lunes, 14 de mayo de 2012

Manías: ¿Quién no las tiene...?



Zidane ha vuelto a aparecer en el banquillo con su pantalón roto. Se especula sobre si será una superstición...








Manías…¿Quién no tiene -al menos- una?. Las hay para todos los gustos. Y, salvo las inconfesables, nadie se avergüenza de sus pequeñas o grandes rarezas.
 Según el diccionario de la lengua española, la manía es una preocupación fija y obsesiva por algo determinado. También se define como costumbre extraña,caprichosa o poco adecuada. El odio, aversión y ojeriza forman también parte del término; junto con un desequilibrio mental caracterizado por una fuerte obsesión. Asimismo está la manía persecutoria. Cada cual que eliga la que prefiera.

Hasta Luis Migue hace gala de ellas. De los tics más notorios del cantante de boleros se detecta el de tocarse el cabello. Se lo perdonamos. Quién nos cantaría si no como nadie aquello de “No sé tú. Pero yo te busco en cada amanecer…”

Aunque científicamente la palabra obsesión sería la más correcta para identificar las manías de “andar por casa” -las auténticas formarían parte de una enfermedad mental- todos nos entendemos mejor con el vocablo popular.

En los temas domésticos se encuentra la lista de la mayor parte de las extravagancias. Los cuadros en el nivel exacto, los visillos parejos hasta en la última vainica, las perchas mirando todas para el mismo sitio, la taza del inodoro bajada, las persianas al mismo nivel -una amiga de juventud era capaz de recorrer kilómetros si recordaba que no había dejado los listones de sus ventanas en el mismo número-,  las puertas de todos los armarios cerradas, etc….

También abundan las relacionadas con los miedos y las supersticiones. Mirar bajo las camas antes de acostarse ó al llegar a casa, no sentarse nunca de espaldas a una puerta, dormir siempre mirando hacia la ventana, evitar los recintos oscuros,  torcer la cabeza de cuando en cuando hacia atrás por si nos persiguen, no abrir un paragüas dentro de casa, cruzar los dedos ante una inseguridad, no pasar por debajo de una escalera, hacer siempre el mismo itinerario para acudir a los lugares habituales, y así unas cuantas más. El apartado de comentarios está abierto, por si queréis comentar alguna de vuestra cosecha.

Me quedó especialmente grabada la excentricidad de una señora que llamó hace un tiempo a un programa de radio que trataba este tema. Su manía era la de colocar las pinzas de la ropa del mismo color que la prenda que estaba tendiendo. En caso de que el trapo fuese de varias tonalidades, ponía la pinza de la gama predominante.Le costaba un disgusto si no tenía el gancho adecuado y removía Roma con Santiago para adquirirlo.

Palabra que una compañera de estudios volvió de Sevilla estupefacta con la chifladura de la familia de una amiga por la que había sido invitada. Antes de salir de casa, aunque fuesen a buscar el pan, si el domicilio quedaba vacío, cubrían todos lsus muebles con sábanas blancas.

Manía también reseñable y , a mi modo de ver un tanto ofensiva, es la de una treitañera -ese dato es suficiente para que nadie se sienta delatado- que pasa compulsivamente la aspiradora, una vez que ya se ha marchado  la visita, aunque el aposento haya quedado tan impecable como a la llegada de los invitados.

La tía de Mariana sube desde el portal hasta su sexto piso -si se le antoja que el ascensor tarda sube a patita- en caso de que se le ilumine la mente  con la figura de una cucharilla del café sin recoger en el fregadero. Perjura que regresaría por tierra, mar o  aire desde cualquier punto del planeta si comete “el disparate” de dejar  el enser más insignificante a la vista de intrusos.

El temor a que “okupen” su  vivienda es la gran preocupación de Adelina. Cierra su carísima puerta blindada con cuatro vueltas de llave, aunque simplemente su destino sea tirar la basura. Otras cuatro veces da la vuelta y comprueba si de verdad ha dado ese número de giros en el llavín.

La limpieza obsesiva de las manos tiene más de un  autor. En el caso concreto de Martín, el PH debe ser inexistente en sus palmas. No soy exagerada al informar que se las lava más de cien veces diarias. A sus cincuenta años ya es imposible conseguir que toque cualquier persona, animal  o cosa sin que sus garras pasen posteriormente por el grifo.

Servidora, a pesar de ser más bien atea, me santiguo toditas las noches y, si me apuran, hasta el raro día que se cae una siesta. Aún cuando no soy muy coqueta, me pongo de mal humor si algún tono de mi indumentaria no combina según mi sentido de la armonía, aunque vaya a echar de comer a las gallinas. Y, no considerándome de las más ordenadas, me levanto del  sofá cuantas veces haga falta si hay alguna prenda de ropa o calzado fuera de su destino. Me siento relajada cuando me deshago de objetos inservibles (quienes me conocen personalmente se explicarán mi adversión hacia los “trastos”). No podría continuar el día si no dejo medio centímetro de café en el vaso,. Me siento fatal cuando no pongo los tiempos del microondas en números pares, y he llegado a vendarme los dedos porque, ante una situación de estrés, literalmente me los como.

Elena, mi ya insustituible amiga de Facebook , confiesa que “desde que descubrí la Red social mis manías de hogar impoluto han ido decayendo en equilibrio directo con mis buenos momentos navegando por internet…” Os dejo, que hace diez minutos que no miro los mensajes de mi ordenador. ¡Qué manía…!