lunes, 14 de noviembre de 2011

Tardes de domingo...


"... Hay un algo de pena insondable en los ojos sin lumbre del cielo...la nostalgia, tristísima,  arroja en las almas su amargo silencio... ¡Cómo cae la bruma en el alma perfumada de amor y recuerdos...! ¡Cuántas almas se van de la vida estas tardes sin sol ni luceros...!" (Juan Ramón Jiménez)



Hay un algo de maniática tristeza en las tardes de domingo. No suelo saber nunca lo que busco en esos crepúsculos que me saben a atracones de comida hipercalórica, penas sin fundamento y desganas generalizadas. 

Después de comer los domingos, en el internado donde estuve los últimos  años de Primaria, paseábamos por alguno de los marineros  rincones de la villa. Seguidamente, empleábamos las quince
pesetas asignadas para las tardes domingueras en la confitería de siempre. Nos alcanzaba el sueldo para algunas chucherías y un pastel. En los cien metros de recorrido para llegar a tiempo de ver "La casa de la pradera" -tal vez las lloreras que pillábamos con las desgracias que le pasaban a aquella familia pluscuamperfecta tenga algo de culpa- mi dulce ya había sucumbido.El de mi amiga Gloria Belén duraba toda la tarde. A continuación, horas de deberes y patio, paralelas al atardecer y al fin de las golosinas. Era un tiempo muerto de trabajo con desinterés  y canciones de corro, que entonábamos  por inercia en esas eternas tardes de niñez.

La sensación de vacío en el final del domingo se repite aún hoy, a mis taitantos.  Esa percepción de desamparo debe de ser un efecto sicológico connatural a muchas  personas . Intangibles añoranzas evocan esas horas semanales . Para quienes tenemos una deuda especial con los ocasos de domingo hay algo de derrota en esos lapsos que parecen decidir por ti .Son la representación del final de una celebración, el momento de recoger lo que antes se expuso para disfrutar.

Existe una explicación científica para quienes la caída de la tarde simboliza las horas bajas de su energía vital. Todos los seres vivos tenemos patrones rítmicos en nuestros procesos vitales. Y es precisamente el reloj biológico el responsable de que el organismo esté en condiciones más o menos activas. Las personas conocidas como "alondras" encuentran sus momentos físicos o sicológicos óptimos por las mañanas. Los seres humanos "búho" están en su mejor trance hacia el final del día. Por eso a mi nunca me pillarán planchando al anochecer. Si al final de la tarde de las "alondras" unimos el término de la semana, es explicable que su energía esté fuera de combate.

Las tardes de esa fiesta suelen ser, además, momentos de partidas. Formo parte del grupo al que no le gusta decir adiós ni aunque sea por unas horas. Cuando la separación es inevitable suelo rehuir el momento con cualquier pretexto. Algo se muere en cada hasta luego, a pesar de que en esa agonía de la despedida es cuando realmente llegamos a conocer la profundidad de nuestros sentimientos.

En las horas anaranjadas de ese séptimo día tengo muchos recuerdos de adioses a sonrisas y a compañías especiales. Siempre constituyen las despedidas el punto final de una historia. Hay algo que ya no volverá a ser igual aunque haya promesas de reencuentros. Y en algún hueco de la franja horaria y del calendario hay que materializar nuestras penas, aunque en esos instantes no esté su origen.

Os dejo, que atardece y es domingo...

Foto: Suny Marco Molina