sábado, 22 de marzo de 2014

Visita... de médico

"Allí donde el arte de la medicina es cultivado también se ama a la humanidad" Hipócrates

Siempre la misma sensación cuando voy a visitar a alguien a un hospital: alargaría el pasillo hasta el infinito para no cruzar esa puerta tras la que no sabes qué te vas a encontrar; más fuerte el deseo cuanto más afectos te unen a la persona que allí está.  Mientras caminas miras de reojo  puertas entreabiertas de las habitaciones que te quedan de paso y casi siempre te llega una queja, un grito desgarrado o la imagen de alguien que ya no puede ni mostrar el sufrimiento. No puedes evitar imaginar en esa tesitura a un ser querido o a ti mismo y se te apodera la impotencia sin remedio. Pero nuestros recursos para no pensar en futuros inevitables o impredecibles, afortunadamente, siempre son más fuertes que nuestro miedos y conseguimos borrar imágenes de unas posibilidades que quién sabe de qué modo están escritas en los destinos de cada cual.

Sin embargo, esa impresión de darte de  bruces con la realidad más amarga de la la vida es lo más habitual cuando transitas esos centros. Salvo excepciones, el cuento que allí se vive no suele ser feliz. Por otro lado, sigue siendo el mismo ese olor a desinfectante para neutralizar tragedias del cuerpo y del alma;  además del aroma a albóndigas hipocalóricas y sopa de verdura baja en sal. Sabe a vulnerabilidad ese ambiente hospitalario, por eso ningún hombre se asemeja más a otro que cuando comparte la indefensión de la enfermedad, la tragedia o la tristeza.

Paralelamente a mis percepciones, me llegan noticias a través de ese televisor -un negocio bien montado  que cuelga frente a las camas paralelas- de que al expresidente Suárez, también en una cama de una clínica (seguramente con más lujos pero con la misma esencia del dolor que se respira en la mayoría de estas situaciones),  en un destino como el de tantos de esos españoles a los que llevó de la mano para alejarsles de una cruel dictadura, le quedan pocas horas de vida. Qué extraños somos los seres humanos capaces de apedrear sin piedad a poco que nos dejemos influir, para luego cuando llega la enfermedad o la muerte, elevar a la excelencia a quien denostamos. Extraña la crónica de la muerte anunciada de este hombre que fue una tabla a la que se agarraron quienes vieron el "centro"como el lugar más adecuado para salvarse de los extremos de esa España que sangraba. Recuerdo que llegó a decirse, quitándole mérito a él y a las féminas, que las mujeres lo votaban por guapo (si así hubiese sido en algún caso tal vez se hiciera por cierto aquello de que la cara es el espejo del alma). Con todos los matices que quieran ponerse,  el Presidente Adolfo Suárez decidió y asumió con todas la consecuencias -de ahí que sus mayores enemigos los tuvo dentro de sus filas- que era tiempo de entender que pensar diferente no merecía la muerte ni el exilio.

Quisiera apuntar también, antes de que no me quede espacio en este trocito de papel que agarré entre los variopintos objetos de mi bolso, para después pasarlo al blog, mi admiración por la mayoría de esos profesionales, hombres y mujeres, que se te vuelven dioses cuando estás en sus manos la salud de quien aprecias. Tras su bata blanca con la placa que los identifica, y unos sencillos vaqueros que se entreveen en algun@s, la mayoría de ellos muy jóvenes ya a mis ojos, me hacen sentir lo importante y admirable que es su profesión cuando la desarrollan  con vocación.  Su humanidad y sicología es un bálsamo mucho más eficaz que cualquier cura del medicamento que opten aplicar. Por lo general, una mano en el hombro del enfermo, una sonrisa franca o unas palabras de ánimo son cuanto necesita una persona con su moral, y en ocasiones su dignidad bajo mínimos, agudizados estos parámetros cuando la vejez es otro efecto colateral . De ahí que la ética debería de ser una de las asignaturas reinas en las ciencias de la salud. Dice una famosa frase de Voltaire que “Los hombres que se ocupan de restaurar la salud de los demás uniendo habilidad con humanidad están sobre los grandes de la tierra. Aún comparten la divinidad, ya que preservar y renovar es casi tan noble como crear.” 

Escribía estas líneas sentada en uno de esos sillones de un hospital de la sanidad pública. Salvo pequeños detalles como el agua que el enfermo debe pagar, en este centro asturiano donde tengo tiempo para observar detalles materiales y espirituales, no se notan cambios apreciables a simple vista por culpa de la crisis, a la que se le echan la culpa ahora de la inmensa mayoría de las carencias en los derechos fundamentales. Cuando te encuentras allí, de interno o visitante, puedes palpar que hay asuntos, como la salud y la educación, que van más allá de los beneficios económicos.  Y te reafirmas en que ambas cuestiones deberían ser sagradas e inegociables, máxime si tenemos en cuenta que sus usuarios en ningún caso las disfrutan tan "gratuitamente" como quieren hacernos creer sus detractores

Enfín, hoy uno de esos momentos en los que recuerdo especialmente algo de A. Shopenhauer: "la salud no lo es todo pero sin ella todo lo demás no es nada".