domingo, 28 de octubre de 2018

Nieve de Octubre

“Cuando mi güelu Llaíñes empezaba a velo nevar tan en tiempu, eso sinificaba que, al final del inviernu, les sos vaques tendrín que comer hasta fueya de maíz y calabaces", me cuenta Bárbara al ver caer esos copos abundantes en Octubre, que nos pillaron hoy de sorpresa por el sur de Asturias. 

Y prosigue con los recuerdos de muchas anécdotas de "tenaes, rastroxos y retazos", que guarda en su memoria privilegiada. " Manuel, que era de los fuertes en cuantu a yerba recogía, regaloi a Marquina, un mes de Enero, de faz 60 años, los retazos, que eren sobres de la so tená. El ganaderu, fízo la ofrenda con un ciertu aire de fanfarronería hacia aquella muyerina que vivía sola y con escasez"

Tres meses después, como el invierno vino "nevaor", tuvo que volver a comprar a María -quien a fuerza de necesiá sabía estirar los bienes- parte de sus antiguos retazos."Venderéte un pucu mante, y pa la próxima acuérdate de que el que come y dexa, dos veces pon la mesa”, lrecordoi a pastora, que era probe, pero más lista que la fame", concluyó la narradora.

viernes, 26 de octubre de 2018

Qué distintos los miedos


En el lugar en el que antes veía la posibilidad de que se me apareciera un espíritu aterrador, sólo observo ahora un prado bordeando la iglesia de San Andrés; un sitio donde llegan fácilmente los rayos del sol, dibujado de recuerdos custodiados por montañas, lo único eterno.

Qué distintas la percepciones de los miedos, según la edad que atravieses.  Cuando era una nena, miraba de reojo aquel cementerio que separaba las dos localidades que forman mi aldea: Soto y Agues. No había manera posible de no verlo porque está estratégicamente situado. En mi imaginación se mezclaban antiguas leyendas de luces que se veían deambular por allí en la noche, apariciones de ultratumba y ruidos extraños si te adentrabas en sus entrañas a horas poco recomendables. La noche de difuntos era especialmente propicia a imaginarse espectros varios, sobretodo si el viento frío de los días más cortos se colaba por las rendijas de aquellas ventanas que aún no sabían de doble acristalamiento. En la actualidad mis fantasmas son muy otros; más reales,dañinos y cercanos.,

No me gustan los camposantos, ni mucho menos las visitas preestablecidas. Aspiro a que mis recuerdos queden en algún lugar menos transitado; si acaso solamente sirvan para que la  vida de las personas que me precedan tenga una chispita más de energía positiva. . Me conformo con que sean muy pocas; el olvido forma parte de la naturaleza humana, y hay que ser muy pretencioso para aspirar a mucho más. Pero siempre he creído en la luz que se deja en la existencia de algunos seres humanos que por distintas circunstancias forman parte de nuestros días. 

Es recomendable, sin embargo, adentrarse en un cementerio alguna vez para recordar que no merece la pena tanto sufrimiento por banalidades, si al fin y al cabo todo termina en ceniza. De aquí a cien años todos calvos. Verdad verdadera. Me da risa la prepotencia, la avaricia o el espíritu de superioridad de algun@s, si por mucho que les pese tienen que acabar donde el más insignificante de los mortales. Demasiado tarde, una vez allí, para remediar esos sentimientos tóxicos, de odios y recelos infundados que mostramos hacia algún prójimo.

Os cuento que aborrezco esos lugares de lápidas frías, flores de plástico y casi siempre alguna corona reseca, sino algunos mausoleos que van quedando cubiertos por la hierba, con sus letras descolgadas y las fechas inciertas.Pero por respeto a quienes valoran una visita a sus antepasados, una vez al año me acerco a ese lugar,  "Éste es fulanito de tal, que tenía los mismos ojos azules de Manuel". "Oh, está a punto de desaparecer la tumba de Eugenio", qué gran tragedia la de sus dieciocho años truncados en un accidente en la mina". "Allí al fondo está José, podría haber sido un ilustre coyán , si un accidente de coche no hubiese truncado su carrera". "¿Os acordáis de Manolo .Aquel hombre tan cabezota?.Se casó ya de mayor con una mujer muy fina, sin embargo siempre se quisieron micho Ella está en un nicho porque tenía pavor a la tierra". "Aquellas letras irreconocibles esconden el nombre de Juan; el hombre que casi hablaba con las cabras". "¿Quién le traería las flores frescas a Celia ¿habrá encontrado aquel amor que siempre buscó?" Y así podríamos pasarnos todo un día, dando pinceladas a las vidas que ya no son porque en un pueblo pequeño, como bien dice mi padre,"ya hay muchos más muertos que vivos". Piensas también, mientras quitas algunas hierbas rebeldes que se cuelan testarudas  en busca la vida a pesar del cemento, que los recuerdos, salvo excepciones, no duran más de dos generaciones. Tres a todo lo más.

