domingo, 10 de diciembre de 2017

Aires de Advientu

En las fechas cercanas a la Navidad, Dulia se ponía a "frañir ablanes turraes" para hacer "les casadielles". Poco importaba que no supiese leer ni escribir, ni siquiera entender el reloj de pulsera que le habían enviado unos parientes desde México. Con mirar al cielo sabía que eran las siete de la mañana, y que faltaban unas dos semanas para que llegara la Noche de juntarse toda la familia. Tampoco se equivocaba si la dirección del viento anunciaba lluvia, nieve o sol. Por lo demás, no estaba del todo convencida de que, en la medianoche de otro Diciembre, una mujer hubiese parido un niño que sería el hijo de Dios, porque su experiencia le decía que los milagros tenían siempre trampa.  

Además, Pelayo, de los pocos que sabían leer en la aldea a finales de 1800, y con quien compartía colchón de "fueya" alguna madrugada, le había explicado que en Belén ni siquiera nevaba. Sí, el amigo erudito había sido su verdadero amante, a pesar de que era la única persona que no le adjudicaban las malas lenguas; las mismas que suponían, entre dimes y diretes, que bañarse en la Plana de Sabina ligera en enagua, conversar con amigos hasta la madrugada o beberse un vasín de vino dulce en el chigre,  no era propio de una mujer decente. Aquellas opiniones a la lavandera, que tenía las yemas de los dedos gastadas de tanto frotar en las piedras de la Riega de Limueria, por lavar la ropa de varias generaciones de familias numerosas, le importaban más bien poco, y seguramente suscribiría la famosa frase de Bob Marley: "Si te hizo feliz, no cuenta como error".

Aún así, entre incredulidades e incoherencias, la mujer que dejaba la ropa impoluta por míseros salarios, admitía que era guapo lo del Nacimiento cubierto de escarcha, con ricos y pobres conducidos por una misma estrella, que se presumía que brillaba igual para todos. Ella, cuyas hábiles manos sí que eran capaces de convertir el agua en vino, hacía su propia decoración de la liturgia con paja y "panoyes". Era la única tía soltera de una gran familia, y se empeñaban en reunirse en su casa porque decían que olía a "Navidá". Tal vez el motivo del preciado aroma fuese que su chimenea -tan vieja como las piedras "afumaes" de toda la estancia-, jamás se apagaba en invierno, porque cocinaba el arroz con pollo tan lento como exquisito o porque contaba las historias más mágicas. Pero quienes ahora nos cuentan lo que les contaron, resaltan el atractivo de su risa franca, espantadora de penas, y su compañía seductora.

Dulia solía decir que a las tristezas -es posible que almacenara tantas como arrugas es su cara tempranamente envejecida- no había que alimentarlas. Enfín, fácil de imaginar a Obdulia Iglesias entre esa clase de seres humanos "que te abraza y te reinicia" -haciendo uso del actual lenguaje digital-, con el mismo poder fantástico que los aires eternos de "advientu". Por eso, todos reservaban "tayuela" alrededor de su fuego, al menos una vez al año.

lunes, 27 de noviembre de 2017

Feministas de minifundio


Rosina
Se colgó un sábado de la viga maestra del corral contiguo a la casa de sus padres. Era el lugar en el que guardaban las cabras en invierno; las mismas cuyos nombres escandalizaban a sus conservadores vecinos de la quintana: Libertad, Pasionaria, Aida, Federica, Veneranda... 

Acababa de cumplir los treinta y cuatro años. La autopsia confirmó que fue un suicidio no inducido. Pero los hechos, tozudos, vinieron a demostrar que la soga que compró Rosina en La Pola dos días atrás tenía un culpable más poderoso: una sociedad hipócrita, que hace 60 años no perdonaba salirse del redil; sobretodo a una mujer joven, pobre, viuda y con hijos. Lo de haber hecho uso de su íntima libertad y que su "delito" fuese evidente en el plazo de unos meses era un agravante que consiguió aterrorizarla definitivamente.

Ya la habían condenado, aún antes de la evidencia, su propia moral, grabada a fuego tras años de opresión, y las miradas acusadoras que a buen seguro habría de sufrir. No iba a permitir que le ocurriera lo mismo que a su madrina Rosario, que tuvo que huir a sabe Dios dónde -nunca regresó para contarlo- cuando se hizo público que amaba a otra mujer. La prueba posterior a la muerte de la campesina aportó un dato diferente al motivo del apedreamiento de su protectora: Rosina llevaba una niña en su vientre, hija de un amor prohibido. Le hubiese puesto Rosa, (como ella y como la famosa Luxemburgo), y seguramente hubiese luchado por los derechos que a su madre, y a la mayoría de las mujeres de su generación les fueron negados. Aún hoy, en la pequeña aldea, colgada en una ladera de la Cuenca Minera asturiana, recuerdan cómo el injusto juicio ajeno mata como cualquiera de tantas armas, físicas o sicológicas, que acaban con la vida de un ser humano (las estadísticas siguen diciendo que las mujeres se llevan la peor parte).

Constantina

Al amanecer de un día de primavera, cuando las flores "de pan y quesu" anunciaban días más cálidos, Constantina ayudó a su marido a "uncir el carru y les vaques" y pasaron la mañana sembrando maíz en una de sus tierras. Regresaron, cansados, a la hora de comer, y volvieron a hacer el trabajo a la inversa con los animales. Después, la casina (mujer del municipio asturiano de Caso) encendió el fuego y peló las patatas para hacer el pote de "patates con arroz". Con el hambre atrasada, apenas comenzó el agua a hervir, su pareja empezó a apurarla con un insistente: "¿ya está la comida?". Constantina, harta de la situación que siempre se repetía, le dijo: -"Sí, siéntate a la mesa", y le echó un buen plato de patatas crudas con agua caliente. "Marché cuando tú y volví cuando tú, así que ahí tienes", le remató con coraje; ya que responderle así a un varón hace 80 años era un acto de valentía para una mujer. 

Cuenta la historia oral, que a partir de entonces el compañero de fatigas y faenas la trató con más consideración. Y yo quiero creer que hasta la ayudó en las tareas de casa. Esta es la sencilla historia de una predecesora de los derechos conseguidos por las mujeres anónimas. 

