...Nada sabe tan dulce como tu  boca...", oí cantar ayer mismo a un sentimental  sin remedio. Hay que relajarse e intentar sacar la poesía, aún en estas fechas de ánimos crispados, decepciones sociales, debacles económicos, mengua en la calidad sanitaria, recortes educativos y otras mayores tragedias humanas. Sintámonos algún que otro amanecer la inspiración de las innumerables melodías que hacen inolvidable a cualquier ser humano. Al fin y al cabo, a nadie le amarga un piropo...

Imagen: Rosas de chocolate (Imágenes animadas.com)