Me cuesta mucho mirar las fotografías de personas más jóvenes, próximas a mi generación, con las que compartí pupitre, acné y años de juventud. No quiero imaginármelos allí aprisionados, y alzo la cabeza un poco más para pensarlos transitando por otros lugares, libres y eternos. Nunca hubiéramos pensado en ese destino cuando recorríamos confiados los veranos de nuestra infancia. Los  dirigo a sus cosas de siempre; aquello que cada uno más amaba y que formaba parte de sus ser. Estoy convencida de que algo de ellos sigue a modo de esos desapercibidos aleteos de la mariposa que todos somos. Silenciosos compañeros, que dice Isabel Allende.

Luego, tras una de sus tapias, un lugar ya casi olvidado donde estuvieron aquellos que en una época de terror no eran considerados dignos de una tierra compartida. Las fosas comunes de la España más negra que ahora empiezan a cubrirse de flores o hierba más fresca y justa o un recuerdo a viva voz.; junto con personas totalmente anónimas al cabo del tiempo que, a la derecha o a la izquierda de esas tapias, tuvieron sueños, sufrimientos y momentos felices.

Y de vuelta a casa, tras la visita al cementerio donde están algunos de mis seres queridos,  con la sensación y la convicción de que lo esencial nos pasa la mayor parte del tiempo desapercibido por buscar algo que jamás llega y que el  hoy siempre es lo más importante que tenemos . La vida empieza cada día  y es un regalo prestado. Lo de menos será el destino de esas cenizas que nos acaban haciendo a todos iguales; allá cómo se imagine cada cual su última morada.

Tan distintos los miedos ahora, como escribía al principio, que hasta nos atrevimos a tomárnoslos con humor y sacarlos a pasear nuestro cementerio por el Río Nalón, en la 51 Edición del Descenso Folklórico. El humor siempre será la mejor tabla de salvación para cualquier temor.

Fotografía:Héctor MndzFndz

lunes, 1 de octubre de 2018

La zurcidora

“En esti conceju nació una muyer que fue la zurcidora de les camises del Secretariu de Alfonso XIII, y les sus filles trabayaron de planchaores de la ropa de toa la familia real”, me contaba ayer Mina, mientras paseábamos por “les caleyes” donde nació Lena, la experta en disimular desgarros, haciendo hincapié en que la habilidad de zurcir podía equiparase a cualquier doctorado, “porque nun ye lo mismo arreglar un rotu que un descosíu”. 

Pero antes de ejercer su oficio en las altas estancias de Madrid, Lena hubo de pasar por un calvario de maltrato por parte de su pareja. “Mi madre, que me contó esta historia, que la dejó marcá desde que era muy nena, recordaba especialmente cómo se murmuraba que un día, los hermanos de la costurera, la encontraron sacando el cuchu del corral, la misma mañana que había dao a luz a su tercer hija, tovía con la sangre del partu arroyando bajo su saya, porque el su hombre la había obligao a levantase a trabayar”. 

Los vecinos del pueblo conocían los hechos, se conmovían con ellos y compadecían a la mujer -apenas una niña-; incluso alguna vez la cobijaron huyendo de las palizas diarias a las que la sometía el energúmeno de su marido. Pero, poco más podían hacer, porque el maltrato de género era algo privado y consentido por la costumbre social. Tampoco existía ninguna ley específica que lo castigase. “La repasadora solo una vez se atrevió a defendese “cociéndoi un sapu entre el arroz con patates que aquel bestia devoraba tóes les noches pa cenar”. Pero un día, el maltratador desapareció para siempre y nadie preguntó el quién y el cómo, aunque todos suponían, sin justificar los hechos pero entendiéndolos, el por qué. “Recuerdo que mi madre me contaba con voz de misteriu que la pareja de Lena apareció un amanecer muertu en un regatu, con señales de fesoriazos”, añadía Mina, mientras “el coruxu”, que ulula insistente en estas noches cálidas de otoño, parecía elevar su tono al escuchar el negro relato. Casi al tiempo de la tragedia, con la cara de Lena aún con moratones y un dolor que sería eterno en su pierna izquierda y en su alma, los parientes más afortunados de la víctima -con uno de esos apellidos de las familas que ponían la mesa con toda la parafernalia en el comedor de su caserón de aldea-, le consiguieron el “trabajo real”. Ni ella ni sus hijas quisieron hablar nunca de su vida cotidiana en la Corte, cuando regresaban algún verano al pueblo; como tampoco comentaron jamás aquella historia de horror que otra mujer, heredera de recuerdos lejanos, nos contó a propósito de la actualidad de crímenes de género, que parecen resucitar a las piedras que guardan memorias parecidas. Buen sábado; “la flores del Carmen” ya otoñean a pesar de este cielo de verano.