Por lo demás, os recomiendo el humilde manjar de unas patatas con arroz, aderezado con un refrito de ajo y pimentón. Eso sí, a fuego lento...


lunes, 13 de noviembre de 2017

El bullyng de Noviembre

No toda violencia entre un hombre y una mujer es de género, pero sí toda acción que implique una situación de desigualdad en el marco de una sistema de relaciones de dominación de los hombres sobre las mujeres que tenga pueda tener como consecuencia un daño físico, sexual o psicológico,  es un acto de agresión machista.

Ahora lo llamamos  también el mes morado porque  un 25 de Noviembre de 1960, fecha en la que se conmemora el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres, fueron asesinadas tres hermanas -Patricia, Minerva y María teresa-,en la República Dominicana.  Hasta esa fecha y desde entonces  no han parado de morir asesinadas y no se han detenido, con mayor o menor éxito, las reivindicaciones. Desde hace tres años llevo una pequeña parcela de responsabilidad en el el tema, y he aprendido dos cosas: que cualquier paso encaminado a visibilizar el problema nunca es en vano y que aún se escuchan letanías idénticas a siglos atrás en cuanto a lo superfluo que es defender los derechos de las mujeres por el hecho de serlo. Pero no se pueden permitir pasos atrás. La maquinaria está engrasada y las acciones encaminadas a que el mundo aísle al maltratador de género deben prevalecer por encima de otras opiniones.

Habrá épocas con menos inversión en medidas para proteger a las mujeres que padecen esta lacra y dar salida a sus vidas, una vez que toman las riendas de su libertad, pero el mundo, esa parte del mundo que mira de forma empática el sufrimiento ya no tolera las agresiones, en forma de crímenes en muchos casos y de amargos tratos en otros. La pirámide familiar se ve envuelta siempre en el horror de las acciones machistas, y la familia en la que hay un maltratador sufre en grupo sus consecuencias. Esto llev, por otro lado al riesgo de que los hijos imiten el comportamiento en un futuro o lo sufran,todo como un hecho de vivencia cotidiana que no les pilla como anormalidad.

Rosa María, asesinada por su ex marido, con 20 años,  ha sido una de las últimas víctimas de la violencia de género, en lo que va de año, en España. Paradójicamente, las encuestas revelan que uno de cada cuatro jóvenes ve normal la violencia en la pareja, y unos de cada cinco piensa que se exagenara y que es una cuestión politica. La insistencia en la educación desde edades tempranas y la empatía que da el conocimiento de casos reales y cercanos tal vez les haga cambiar de opinión. Los que seguí habitualmente mi blog recordaréis la entrada que escribí pensando en Emy, una amiga de mi infancia y adolescencia que fue asesinada, en unas circunstancias de violencia de género tan parecidas a las del resto de mujeres y tan singulares como la propia vida de cada ser humano. En la suposición queda el por qué de su muerte; aunque nos podemos imaginar los motivos, porque los perfiles y la mentalidad del maltratador suelen converger en una imagen de hombre que se cree de primera respecto a su pareja, con todo un historial de derechos adquiridos que dejan al desnudo la individualidad y el respeto de su prójima. No era Noviembre cuando Emy nos dejó, hacía poco que había comenzado la primavera. Pero sentimos el frío del invierno con la forma de su muerte, y fuimos conscientes de que el maltratato y sus terribles consecuencias también le ocurre a las personas que tenemos más cerca, no solo son noticias de la tele o el periódico.

No olvidemos tampoco que una palabra  tiene el mismo poder destructor  que una bofetada, por eso  "Ni golpes que duelan ni palabras que hieran", fue uno de los lemas de las campañas que las concejalas de Igualdad de la Cuenca del Nalón, entre las que tengo el honor de incluirme, han elaborado con motivo de la campaña del mes de la lucha contra violencia de género. Este año ya tenemos preparado un nuevo cartel, con mensaje contundente, que presentaremos la próxima semana en Pola de Laviana. Tal vez únicamente sean palabras en un papel más grande, pero también cabe la posibilidad de que esas palabras lleguen a alguien, en cualquiera de las dos orillas del maltrato, y le hagan reflexionar y cambiar de rumbo. Con que solo le sirva a una persona habrá merecido la pena el empeño de nuestro trabajo. Así de lento suele ser el camino de la consecución de resultados, pero mientras no se de un paso atrás, todo es rentable en la lucha.Y perdonen las molestias aquellos que tachan de inútiles este tipo de campaña, pero las siguen matando.

jueves, 12 de octubre de 2017

Así era Pilar



Derivado del latín pilar, en el significado de los nombres españoles Pilar quiere decir soporte de la vida. No anda muy alejada la connotación de algunas de las que conozco y he conocido, con esa versión de mujer fuerte donde poder apoyarse el clan familiar o el círculo de amistades. "Es una mujer ordenada, metódica y disciplinada. Además, tiene un sentido del deber muy desarrollado. También es autoritaria , y le gusta que las cosas se hagan a su manera, por lo que es frecuente chocar con ella; especialmente en cuestiones laborales", apostilla una definición.

Como persona de carácter enérgico, recuerdo a mi abuela paterna, Pilar. Huérfana de madre siendo una niña, se casó muy joven y parió seis varones y dos hembras, aunque la primera de sus hijas murió de recién nacida. A Pilar la del "Puzu" -tenía ese apodo porque en la casa donde vivía en Agues había un pozo de agua en el prado que la rodeaba-, le tocó jugar en el bando de los perdedores durante la la Guerra Civil, y sufrir las consecuencias que padecieron los vencidos tras acabar la contienda.

Con un hermano condenado a muerte, que logró huir a Francia, el punto de mira fue esa mujer de su familia, que tenía la piel tan morena como determinantes  sus andares, y directas sus palabras. Soportó requisamientos, rapados de pelo, aceites de ricino y dedos apuntándola sin cesar. Por lo que me fueron contando quienes la conocieron en un tiempo anterior al mío, pocas cosas la amedrentaban, al tiempo que defendía a su prole, también marcada, como tantas mujeres coraje de aquella época y aquellos perfiles.

Siete hijos de edades seguidas  necesitaban lo que escaseaba: alimento, ropa, calzado; mientras les sobraban las ideas  en la ejecución de travesuras. Mi padre me contaba que un día encontraron una "espindarga" y comenzaron a dispararse con ella pensando que estaría vacía. Una bala, que no les estaba destinada porque salió en otra dirección, casi acaba con la vida de uno de los chicos. También recordaba el cuarto de los hermanos Suárez Miyares, que "cada vez que comíamos aroz , Ovidio estiraba cuantu poía esi alimentu en el platu pa que paeciese más cantiá. De ese modo, cuando sus hermanos ya habían devorado la cena, él seguía siempre con algún grano porque comía muy despacio para chincharles. Como había pocos cuchillos en casa, pelaban las castañas con los dientes durante las noches de invierno. En el tiempo de cerezas y otras cosechas que les quitaban el hambre, burlaban las vigilancias vecinales para encaramarse en busca del fruto prohibido. "Ahora si ven un pera de mexona en el suelu, si a acasu,dan-i una patá", comentaba el abuelo, haciendo un análisis de los actuales tiempos de "refalfiaura".

