lunes, 8 de septiembre de 2014

Plan A: Con amabilidad


Hay tres cosas importantes en la vida: la primera, ser amable; la segunda, serlo siempre; y la tercera, nunca dejar de serlo  (Henri James) 

"Muchas gracias. Es usted muy amable", le contestó la atareada mamá al empleado del polideportivo municipal, tras recoger ya casi a ras del suelo el folleto informativo que el operario le había lanzado segundos antes con malos modales y peor cara. "No hay de qué. Espero que las explicaciones estén claras. De no ser así, yo le aclaro sus dudas", le respondió el sorprendido funcionario que cambió de inmediato su impertinente actitud, descolocado por la sonrisa de la usuaria. Y es que, amén de ser muy acertado el dicho de que cuando uno no quiere dos no riñen,  los malos rollos comienzan casi siempre con una determinada actitud. Supongo que ya habéis tenido tiempo de comprobar que si te diriges al mundo con una postura amistosa  rara vez ese universo te responderá de manera hostil.

La amabilidad, que nada tiene que ver con la cursilería, la falsedad o la debilidad de carácter,  debería ser una asignatura obligatoria en las aulas escolares. A ser amable también se aprende, además de ser una decisión personal.  Independientemente de  las personalidades, a poco que uno se empeñe puede conseguir cambiar el día propio y ajeno tan sólo con los principios básicos de la buena educación.

Hay personas que se esfuerzan en ser antipáticas como si los gestos hostiles y las palabras amargas fuesen sinónimos de superioridad. Seguramente desconocen la famosa frase de Confucio: "Donde hay educación no hay distinción de clases". Como mucho no cosechan más que el miedo o el alejamiento de quienes las sufren. Aunque el sabio chino también reconociera que "ser amable con todos los que encuentras es pelear una dura batalla". Es indiscutible que con determinados individuos hay que emplearse muy a fondo para aplicar la teoría; con otras personas, en cambio, no hace falta esforzarse en absoluto. La empatía suele ser mutua. También ocurre con frecuencia que si eres amable 99 veces y no lo eres a la de cien, el mundo se olvida de todo lo anterior y viceversa, pero es un riesgo que merece la pena correr. Sobretodo teniendo en cuenta que cualquier hombre, en cualquier momento de la vida, puede ser tu amigo o enemigo según te comportes con él.

Nuestro amigo Tomás,  no sé si conocedor de las palabras de Henri James, no se cansa de repetirnos que ante los aconteceres diarios tiene tres planes: "primero la amabilidad, después la amabilidad y tercero la amabilidad. Pero, a la cuarta y sin remedio, le mando a tomar por el ....".

Sin discutir que el ejercicio reiterado de la gentileza tiene un recorrido limitado, intentarlo como opción primera evita males mayores en gran parte de las ocasiones. Sin embargo, comparto muchas de las palabras de la admirada protagonista de Los Puentes de Madison : "Ya no tengo paciencia para algunas cosas, no porque me haya vuelto arrogante, sino simplemente porque llegué a un punto de mi vida en que no me apetece perder más tiempo con aquello que me desagrada o hiere. No tengo paciencia para el cinismo, críticas en exceso y exigencias de cualquier naturaleza. Perdí la voluntad de agradar a quien no agrado, de amar a quien no me ama y de sonreír para quien no quiere sonreírme. Ya no dedico un minuto a quien miente o quiere manipular. Decidí no convivir más con la pretensión, hipocresía, deshonestidad y elogios baratos. No consigo tolerar la erudición selectiva y la altivez académica... No soporto conflictos y comparaciones. Creo en un mundo de opuestos y por eso evito personas de carácter rígido e inflexible. En la amistad me desagrada la falta de lealtad y la traición. No me llevo nada bien con quien no sabe elogiar o incentivar. Las exageraciones me aburren y tengo dificultad en aceptar a quien no gusta de los animales. Y encima de todo ya no tengo paciencia ninguna para quien no merece mi paciencia" (Meryl Streep).