domingo, 29 de enero de 2017

De aquel tiempo entre costuras

De uno de esos cajones, destinados a los objetos que ni se olvidan ni se dejan de olvidar, rescaté este mural. Los complementos que llevan las muñequitas de este trabajo los hicimos en las clases de manualidades de EGB, con las monjas dominicas de Ribadesella, donde pasé algunos años de infancia y preadolescencia. Qué lejos lo de la vainica, el punto de cruz, los medios puntos, y demás; sobretodo para las que no salimos muy aleccionadas de ese tiempo entre costuras. Pero, mira, ya tenía el perfil de esas niñas su aquel de mujercitas criadas en democracia. Sin embargo, con agujas o sin ellas, hay que seguir hilando fino la vida cada día, y de qué manera. 

Por lo demás, Pepa Bueno nos cuenta esta mañana que la violencia de género no cesa en nuestro país, con dos nuevas víctimas en las últimas 24 horas, además de los agravios encubiertos de la polémica orden de Trump, que está haciendo pagar a justos por pecadores. Más terrible si cabe, la noticia del cadáver de un niño subsajariano encontrado en una playa barbateña. Asimismo Facebook, donde también abundan las violencias verbales y las noticias sesgadas -quizás más dañinas que las falsas noticias-, me recuerda una frase que colgué hace ya un año: "Les contaré a mis hijas que hubo un tiempo en el que nadie preguntaba a una niña que quería ser de mayor porque todo el mundo sabía la respuesta. Pero entonces las mujeres se levantaron y cambiaron la respuesta" (Obama). Ni un paso atrás. 

Buena semana, tampoco se puede frenar Febrero, que ya se cuela por algún rayo de sol más descarado.

domingo, 15 de enero de 2017

El pañuelín


"Sécate eses lagrimines con el pañuelín de seda, luego dime adiós con él y guárdalu hasta que vuelva" (Canción asturiana). 

La mayoría de ellos no eran de seda, y tal vez la generación del kleenex no los haya usado nunca. Pero eran un regalo obligado para Reyes, Santos y cumpleaños, además de un complemento que no podía faltar en el vestuario. Yo recuerdo que, allá por los siete años, me dejó media docena de esos lienzos infantiles el Ratoncito Pérez bajo la almohada. Alguna perreta armé aquel día -tal vez porque el regalo no era el esperado- y las pequeñas telas de algodón con impresiones de personajes de los cuentos de hadas desaparecieron como por encanto, para no volver jamás. Aún espero encontrar los "pañuelinos" un día de esos en los que "buceo" en la nostalgia de los viejos rincones. 

Todavía quedan pañuelos de tela por casa, y con ellos se me amontonan los recuerdos de la ropa nueva de mi padre cuando iba a algún lugar para el que había que ir mejor vestido -una boda, un entierro, una visita al médico, un viaje a la ciudad...- Para esas ocasiones se reservaban los más nuevos; los de la inicial bordada eran todo un lujo. No faltaba para ese tipo de eventos el pañuelín sobre la cama, primorosamente planchado por unas manos femeninas (así era entonces), con el especial aroma a la colonia masculina por excelencia de la época. 

Por otra parte, a veces, alguien perdía o dejaba olvidado un pañuelo y surgía una historia inolvidable. También estos paños -más exquisitos cuanto más alto era el poder adquisitivo del portador o portadora- fueron delatoras pistas de algunas deslealtades y otros tantos secretos, que pretendían guardarse bajo siete llaves. Asimismo, las suaves telas de cuatro picos secaban las lágrimas -las de la pena (especialmente conmovedor es el gesto de secar el lloro de un prójimo) y las de la risa-, daban un cierta seguridad y servían para dar la bienvenida o decir Adiós. Las hemerotecas, las cajas de fotografías antiguas y los libros de historia están plagadas de imágenes de despedidas masivas con los pañuelos al viento. Eran aquellas despedidas masivas de los emigrantes o las de los niños de la guerra, que ahora han resucitado con noticias nuevas e historias parecidas. 

Si nos adentramos en el tema, existe además un interesante código del pañuelo y todo un repertorio de poemas y canciones que lo han usado de protagonista. Hasta se equiparaba el complemento que las reinas solían llevar de encaje y siempre en la mano izquierda, con el mismísimo mundo; del que todavía suele decirse que es un pañuelo.

Saludos, que uséis vuestro pañuelo para las lágrimas de risa, si es que aún conserváis la costumbre de llevarlo.

domingo, 8 de enero de 2017

Este año voy a ser mala


Querida vida: "Este año voy a ser mala", dice mi amiga Luna arqueando su ceja derecha y estirando el rizo caoba que le cuelga sobre la frente. "Voy a pinchar como las hojas del acebo, reservar mis bondades para círculos exclusivos y mis mejores frutos solo para quien los merezca. Voy a actuar segura como el lobo en la noche, atacar objetivos nítidos como halcón en la  tarde o molestar cuando lo considere como la menos romántica mosca cojonera de un mediodía veraniego", prosigue cuestionándose lo mismo que los niños buenos a los duendes que pueblan la Navidad,  que no han visto la parte justa de la historia porque a los malos les han traído lo mismo o más.  Luna, la misma que asegura que esperar que el mundo te trate bien por ser bueno es lo mismo que esperar que no te coma un tigre por ser vegetariano, está convencida de que derrochar bondad no sirve para mucho, por lo que se propone racionalizarla. A ver, entiéndase en esta ocasión esa clase de bondad a ciegas, que da oportunidades hasta al más canalla de los mortales. Así que mi querida amiga ha hecho una lista de propósitos a la inversa que jura empezar a cumplir en breve, porque la decisión merece un entrenamiento previo. Sin olvidar que a ella le cuesta archivar malos rollos y tener en cuenta mucho rato daños inexplicables de comportamientos ajenos.