De adolescentes pastoreaban cabras y vacas por los valles y montes de alrededor de la aldea y disfrutaban, en la medida de los posible, de unos años en los que la pobreza era la tónica general; tiempos difíciles que conectaron su juventud con los viajes a caballo hacia  el municipio limítrofe de Aller, donde dejaron historias de novias y choques de testosterona a partes iguales. Tampoco les fueron ajenas desde bien jóvenes a algunos de los hijos de "Pedrera" la negrura de los pozos mineros y las aristas del carbón.

Mientras su madre seguía tejiéndoles "chapines", y Manuel, su padre, hacía su trabajo de caminero en la mina de Llaímu, los hermanos iban haciéndose hombres fuertes y protectores de su familia, siempre con el sello imborrable de su condición de hijos y sobrimos de rojos; lo que no hizo más que forjar un carácter de gentes de izquierda que para nada respondía al mal perfil pretendido por las etiquetas de la época. Señalados en la escuela, en la iglesia -a las que pronto dejaron de acudir por motivos diferentes-, y en numerosos centros de sociedad del municipio, fueron, sin embargo,unos jóvenes como tantos de su generación, hartos de miseria, de frío,de trabajo,con amistades irrompibles e historias de solidaridad inolvidables. Junto con ellas, la protección familiar de la que siempre alardearon, logró que una parte de sus recuerdos de infancia y juventud fuesen entrañables, a pesar de las circunstancias.

La tragedia les llegó más palpable con la muerte temprana de sus dos hermanos mayores -uno a los 18 en la mina y el otro en la mili-. Pero la madre coraje siguió con valentía su camino, y tuvo tiempo de conocer la Democracia, los viajes del Inserso, Venezuela, donde vivía uno de sus hijos; el mar de Gijón, donde me llevó algunas vacaciones. "Vamos a ver escapartes por el centro", me dijo un día. Y yo, con unos seis años y deseando todo cuanto me ofrecían tras las cristaleras, le contesté con mi coyán de pura cepa: "güelita pa nun comprar ná, prefiero no mirar los escaparates".

También Pilar Miyares vivió intensamente el último tramo de su vida haciendo ganchilo, leyendo esas revistas con fotonovela de regalo, y disfrutando de los juegos de cartas con su panda de coetáneos en el jardín de su casa: José el de Juana, Antonio el de Rincón, Lolita, Agustina la del Infiestu,  Ana María, Mero, Manolín "el Coyán" y Mariquina, sus cuñados que venían en el 600 desde la Pola casi todos los domingos, Ángeles Gutiérrez, etc.; cada cual con sus ideas y sus pasados diferentes que no les impedían compartir meriendas y barajas sin ningún tipo de prejuicio.También viajó muchas veces a París, donde iba a visitar a su benjamina, aunque solo aprendió a decir  "merci", "bonjour", "bon apetit" y poco más.

Así, a muy grandes rasgos, fue la vida de una de mis Pilares, luchadora incansable y valiente donde las hubiere.Como muestra de su coraje la anécdota del día que le robaron un jueves la cartera en el "mercau" de Laviana, y al jueves siguiente, al reconocer al delincuente, lo agarró del cuello y lo llevó medio a rastras hasta el cuartel de la Guardia Civil.

De los últimos recuerdos que tengo compartidos con mi abuela Pilar fue la boda de Lady Di y Carlos de Inglaterra en el televisor de su cocina, en el que había pegado un papel transparente con varias rayas de colores, para emular la tele en color, que aún no había llegado a la aldea. Aquella era una manera más de editar los recursos. Ahora, con los modernos teléfonos, lo hacemos a la inversa: nos gusta pasar las fotos a blanco y negro porque, como alguien dice: se resalta más el alma.






viernes, 30 de junio de 2017

Bajé el jueves al "mercau"


 La última vez que nos vimos sonaban los ecos de un concierto de Serrat -uno se cree que las mató el tiempo y la ausencia...-. Ya han pasado 32 mayos desde entonces. Ayer me la encontré en ese "mercau" de los jueves, en Pola de Laviana, al que bajábamos desde nuestros respectivos pueblos sin falta, lloviera que tronase, cuando éramos jóvenes.

La misma música ambiente, los mismos olores, los mismos puestos; con ropas y calzados distintos -cuántos tonos de rosa han desfilado por esos percheros y por nuestras vidas: rosa fucsia, rosa chicle, rosa cuarzo, rosa palo, rosa coral, rosa diamante...-. Hasta me atrevería a jurar que el vendedor de gorras, boinas y sombreros era el mismo que me vendió la visera que le compré a mi padre para su cumpleaños treinta años atrás. Pero no, sería su hijo. Y ahí comienzan los matices.El tendero de entonces ya peinará canas, unas cuantas arrugas en su  frente, lucirá unos párpados algo descolgados, y es posible que algunos kilos de más, o quizás mucha masa muscular menos; eso en el mejor de los escenarios de esa vida normal con la que empezamos a conformarnos en proporción directa al conocimiento del mundo y de las circunstancias irremediables. El vendedor de años atrás estaría igual que ella, que todos los  conocidos que me fui encontrando por el puesto de la fruta, por el de los frutos secos y los pepinillos en vinagre, por el del bacalao. Igual que yo, que me veía reflejada al verles a ellos, en el espejo del paso del tiempo.

El pincho de lomo rebozado al que siempre me invitaba mi padre en el bar de la Guinea, seguía en su urna de cristal. Y el Banco dela acera de en frente, al que bajaban mis paisanos y paisanas a sacar la paga del mes aún no ha sucumbido tampoco a los vaivenes económicos.Hay muchos negocios nuevos, que te hacen sentirte forastera, y que van creciendo paralelos a las nuevas tecnologías, a los nuevos dictámenes de las modas alimentarias, a las nuevas formas de compartir un rato de ocio... Además de algunos de toda la vida que todavía siguen en pie. Son esas empresas familiares con solera, que sobreviven gracias a que cumplen el dicho: "hacienda tu amo te vea". Vuelvo a recorrer las calles de siempre, pero ya no son las mismas para mí. O quizás nosotros, los de entonces ya no seamos los mismos, que dice el poema.

