sábado, 1 de febrero de 2014

Sentimientos tóxicos

"La envidia en los hombres muestra cuan desdichados se sienten, y su constante atención a lo que hacen o dejan de hacer los demás muestra cuánto se aburren" (Shopenhauer, filósofo alemán)


Quién no ha sentido alguna vez la inquina directa o indirecta de personas a las que no nos consta haberles hecho daño alguno. Un amigo, que por su profesión entiende mucho del intelecto humano, me comentaba que los recovecos de la mente son sorprendentes, inescrutables e incomprensibles a primera vista, pero que ciertas reacciones de ataques injustos tienen sus explicaciones más o menos fundadas, pero inevitables para quien las experimentan, e imposibles de esquivar. Sólo la coraza de la indiferencia y de la distancia, incluso la del sentido del humor podrá salvarnos de los tóxicos sentimientos ajenos. Para neutralizar esos vientos envenenados es necesaria una dosis considerable de inteligencia emocional. La peor parte se la suele llevar quien te "persigue" con el intento de dañarte porque nada tan cierto que quien siembra vientos recoge tempestades. Si aprendemos a volvernos resbaladizos ante determinados "deseos" ajenos difícilmente alcanzarán su objetivo, que nos es otro que llevarnos a su terreno. "Tranquilidad, que maldiciones de burro no llegan a buen puerto", que suele decirse en el lenguaje popular.


 A medio camino entre la ira y la vanidad, experimentar el tóxico sentimiento de la envidia es algo que nadie desea, fundamentalmente porque lleva aparejada una declaración de inferioridad atrapada en la maldad. Francisco de Quevedo definía la envidia como flaca y amarilla porque no comía, y Gustaf Klimt la pintó en la revista alemana Secesión como una figura femenina, vestida de negro, de rostro enjuto y coronada de cardos. Lo de pintarla en femenino no sé yo si será peyorativo, como tantos atributos negativos que se nos atribuyen por excelencia a las hembras.

Según el profesor de sicología H. Smith "si usted es una persona envidiosa le costará mucho apreciar lo bueno porque estará demasiado preocupado en cómo se refleja en su yo". La única recompensa para el envidioso parece ser ese placer que siente cuando la persona envidiada se derrumba. A buen seguro que ese momento llega porque, como bien decía el escritor francés Rochefoucauld "nuestra envidia siempre dura más que la dicha de aquellos que envidiamos". Pero el envidioso nunca verá su placer satisfecho porque el hambre espiritual es muy difícil de saciar. Napoléon, que de batallas sabía mucho, dejó escrito que "la envidia es una declaración de inferioridad".


Sesudos estudios consideran la envidia como una enfermedad corporal, e investigaciones con neuroimágenes muestran que activa áreas vinculadas con el dolor. Sin embargo, para el profesor de sicología Horacio Krel podemos verter en positiva ese corrosivo sentimiento poniendo nuestra salud síquica en terceros. El método sería desarrollar ese poder interior que todos tenemos para logar un equilibrio con la inteligencia emocional, consiguiendo sentimientos positivos, ya que los negativos sólo sirven para destruirnos.

Esos mismos estudios aseguran que la envidia cumple asimismo un rol social. Los impulsos de ese sentimiento tan mal afamado ayudan a explicar por qué los humanos somos más propensos al igualitarismo y a rebelarnos contra tiranos. También nos ayuda a ser mejores al no deseperarnos tanto en lo que envidiamos en el otro. Curiosamente solemos sentir esa punzada con quienes están en nuestro mismo rol social, intelectual o físico.

Partiendo de que la envidia es un impuesto establecido por la civilización y que todos debemos pagar, además de ser un sentimiento que todos hemos experimento alguna vez, canalicemos nuestras energías a positivizarlo y a no extenderlo dañinamente hacia los demás. Reconocerlo e intentarlo ya es un paso hacia el equilibrio mental.

Para nuestro consuelo debemos saber que a utilizar la envidia en positivo se aprende y debería ser una enseñanza obligatoria en los primeros años de nuestra educación, enseñándonos que debemos ver al prójimo como un aliado estratégico. Es una capacidad que concecta nuestro cerebro individual con el social y nos conducirá a una comprensión muy positiva para nuestra vida futura si nos lo hacen saber en las aulas y en los hogares, junto con el resto de aprendizajes.

Para los envidiosos y envidiosas sin remedio, supongo que si algo vamos aprendiendo con los años es que no ofende quien quiere si no quien puede, así como otras frases más directas que ahora circulan mucho por las Redes y que en un momento dado sirven de gran desahogo: "Estoy en esa edad en que le vas a vacilar a tu P.  Madre...". Disculpad la frasecita, pero algunas gotas llegan a desbordar el vaso de la educación y nos atrevernos a reencarnarnos en una Estela Reynols cualquiera; aquellas que también dijo : "Oh que ataque más gratuito... Tú marido me ataca con su tosca ironía, pero yo le respondo con mi fina indiferencia...".