sábado, 10 de enero de 2015

Revoltijo de rebajas, señoras y vagabundos

Tocaba irse de rebajas. Pero llegué a casa sin nada. Una vuelta por el centro, con visita obligada a mi amiga Pilar y, aunque hubiese llevado una tarjeta de cifras infinitas , que no  es el caso, ese día de inicio de la rutina, con cambios, descambios y descuentos, no hubiese comprado ni la mejor mercancía de Dolce & Gabbana. Con los revoltijos de reyes esparcidos aún por las estanterías, no tenía el cuerpo ni la mente para guardar colas y adquirir cosas de las que se puede prescindir tranquilamente. Además, compras un jersey que se te antoja bien barato y resulta que te crea la necesidad de unos zapatos, un bolso y un pantalón acordes al nuevo modelo, que muy probablemente aparques en el armario, recurriendo al uniforme diario:: tres prendas básicas y cómodas que lo mismo te sirven para un roto que para un descosido. 



En el trayecto de regreso voy pensando sobre los descuentos y en que ahora, con la liberación de las rebajas, la sensación de pérdida de oportunidades ya no es la misma.. También pensaba en lo parecidas que son las ciudades desde que las cadenas comerciales de los más variopintos productos se implantaron en cada población. Salvo su casco antiguo y alguna estatua o monumento por sus plazas y calles, difieren poco en su apariencia externa.

Tal vez alguna nota diferente que los músicos callejeros aportan en cada pueblo grande. Balanceándose entre los cientos de bolsas que van y vienen, se mezclan las notas de una guitarra. "Caminito que el tiempo ha borrado... Hoy he vuelto a pasar..." escuché en el paseo matutino en busca de saldos que no me tentaron. La mayoría pasamos indiferentes al pie de los autores de esas melodías que aportan la parte más humana a las franquicias del consumismo. Salvo que vayamos con algún niño de la mano, porque ellos siempre quieren echar una moneda, intentamos mirar, disimulada e incómodamente, para otro lado. Bastante tenemos la mayoría con solucionar nuestros balances. Pero cuántas historias se esconden tras esos rostros que ponen música en la calles, reparten publicidad, piden firmas o simplemente extiende la mano sentados en un cartón. De primeras se me ocurre que, al menos, algunas de esas personas saben tocar un instrumento, cosa que no podemos decir muchos y muchas. De segundas, que un día nosotros o nuestros descendientes pueden ser lo que pasen frío en pleno corazón de una ciudad cualquiera.

De vuelta a casa, la primera ceremonia de encender la radio apenas quito el abrigo y pongo las zapatillas.. La noticia sobre un grave atentado en Francia contra unos representantes de la libertad de expresión eclipsaba el resto de las informaciones. Los malos no suelen tener sentido del humor.