Nos fueron cambiando los buenos y los malos momentos, las decepciones, las angustias, los fracasos, lo poco o lo mucho que hemos ido edificando, nuestros secretos...Pero también nos han transformado las personas que hemos ido encontrando en nuestro camino, las que han valorado en nosotros aquellos que otros no han querido, no han podido o no han sabido ver; las experiencias que nos han hecho más fuertes, los aprendizajes que nos han hecho más sabios; aunque al cabo de los días vamos dándonos cuenta de lo mucho que aún nos queda por saber. la vida nos sorprende cada día, yo diría que a cada instante. Bien lo dice Pilar Eyre: "levantas una piedra y aparece los extraordinario".

Paseo ahora por ese "mercau" de la mano de un niño que, a pesar de haber viajado más que yo a su edad -tal vez en unos años más que yo en toda mi vida, mira los puestos con ojos de quien ve el mundo como una novedad. Le cuento que su abuelo solía comprarme unas bolsas con muchos bolígrafos que siempre había  en una mesa que no consigo encontrar; tal vez porque ahora se escribe poco. También un día de "mercau" me compró mi primera máquina de escribir y mi antigua cámara de fotos; además de los vaqueros Lois; los primeros de mi adolescencia. A quien me acompaña hoy le gusta pararse en el expositor de unos chicos bolivianos que traen complementos de colores vistosos, y duda entre una pulsera con su nombre o un indicador del viento; ajeno a la nostalgia.

Ahí mismo encontré a María. ¿Quién reconoció primero a quién?. Estoy segura que ella también me radiografió en ese instante infinito, hasta que llegamos al fondo de la mirada, a la amplitud de la sonrisa, al gesto alegre de quien se emociona al reencontrarse.Paseaba un niño rubio -tenía sus mismo ojos oscuros- en una sillita. Era su segundo nieto. Claro, a nuestra edad ya eres o abuela joven o madre tardía de un niño relativamente pequeño.

En el puesto de al lado, el señor moreno de ojos color aceituna, ya no vendía cintas de radio cassette, en su lugar un chico africano vendía CD musicales; pero creímos oír que continuaba la misma música: "...son aquellas pequeñas cosas...". Después retomamos la historia con un café.






lunes, 17 de abril de 2017

Las aguas del Alba aún mueven molinos




Dice el refrán que agua pasada no mueve molinos, pero no es el caso del  "molín" de Alfredo Sánchez, a la orilla del río Alba, en Soto de Agues. En la entrada del pueblo que le vio nacer, este joven molinero aprovecha el potencial energético de la fuerza del agua y el cielo para continuar con un trabajo centenario, casi en desuso. De hecho, es el único molino en funcionamiento, de esta modalidad, que se puede encontrar en el Valle del Nalón; torrente en el que desemboca uno de sus afluentes más populares, con nombre de madrugada.

 Comenzó con el negocio de moler su abuelo Juan, después continuó su padre, Alfredo y, tras un tiempo cerrado, el tercero en la generación de molineros -Alfredín para los lugareños más veteranos, aún cuando ya es un "paisano" de buenas espaldas para cargar sacos y experimentado padre de un par de gemelas-,  decidió dar un paso adelante y poner de nuevo el engranaje de canales, canaletas y  muelas en movimiento para aprovechar  las aguas de un valle abundante en ríos, fuentes y manantiales.

 No es el molino de Fondón un edificio antiguo, ni de estructura externa similar a los viejos molinos. Pero el ambiente que lo rodea por dentro y por fuera, invita a recordar las viejas leyendas de la molienda. El aroma del grano trae reminiscencias de estampas bucólicas y conocidas historias populares.

 Aunque lo de ir al "molín" sea ahora una actividad esporádica, apenas traspasas la puerta del triturador de Afredo,  las materias primas que lo poblan, el olor de la harina, el trun trun de la maquinaria y el evocador sonido del agua te transportan de inmediato a un tiempo indefinido, un oasis en los avances de la economía y de los productos que consumimos, de menos acceso directo, procedentes de lugares dispersos, y con muchos de sus componentes de dudosa reputación para la salud.. Después está ese agua que se coge del río tan próximo, justo bordeando el lugar de trabajo del molinero, rodeado de naturaleza, y no se hace esperar la sensación de transitar los mismos escenarios que las generaciones pasadas recorrían como rutina.

De manera muy resumida, el funcionamiento de este tipo de molinos consiste en coger el agua del río, que es canalizado y conducido a un sistema que hace fuerza sobre una rueda que, a su vez, consigue hacer girar un sistema de transmisión de potencia hacia la piedra que convierte el grano en harina. Una vez hecho su trabajo, el agua es devuelto al río.

En otro tiempo ir al molino era tan habitual como acudir ahora a la panadería. A diario iban los vecinos de las aldeas asturianas a moler maíz, trigo o escanda. Amanecía o anochecía y todavía podían verse candiles de ida y vuelta a los molinos,en su mayoría comunales. Y un dicho popular rezaba aquello de que "el más roín, al agua y al molín". Los derivados de los cereales que cultivaban por los minifundios asturianos -maíz y escanda principalmente- eran la base de una alimentación sencilla en tiempos de escasez.. Tampoco en ninguna casa faltaba el horno para cocer la masa que habría de saciar el hambre de las familias, por lo general numerosas.

Ya sea porque las costumbres son de ida y vuelta, o porque las actuales modas alimenticias llevan por caminos de regreso a una alimentación más natural, lo cierto es que ir al molino a comprar harina natural o a triturar la que algunos clientes cosechan en sus minifundios empieza a ser una tendencia a destacar. También uno puede llevarse el sabor de Sobrescobio en los Suspiros del Alba, que se empezaron a elaborar recientemente en el pequeño negocio de Fondón. Si a nadie le amarga un dulce, adquirirlo en el mismo sitio donde el grano es triturado, adquiere un especial grado de excelencia; más si cabe, al mojar esas  galletas que tienen el color del  sol, en ese primer café saboreado al alba.






