lunes, 15 de septiembre de 2014

A pocas lunas

Una carta recibida de la Seguridad Social le recordó que estaba a pocas lunas de entrar en una de esas décadas de vértigo; vamos que el precipicio de las inclemencias del paso del tiempo estaba a la vuelta de la esquina.

 Las autoridades sanitarias le informaban de que en breve le llegaría la cita para esa prueba destinada a atajar males mayores; recomendable siempre y más que obligada tras la llegada del medio siglo. Largamente pospuesta la visita que las mujeres no deberían obviar anualmente, entonó el mea culpa de su dejadez, con la disculpa barata del horror a esa clase de exploraciones. Palpó por inercia las partes de su anatomía destinadas a la mamografía y sintió el paso de los años de una manera amenazante.

Ni la mejor de las noticias le hubiese impedido -en esos segundo que transcurrieron mientras guardó el sobre en uno de los cajones donde suelen ir las cosas que se pierden- el balance impertinente de una vida en la que no se había cumplido ni de lejos su mejor canción; si acaso algún verso. 

Uno no envejece, directamente se pudre, había podido leer de una persona que sabía de lo que hablaba.  Entendía que los matices de esa aseveración eran infinitos, que no tenía derecho a sentirse así de desgraciada y que los pensamientos negativos desaparecerían en cuanto tuviera ocasión de una vuelta a empezar. Pero en aquellos instantes el acopio de fracasos, la certeza de que la vida no es más de lo que hay y el convencimiento de que los sueños sueños son, la despertaron con una especie de bofetada. Lloró un ratito para adentro y continuó con sus rutinas imperfectas, sus manías en aumento y sus pensamientos  no siempre en paralelo con las primaveras cumplidas,  como si la vida fuese eterna...