martes, 20 de noviembre de 2018

¡Cómo voy a olvidarme!

Estábamos en el comedor del internado. Recuerdo hasta el sitio que ocupé aquella mañana en la fila de mesas de formica color crema, que formaban una u; incluso me parece estar escuchando la lluvia de la cristalera que tenía frente a mí. La monja que sustituía intramuros a nuestras madres nos comunicó que Franco había muerto. Para las niñas internas la noticia suponía una semana de vacaciones en nuestros respectivos pueblos -de aquella se nos antojaban más lejos de lo que en realidad estaban porque de niño todo lo ves aumentado-, pero nuestras tutoras religiosas la noticia la vivieron como una amenaza. Las oíamos murmurar algo así como “que vienen los socialistas y los comunistas”, y santiguarse a continuación. Ahora pienso que tal vez alguna de ellas, descendientes de sangre revolucionaria, solo aparentaban aquella tristeza. Paz y yo, también de sangre minera y con predominio de damnificados por ideología en nuestras ramas familiares, pero despistadas ante si eso era bueno o malo, nos fuimos a la biblioteca a buscar en el diccionario. La Superiora nos pilló con la enciclopedia abierta en "comunismo"y os podéis imaginar las consecuencias. Nada fuera de lo que suponía un castigo escolar de aquella. Vamos, que cuando nos dio el bofetón en la segunda mejilla, ya no lo sentimos por el dolor de la primera.
Pero la vida continuó como si nada, al menos para nuestras rutinas infantiles. Tampoco hubo cambios drásticos ni venganzas crueles, después de la muerte del Dictador, como presuponían las regentes del colegio riosellano. Cuando terminamos la primaria, aún quedaba en el recibidor la carta de despedida del Generalísimo, que aún puedo recitar de memoria de tanto verla. La para algunos "temida" Democracia y la recién estrenada Constitución nos esperaban, igual que la promesas paralelas a nuestra adolescencia, tras aquellos enormes portones de castaño. Yo sabía algunas cosas sobre esas nuevas formas de Gobierno, porque era la encargada de ir a buscar todas las mañanas el periódico. Era un privilegio sentir aquella sensación de libertad durante los únicos minutos del día que me permitían pisar sola la calle. Me imagino que la misma que sentían muchas personas adultas ante la nueva época. Creo que fue ese año en el que me enganchó la afición a la escritura para contar la vida, y que "el aleteo de la mariposa" me llevó a describir aquella situación muchos noviembres después, a través de este blog vía digital, que era en la década de los 70 un futurible lejano. Por lo demás, las únicas nubes grises para nuestros pocos años era el grupo con ese nombre, que cantaba aquello de: "...sentadita junto al mar..."
Hoy escucho en la radio que solo un 5 por ciento de españoles estarían a favor de una Dictadura. Me alegro de que los pronósticos, hasta cierto punto comprensibles, de las monjas, no se hayan cumplido y de que, con sus defectos, en nuestra Constitución actual, posiblemente mejorable, quepamos todos.
Amanece oscuro este martes de noviembre; principalmente porque la primera noticia que escucho en la radio es sobre un accidente de tráfico. Saldré en breve a comprar el periódico, como cuando comenzaba la vida cada día, yendo a buscarlo en el centro de la villa marinera aunque, de aquella, con coletas y calcetines blancos.¡Cómo voy a olvidarme!, que dice la canción. La filósofa Mafalda todavía no había cumplido un año.