Tras la visita al molino, en esa aldea de Sobrescobio, donde tan fácilmente uno puede creer en historias  de trasgos y xanas, el  aroma al primer alimento produce un
Déjà vu de antiguas vivencias, así como el rezo de uno de los cientos de poemas escritos como oda a un trabajo, cuya conservación entronca con unas raíces que no deberían ser arrancadas nunca: "Siempre habrá nieve altanera que vista el monte de armiño, y agua honesta que trabaja en la presa del molino.Y siempre habrá un sol traidor - un sol verdugo y amigo- que trueque en llanto la nieve y en nube el agua del río". (León Felipe) 






martes, 4 de abril de 2017

La elegancia del Club de Lectura Coyán



"El tiempo es una lluvia paciente y amarilla, que apaga poco a poco los fuegos más violentos" 


Todo comienza con un primer paso o con una primera palabra. Así que el Club de Lectura coyán empezó siendo una posibilidad en una conversación con Maite una tarde de otoño, en medio -literal-  de uno de los caminos más paseados de Soto de Agues. En esas parrafadas "prestosas", en las que se habla de todo un poco "sin echar por nadie" (que decimos por allí), surgió la idea de que sería "guapo" ese proyecto en el municipio de Sobrescobio;  el concejo asturiano que, según las estadísticas, más libros, bibliotecas y lectores tiene en proporción a sus metros cuadrados. Sin prisa, pero sin pausa, el plan fue fraguando y una tarde de Marzo ya teníamos, sobre la mesa de la Biblioteca Municipal de Rioseco más de veinte tomos de La elegancia del erizo, tantos como los integrantes del Club que apunta con crecer. Podría haber sido cualquier otro libro el elegido para el punto de partida, de entre los cientos que nos ofrece la Red Regional de Bibliotecas de Asturias. Pero las vivencias de una portera parisina, en apariencia una cincuentona mediocre y poco agraciada físicamente, era un buen comienzo para reflexionar sobre la importancia de no guiarse por los marcadores externos. Tras una señora que está a cargo de una portería, fregona en mano todo el día y a las órdenes de gente adinerada, se esconde toda una experta en los filósofos clásicos y modernos, amante de la mejor música, de los platos exquisitos y con un coeficiente intelectual que deja a la altura del barro intelectual a la mayoría de los inquilinos de la calle Grenelle. Notas de humor, sabiduría popular y la ironía ante el mundo de quien calla más de lo que sabe, con la ternura añadida de las historias entremezcladas de esos otros vecinos que sí miraban bajo la piel, nos presentan a la viuda Renée Michel como la mujer a la que nos gustaría parecernos en muchos aspectos. Aunque también hubo alguna lectora que la tachó de "prepotente"; vamos que no le cayó nada bien la proletaria ilustrada, porque cada cual hace su lectura particular, que para eso también están los clubes de lectura.

"La lluvia amarilla", ahora en manos de las lectoras y los lectores delrecién estrenado Club de lectura , espera comentarios, anécdotas, interpretaciones y conclusiones para finales de este mes de Abril. Lo que llevo leído de esta obra de Julio Llamazares,  no da para ninguna emoción alegre. Es más, hacía tiempo que un libro no me hacía llorar o sentir escalofríos. Llega tan directamente a las entrañas el monólogo del último habitante de un pueblo abandonado del pirineo aragonés que uno se va poniendo en su piel, casi palpando todas todas las emociones de Andrés. Son unos desgarrados sentimientos que, en otras escalas y circunstancias, no cuesta tanto imaginárselos. El tiempo es un Señor paciente del que nadie puede escapar. Y la decadencia, el olvido, la muerte llega tarde o temprano a cualquier ser humano. Aunque, cuando uno empieza a convivir con esa idea "cuando cree que ya todo lo ha olvidado, basta una simple carta, una fotografía, para que salte en mil pedazos la lámina del hielo del olvido".

Solo es un libro, no quiero afligiros, ahora que la primavera ha vuelto a asomar tras las cristaleras de esa estancia de la biblioteca coyana donde nos reunimos cada mes; uno de esos rincones donde siempre  huele a libros, a madera, a flores, a historias ... Tal vez para la próxima reunión elijamos una novela de las que hacen el tiempo infinito y los finales con epílogos prometedores. De ese modo, nos desquitaremos de la melancolía que producen los últimos coletazos de la vida de Sabina y Andrés, envuelta en fantasmas, en musgo y en ruinas.

Asimismo, es posible que, en próximos encuentros, recorramos otros puntos de lectura del municipio. Sin duda los días largos y más cálidos invitan a caleyar por los microuniversos coyanes; entrañables y elegantes donde los haya. Una  copa de vino, un culín de sidra o una taza de té de jazmín, el mismo que compartía la sabia portera con su amiga Manuela -si vas a tener solo una amiga, elige la mejor-, seguirá poniendo cierre mensual a unos encuentros que pretenden, además de compartir versiones de una misma historia, retomar conversaciones ya casi en desuso. Las prisas con las que ahora vivimos, junto con el aislamiento que produce lo digital,  invita a buscar pretextos para la conversación en vivo y en directo entre quienes comparten aficiones comunes.






lunes, 27 de marzo de 2017

Llugares

Conocemos muchos nombres de la toponimia de nuestros montes y valles; por otros comenzamos ahora a interesarnos más. Será por aquello de que empiezan a faltarnos las fuentes de información y no queremos que caigan en el olvido los sitios que se esconden bajo la inmensidad de la natulareza o, tal vez, porque el tiempo va pasando sin remedio y uno valora más su raíces.  Son nominaciones autóctonas y curiosas, pronunciadas por miles de nuestros antepasados. Los que transitaban esos lugares conocían cada canto, cada recodo, cada hondanada, cada pico, cada riachuelo y hasta cada arboleda de aquellos parajes que formaron parte de su modo de vida. Pero también trataban de tú a tú a cada microuniverso de esos paisajes, poniendo nombres y hasta apellidos peculiares a muchos puntos de su camino diario. Pintorescas formas de llamar a una piedra, a un pequeño llano, a un peñón concreto, a una pradera de verde distinto; allí donde hubo un día una historia humana, un fenómeno meteorológico inolvidable, el lugar favorito de algún animal, un secreto a voces, una tragedia, un momento mágico...  En unos pocos de kilómetros se definen cientos de sustantivos, duplicados en otros lugares de la geografía asturiana. Este fin de semana me han señalado algunos de ellos y me pareció interesante inmortalizarlos por aquí. Los comparto y os invito a ampliar la lista. La de hoy seguramente será más conocida por los casinos y las casinasde Tanes. Quién con una edad no ha pasado por o no ha oído hablar de: La Llana el Marrán, LesPorqueres, Feleches, Rituerios, Coxeu, Los Posaorios de Nildo, El Cantu La Robeca, Ritallones, Miraoriu, La Vauga, El Cándanu, El Vasellín de la Muezca, Cotiellos, Sopontón, Llinazagues, Misiegues, Xenra, Los Llongares, El Atoriellu -el raposu en atoriellu cantaba y daba  les palmes...- , La Retuerta, Ricarto, Recastañera, La Grandiella, Les Bragues, El Cabaín, Treslería, Faces, El Llerón,  Porciles, Bustiellu, La Grandiella, El Llanu más Altu, Espines, La Paraona, Miyares, Granielles, La Trapa, El Tabayón, Los Baugones, La Llosona, El Caón, ElCoballu les Cerezales, El Pandu la Barrera, Casares, El Argayu, La Llatri, La Mozquita, El Cascayu, El Cebollín, La Grera, La Vallina, Estaques, Sebares, La Llinariega, El Ríu los Cuadros...



