martes, 4 de octubre de 2016

Voy comprate unes madreñes...

"¿Le podemos hacer una foto con esos zapatos de madera?", preguntan ahora con frecuencia los turistas a las personas que aún llevan "madreñes" por las aldeas asturianas. Sus incondicionales caminan con ellas con la misma destreza que los visitantes calzan sus botas de senderismo. Desde que las calles de los pueblos han sido mejoradas con adoquines más cómodos y limpios, a la vez que hay infinidad de sustitutos para ese calzado de madera, alzado con talón y dos tacos delanteros,  les madreñes -esta palabra es como les fabes, pierde su autenticidad si no se escribe en su lengua autóctona-, comienzan a ser un elemento típico en extinción, cuando no un objeto de deseo, por el que ya han cometido algún delito. Si no que se lo digan a unos cuantos de mis vecinos que han viso desaparecer sospechosamente sus zapatos de faena, intuyendo que alguien los ha cambiado de sitio para el museo de las antigüedades caseras.

A mí me encantan les madreñes. Apenas comienzan los días de frío, incluso algunos grises de verano, tengo claro qué calzar en cuanto salgo de la puerta para afuera los fines de semana. Ahora vuelve a dignificarse su figura y se han multiplicado los modelos y colores. Pero, independientemente de su estética, las propiedades de este complemento tan asturiano no tienen parangón: aíslan del frío, de la lluvia, mantienen limpio el calzado que va dentro, son fáciles de quitar y poner, y realzan la figura; gracias a unos abundantes centímetros que nos separan del suelo cuando las calzamos. De ahí la canción que aún me parece que estoy oyendo entonar a mi padre: "Voy comprate unes madreñes, de tacón y que llevanten, que yes pequeña y nu alcances a los brazos de tu amante...".

Por otro lado, también este calzado forma parte de la otra vida que tan de moda está darle a los objetos, y lo mismo te las puedes encontrar a modo de portafotos, de maceteros,de portalápices,de recipiente para flores perfumadas o de soporte para bolígrafos, dependiendo de su tamaño Asimismo,  si una bloguera de la moda, pongo por caso a Paula Echevarría, las usara por la ciudad, sería el complemento revelación del otoño-invierno, junto con el rosa cuarzo de sus camisetas, o el  de su falda del color del vino Marsala.

Luego está esa relación de afecto que  los niños de aldea tenemos con les madreñes. Entre los privilegios de nuestro pasado anotamos el de haber ido a aprender las primeras letras con los pies bien calentitos y en zapatillas. Imaginaos la estampa del portal de un pequeño edificio de escuela, con unos veinte pares de madreñes, del número 25 al 38. Más atrás quedan las historias de los artesanos que iban por las casas a hacer madreñes para toda la familia. Se instalaban en las humildes viviendas unos días para hacer el trabajo y a cambio recibían, si no un pequeño salario, productos típicos de la tierra que pisaban. De esos tiempos nacieron amistades verdaderas que pasaron de generación en generación, incluso hay historias de amores en madreñes, por aquello de que se llevaban al baile las las reservadas para el Día de Fiesta además de para ir a la iglesia:  Hace pocos años, un representante del clero algo tiquismikis ha amonestado a unas feligresas porque "no se puede venir a misa con el calzado que llevan a los cerdos", cosa que nunca fue así por lo que os conté de unas madreñas para cada ocasión.

"¿Vamos a hacer trastaes", nos decíamos los nenos y les nenes de cuando en cuando, y una de nuestras travesuras infantiles era esconder una madreña a algunos vecinos y cecinas, que tenían en sus aceras y portales. "Que pucu se nota que tan con los cures y les monjes, mante", les decían como reproche a nuestros padres.

.Ahora el oficio de madreñero artesanal está en extinción y son contados estos profesionales en nuestra región; por eso la importancia de valorar su singular trabajo, de auténtica ingeniería para  quien no sabe dar forma a un trozo de madera. Qué lejana queda la realidad de otra famosa tonada asturiana: "Baxaba Barrial de Casu, con un sacu de madreñes, grandes y pequeñes, y a peseta el par. La Madera de abedul..." Y cómo ha llovido de la Peseta a los 35 Euros que suelen costar en la actualidad los zuecos astures. No hay constancia de cuándo aparecieron los primeros zuecos de madera, aunque se piensa que la idea primitiva fue una plancha de madera atada al pie con una cuerda. Antes que las que ahora todas conocemos -la madreña de zapatilla- se usaban las de escarpín, más robusta y de boca cerrada.Y antes de las gomas de sus tacones estaban los "claos", cuyo ruido en las noches de aldea sigue despertando nostalgias en la memoria de los más veteranos.

 Por todo lo anterior,  decir madreñes es decir trabajos de otras épocas, es hablar de manos hábiles, pieles curtidas, gestos toscos, corazones tiernos y pisadas cálidas. Decir madreñes es decir aroma  a caminos con olor a tierra mojada, a trabajos en el campo y a historias superpuestas en nuestro tiempo de plásticos y momentos efímeros. Decir madreñes es decir una tradición con el alma de los pasos, que cantaría Serrat.