miércoles, 7 de diciembre de 2011

Del portalín de piedra al portal de Internet



La Navidad no es una fecha... Es un estado de la mente (Mary Ellen Chase)

Por aquellas nochebuenas también se retrasaba la hora de la cena. Había arroz con pollo de primer plato y, en algunas mesas, un pescado fresco de segundo. Turrón "del duro" y "del blando",  junto con  las típicas "casadielles del cazu" para el postre. En esas ocasiones hasta los niños podíamos tomar una copita de una conocida sidra asturiana. Un Nacimento sencillo, y un Árbol los más progresistas. Villancicos a viva voz, un buen fuego para combatir la noche helada y reunión con algunos vecinos.Si además ese anochecer nevaba, la postal no tenía precio. Aún nos quedaban otras cuantas veladas de cenas especiales hasta el colofón que suponía el día de reyes. Es el primer recuerdo que tengo de la Navidad, que en los pueblos pequeños tenía un sello diferente.
 Frente a mi ventana se repiten hoy los comienzos del frío y el preámbulo de esas fiestas de invierno.  Nada es como antes. Tras la hilera de árboles que ya han perdido sus hojas se nos ofrece la imponente iluminación navideña de un centro comercial. Más al fondo, en las terrazas de la urbanización más próxima, comienzan a colgarse los primeros Papás Noeles (muchos distintos y uno sólo verdadero) y ya se adivinan, protegidos por  las cristaleras de los salones, los consabidos decorados de quita y pon. Con la llegada de nuevas culturas, los adornos navideños cada año son más sorprendentes. Y no nos rasguemos las vestiduras por lo de adoptar costumbres de otros lugares porque, como bien decían por un portal de Internet, Jesucristo tampoco era de Burgos. Asimismo, el acceso a multitud de mercados y una situación económica -a pesar de la consabida crisis- totalmente deferentes a aquellos primeros años de mis recuerdos nos ofrecen una interminable gama de productos de alimentación, objetos navideños y rompedoras letras de nuevos villancicos; incluso alguna no apta para menores, como la del paisano Melendi: "...Ya llegó la Navidad. La nieve cubre los parques, y otra vez las campanadas.Yo me vuelvo a equivocar.¡Jo! los cuartos no me valen, y dejaré de fumar. No frecuentaré los bares.Año nuevo, vida nueva, pero ya he quedao de pena. Saca ya esa hierba buenaaa..."

Los langostinos y la sopa de pixín, que hace tiempo que han desterrado a pollos y pavos, comienzan a quedarse antiguos ante la propuesta de delicatessen con que nos tienta la nueva cocina: desde salmón con costra  de mostaza con yemas de espárragos blancos y salsa holandesa, hasta la confitura de conejo con samfaina y maíz tostado hay todo un mundo de nuevos platos, rematados con un biscotti de almendra y chocolate o un stollen de mazapán y ciruelas, regado todo ello con una piña colada analcohólica, un ron elixir o un gringo tropical,por poner algún ejemplo.  De tanto como se ha abierto el abanico de los turrones llegamos a dudar si de verdad continúan siendo una masa obtenida por la cocción de miel y azúcar. El acceso a todo tipo de comidas, dulces y  bebidas durante cualquier momento del año convierten en hastío lo que antes fuera un lujo. Pero tal    como están desarrollándose los acontecimientos es posible que muchos hogares este año vuelvan a épocas  de menos variedad. 

La oferta y la demanda de regalos para Reyes y Papá Noël crecen en la misma proporción que disminuyen las ilusiones. Una bicicleta se compra un lunes cualquiera y el perfume preferido se renueva en cuanto se acaba el frasco. Ni mucho menos sorprende un estuche con veinticuatro lápices de colores o un calentito pijama. Los cabezas pensantes de las nuevas tecnologías tienen que trabajar duro para ofrecer novedades que sorprendan a jóvenes y adultos. Y las tradicionales tarjetas de felicitación comienzan a ser objetos de museo. A través de la Red se nos ofrece todo un mundo de posibilidades hasta para  cumplimentar las celebraciones.

Con todos sus defectos, huyendo de ella o dejándonos atrapar sin remedio, herederos de la fiesta religiosa o la tradición pagana, a todos nos afectan los casi obligados excesos de estos eventos festivos que nos lanzan a un nuevo año. Las necesitamos -ocurre en casi todas las celebraciones extraordinarias- como una manera de salir de la rutina, una excusa para hacer un regalo, un pretexto para vernos con quienes apreciamos, una evasiva para encontrarnos con sueños nuevos; además de una buena ocasión para sacar el fino mantel de hilo y la vajilla de porcelana  blanca con flores azules que siempre espera paciente en la vitrina.

La incoherencia llamará de nuevo un día de estos a las puertas de muchos de nosotros, y bajaremos los adornos que duermen doce meses, y nos esforzaremos por ser felices. Descolgaremos todos una de esas estrellas que vamos olvidando en nuestro universo particular y, si acaso, miraremos para otras que creemos ver brillar más en ese cielo que nunca es el mismo. Los niños seguirán siendo los que nos hagan seguir viendo huellas de reno en el asfalto y estampas felices, como las de las postales de antes. Por algo todos coincidimos en que las mejores Navidades son las de nuestra infancia. Será por eso que cada año confiamos tozudamente en recuperar algo de aquella magia, a modo de ese déjà vu que vuelve sin remedio a finales de Diciembre, como el turrón.

Si ese anochecer nevaba, la postal no tenía precio. (Fotografía @rascacheiro)







Esas pequeñas cosas

Esas pequeñas cosas 
"Lo que se recuerda es casi siempre mucho más de lo que se vive"



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Autor:
Berta
Fecha de creación:
17 octubre de 2011
Ciudad, país:
Oviedo, España