Much@s conoceréis el nombre, pero de la mayoría de ellos no es tan fácil descifrar el por qué...  Continuará.



martes, 7 de marzo de 2017

Sobrescobio, 8 de Marzo de 1910

Me despiertan vientos de agua tras las ventanas de mi dormitorio. Sus paredes, hechas de piedra caliza y "cebatos", han visto nacer a tres generaciones de mi familia. Los cristales, frágiles y pequeños, apenas protegidos por unas contraventanas que empiezan a ceder ante el tiempo y la polilla, aguantan a duras penas las embestidas de los aires fuertes y de las humedades todavía invernales. Aún no entra por las rendijas  la luz de la madrugada. Enciendo el candil que mi abuelo me regaló antes de regresar a Cuba, después de enviudar. Limpio con la palma de mi mano el vidrio empañado y adivino una mañana fría de marzo, al tiempo que observo mis uñas descuidadas y mis dedos agrietados. Pienso mientras busco a tientas el chal de lana  gris, primorosamente tejido por mi madre como regalo de boda, en cuánto me gustaría tener los dedos largos y finos, como los de la princesa del cuadro que tiene colgado el médico, en el salón de su casa.. En el reloj de la torre de la iglesia suenan cinco campanadas. No puedo demorarme. He de tener listo el café para mi esposo, que tiene turno de mañana en el pozo minero cercano, prepararle un bocadillo de tocino ahumado y tenerle la ropa lista para que vaya lo mejor equipado que nos permiten nuestras posibilidades. Después de la cena, estuve zurciendo sus pantalones azul marino y dándole la vuelta a los cuellos de su camisa de franela. Asimismo, acabé de tejer el jersey verde que le protege del frío cuando baja en bicicleta, un transporte de lujo que le ha hecho ganar tiempo en el desplazamiento al tajo.

He tenido que posponer para esta tarde los chapines que necesitan mis cuatro hijos varones. No puedo obviar tampoco la tarea diaria de amasar el pan para que lo coman fresco y caliente. Este año la cosecha de maíz y escanda ha sido generosa. Merecieron la pena los sudores diarios y las prisas para llegar a tiempo a las fiestas patronales de finales de verano en el concejo.  Por otro lado, no debo dejar ni en sueños la tarea de partir más leña para que la única fuente de calor, la chimenea que tenemos en la inmensa sala,  no decaiga. Esta mezcla de cocina,salón y sala de actividades múltiples que es ese habitáculo nuestro, rústico mírese por donde se mire, resulta sin embargo acogedor para nuestros vecinos y parientes.A ello se debe que sea el centro de reunión en las frías noches de invierno, mientras realizamos las últimas faenas del día. Necesito, además, que el horno contiguo al fogón principal esté a pleno rendimiento. El próximo fin de semana celebraremos una boda familiar y yo seré la cocinera principal. Miro al cielo esperando que hoy la lluvia me de tregua para lavar con más comodidad la ropa de las camas. Los miércoles toca mudanza de los trapos del hogar. Necesito, por otra parte, unas horas sin nubarrones amenazadores para "variar" los cinco colchones de lana y sus correspondientes almohadas. Unos rayos de sol harán que la faena no se me haga más costosa de lo habitual. Para comer hoy pondré unas sopas de ajo, así aprovecharé los restos de pan duro que van quedando. Con la grasa de la matanza pasada  y unos dientes de ajo  de mi huerto hago unos sofritos que son el mejor aroma de la quintana.Asaré también unas manzanas; en el desván se conservan durante meses. Por lo demás, en nuestra tierra los manzanos no suelen decepcionarnos en la cosecha.

Están instalándonos el agua en las casas; dicen que nuestro pueblo, Soto de Agues, es el primero de la región que tendrá ese lujo. Estoy convencida que, algún día, ese agua que tenemos a raudales será una de las principales fuentes de riqueza en nuestro pequeño municipio. Ya queda poco vino del "pellejo" que mis padres nos regalaron las pasadas Navidades, habrá que estirarlo porque un vasito de esa bebida añade un poco de calor al alma y hace más llevaderas las necesidades materiales.  Para la cena, haré fayuelos. Las gallinas se portan bien últimamente. No en vano les pico todas las noches una cesta de verduras para que estén contentas y sus huevos sean bien amarillos. A mis hijos les encanta algo dulce en la mesa, aunque siempre se quejan de que soy escasa con el azúcar. Pero tengo que tasar la cantidad de ese condimento porque para la ceremonia de la que os hablé -por cierto, dicen que la hija del única indiano que vive en el pueblo se casará de blanco- haré arroz con leche y tiene que salir perfecto. Las seis vacas que ahora tenemos en la cuadra, antes de enviarlas a los pastos comunales cercanos, me regalan una leche que ahora llamaríais deluxe. Por eso puedo permitirme bajar los jueves al mercado de Pola de Laviana a vender alguna manteca, y unas cuantas galletas de nata que hacen las delicias de mis clientes. Ese mismo día toca limpiar la madera del suelo de toda la casa con arena.

Cuando regrese de lavar en el arroyo -soñamos con un lavadero para no tener que arrodillarnos-, y después de avivar el fuego, tengo que reservar un hueco para dedicarle unos minutos a mi benjamín. Llega de la escuela encantado con las letras que va aprendiendo y le hace feliz que le lea algún cuento. Entre nosotras os confieso que me los invento, porque nadie me enseñó a leer, pero tengo la capacidad de adivinar historias tras las páginas que voy pasando y me imagino mundos que un día serán posibles. Vosotras me diréis si he acertado, pero le leo como si fuera cierto que las mujeres serán mayoría en las Universidades de nuestro país, que podrán votar, y que no estará mal visto que vayan al chigre con sus amigas. Claro que Carmen eso ya lo hace. La noche siguiente a su enlace matrimonial su marido le dijo: "Me voy con tu padre al bar, tú quédate recogiendo la cocina, y si te da el sueño me esperas en la cama, que no sé a qué hora volveré". Pero ella, que siempre destacó por un carácter indomable, una voz imponente y unos brazos de acero, se puso la toquilla negra por los hombros, metió unos céntimos bajo la plantilla de las zapatillas de fieltro que le habían regalado para su boda, se dirigió al mismo lugar que sus familiares, dio las buenas noches a los presentes y pidió una copa de anís. Desde aquel día, su marido la invitaba a acompañarle en sus salidas nocturnas. Ella, por su parte, decidía si le apetecía o no.

 Estoy segura que cuando leáis esto, la valentía de Carmen sea una normalidad. Tan normal como lo más abultado de mi vientre, lo que me hace pensar que  está otro bebé en camino. Presiento que será la hembra tan deseada por todo el clan. Y también intuyo que su mundo femenino gozará de otras comodidades y otros derechos que a mi generación y a mis antepasadas les fueron negados. Por de pronto, voy guardando el humilde material escolar de sus hermanos para que no se pierda ni una sola de las enseñanzas de la escuela. He oído que vendrá un tiempo en el que una serie de maestros y maestras a los que llaman "progresistas" pondrán todo su empeño en que las mujeres, especialmente las pobres, seamos algo más que burros de carga y animales de parir.

Pero yo no tengo mucho derecho a quejarme. Si comparo mi vida con la vecina que siembra a mi lado en el minifundio soy una mujer privilegiada.Por sus ojos, casi siempre a punto del llanto, y por los moratones de sus antebrazos, adivino que le tratan peor que a la cabra que berra en su corral, a la que el esposo llena de patadas a la hora de ordeñarla, previa visita a la taberna donde gasta esos cuartos que podrían servirle a María para mandar hacer al carpintero una silla más cómoda para su madre, que sufre una extraña enfermedad. Es por eso que la hija -cuidadora de todos los niños y ancianos de la familia, y hasta de los vecinos cuando cae la ocasión-- le cede la vieja manta de su cama, que mulle la tabla en la que su progenitora  pasa reclinada la mayor parte del día. En su presencia, me siento como la psicóloga que un día tal vez sea alguna de mis nietas. Dice que solo yo le inspiro confianza para contarme sus penurias. Poco puedo hacer para remediarle sus males, salvo escucharla. Las leyes actuales no se ocupan de asuntos femeninos porque aún somos invisibles para la sociedad.

Es cuaresma. El cura de la parroquia de San Andrés nos dice en misa de domingo que ni se nos ocurra comer carne hasta el Día de Pascua. Ni mucho menos entregarnos a los placeres de la otra carne, a pena de arder en la eternidad del infierno. Para demonios la incurable tuberculosis de mi hermano y la muerte de mi esposo en el accidente del pozo, murmura a modo de rezo la viuda de Tomás. Seguramente como ya podéis disculparme desde la atalaya de vuestro siglo XXI, me atrevo a contaos que yo quebranto algunas veces las órdenes del sacerdote. Algo me dice que ese Dios, si tan compasivo es, entenderá que no vamos a morirnos de hambre mientras los más afortunados pagan para saltarse la ley divina. Además, muchas personas que conozco, fundamentalmente  varones, se pasan por el forro casi todos los Mandamientos: violan, matan, desean lo prohibido, roban y blasfeman a diario, y ahí están, casi mirados como héroes, y ejemplos a seguir.

Espero que un siglo después algo haya cambiado para bien en vuestros roles femeninos. Tengo la intuición de que así será porque desde los periódicos que mi abuelo me envía desde el otro lado del océano, a los que llegan también noticias de esta orilla, mi esposo me lee que una tal Clara Campoamor quiere cambiar nuestro destino, y dice cosas como que que salvo el alumbramiento, todo lo hacemos en común con los varones, por lo que también que tendrán que contar con nosotras para legislar asuntos que nos afectan a todos.

Los  genes que llevo de las ancestrales  brujas sabias  me hacen percibir que un raro milagro os hará llegar esta carta. Se la estoy dictando a mi hijo Manuel, a la tenue luz del candil y con el aroma de un café "de pota" que sube por el hueco de las gastadas escaleras. Hoy es nuestro décimo aniversario de boda y  José, el único hombre al que he besado, me ha preparado el desayuno. Sonrío con la ilusión de la mujer joven que todavía llevo dentro, pensando que el domingo volveré a ponerme el vestido negro de mi boda, con botones de nácar, que guardo para ocasiones solemnes, el mismo con el que me he casado. Pero Santa, la hija del médico, con la que fumo algún que otro cigarrillo de liar a escondidas, me contó que vienen de París unas faldas mucho más cómoda que dejarán nuestra piernas más libres, y que con ellas podremos bailar sin tantas ataduras los tangos de Gardel. Asimismo, me asegura mi amiga de "transgresiones" que el opresor corsé está viviendo sus últimas horas. Un día de estos también vamos a probarnos los pantalones en secreto porque no falta mucho para que no sean objeto de censura en nuestro vestuario femenino.

Me avisan de que mi sobrina Laura se acaba de poner de parto. No puedo tomar los últimos sorbos del café porque estoy aprendiendo el oficio de matrona. Esperemos que todo salga bien. A veces, los conocimientos milenarios de las mujeres de la aldea no son suficientes para evitar las tragedias. No hace ni cuatro años que su madre murió desangrada tras el alumbramiento de su último hijo, ante la falta de medios y conocimientos para evitar la hemorragia.

No bajéis las guardia. Para atrás se va rápido.Y, sobretodo, no dejéis que el legado de tantas mujeres, muchas de ellas anónimas, que un día soñaron con ser iguales a los varones en sus derechos y obligaciones, caiga en el olvido. Incluso las que tengáis hijos varones estaréis de acuerdo conmigo en que el respeto es un viaje de ida y vuelta y beneficia a ambas partes.

El canto temprano de un gorrión  me confirma que la primavera está cercana. El próximo mes de Abril cumpliré 28 años. Tal vez aprenda a leer y a escribir para contaos más cosas sin intermediarios. Nunca es tarde,como suele decirme Teresa, esa mujer que levanta suspicacias porque hace años que vive con una amiga a la que quiere con locura, pero cuyo cariño especial debe de ocultar. Me atrevo a vaticinar que también eso cambiará. Muchas gracias por echar la vista atrás y pensar cómo era la vida de las que nacimos en un mundo en el que los derechos de las mujeres eran nulos.

Atentamente, una coyana.



Imagen tomada de Mitología Asturiana






jueves, 16 de febrero de 2017

Arena en los pies

Días de esos en que todo nos parece un muro infranqueable; algunas mañanas o tantas tardes en las que se te acumulan, a partes iguales, las tareas, las decepciones, los no entiendo nada, las incógnitas; y  hasta los dolores físicos, una entrevista de Gema Nierga a Irene Villa, como  la que he escuchado en la radio, le da la vuelta a la tortilla.

Cuando tenía 12 años  perdió las dos piernas y tres dedos de la mano, a consecuencia de un atentado terrorista. Aquel octubre ETA había colocado una bomba bajo el coche en el que viajaba con su madre, quien también sufrió graves mutilaciones. Fue un error fatal -lo hubiera sido de todos modos-, el atentado no iba dirigida a ellas, pero explotó certero en sus vidas. Veintiséis años después, Irene Villa Gozález, trata de hacer entender a la gente la importancia de luchar porque nadie consiga borrar el brillo de sus ojos -el que ella sin duda tiene a raudales-, y pide que se valore la sencilla sensación de sentir la arena de una playa bajo los piés; una de las cosas que más desearía, ya imposible para ella

Qué inyección de positividad las palabras de una mujer con una trágica experiencia a sus espaldas, y unos efectos colaterales físicos y psicológicos que, en un principio, la hicieron desesperar. Ahora es esquiadora alpina paralímpica con varios trofeos en su haber, y un ejemplo para muchas personas con barreras físicas.

La ahora periodista,  Irene Villa  -que quiso ser juez en un principio para perseguir las injusticias, aunque después le aconsejaron que el Periodismo era otra forma idónea de proteger al débil y contar al mundo lo que sucede- afirmaba hoy en la Cadena Ser que está agradecida a la vida por tantas cosas buenas que le va dando. Tres hijos varones -"lo de la niña no ha podido ser, no se puede tener todo", afirma con humor-, un marido que la ama y la convicción de que hay muchísimas personas buenas -famosas y anónimas- que le han mostrado su apoyo y su ayuda desde que padeciera los estragos del terror hasta ahora que ya es toda una mujer de 38 años, son el trampolín para seguir luchando y teniendo ilusiones.

"Los terroristas solo son gente que cayó en una trampa", por eso afirmaba la también psicóloga que no los odia a ellos ni a nadie. De hecho, Irene -en este caso parece más que una pura coincidencia que su nombre signifique paz  en griego-, asegura no tener ningún rencor tampoco a quienes, de cuando en cuando, hacen públicos insultos y vejaciones hacia ella por las redes sociales. Esta mujer, admirable a todas luces, aconseja " inmunizarse contra las ofensas; incluso compadecerse de las personas de quienes proceden los insultos porque me lleva a pensar qué clases de cosas llevarán dentro de su alma, y me inspiran pena".

Por otro lado, la escritora madrileña aseguraba que puedes considerarte un auténtico psicólogo cuando llegas a entender a tus enemigos, lo que te deriva en una singular forma de empatía, incluso hacia ellos,  porque acabas entendiendo sus razones, para esa enemistad hacia el prójimo, lógicamente sin justificarlas jamás.

La autora de "Saber que se puede", dejaba constancia en las ondas que una de sus melodías de cabecera de su vida es la de "Color esperanza", porque es un canto a la superación, a la positividad y a la importancia de vivir con alegría y seguridad en uno mismo porque no hay barreras que uno no pueda saltar si se lo propone y porque lanzarse cada día al mundo con una actitud positiva hacia los demás y una sonrisa consigue hacer más fácil nuestra vida y la de los demás, por aquello de que "quien ríe más, soporta mejor el dolor"

En el tema del amor, y ya que ayer fue el día de los corazones rojos por excelencia, la mujer cuyo valor hace sentir pudor a quienes se quejan o nos quejamos por nimiedades, confesaba con humor que cupido le desbarató todos los planes porque su marido Juan Pablo era  todo lo que ella había descartado en una posible pareja: más  joven y de otro país. Su buena relación vino a demostrarle que nunca se pueden hacer planes ni juicios previos.

Finalizo con una preciosa declaración de amor, la que le dedica su esposo, al que incluye en su lista de ángeles en la tierra, en la parte final de la entrevista radiofónica: "Es un momento especial cuando ayudo a Irene a bajar una rampa, porque cualquier excusa es buena para abrazarla".


domingo, 29 de enero de 2017

De aquel tiempo entre costuras

De uno de esos cajones, destinados a los objetos que ni se olvidan ni se dejan de olvidar, rescaté este mural. Los complementos que llevan las muñequitas de este trabajo los hicimos en las clases de manualidades de EGB, con las monjas dominicas de Ribadesella, donde pasé algunos años de infancia y preadolescencia. Qué lejos lo de la vainica, el punto de cruz, los medios puntos, y demás; sobretodo para las que no salimos muy aleccionadas de ese tiempo entre costuras. Pero, mira, ya tenía el perfil de esas niñas su aquel de mujercitas criadas en democracia. Sin embargo, con agujas o sin ellas, hay que seguir hilando fino la vida cada día, y de qué manera. 

Por lo demás, Pepa Bueno nos cuenta esta mañana que la violencia de género no cesa en nuestro país, con dos nuevas víctimas en las últimas 24 horas, además de los agravios encubiertos de la polémica orden de Trump, que está haciendo pagar a justos por pecadores. Más terrible si cabe, la noticia del cadáver de un niño subsajariano encontrado en una playa barbateña. Asimismo Facebook, donde también abundan las violencias verbales y las noticias sesgadas -quizás más dañinas que las falsas noticias-, me recuerda una frase que colgué hace ya un año: "Les contaré a mis hijas que hubo un tiempo en el que nadie preguntaba a una niña que quería ser de mayor porque todo el mundo sabía la respuesta. Pero entonces las mujeres se levantaron y cambiaron la respuesta" (Obama). Ni un paso atrás. 

Buena semana, tampoco se puede frenar Febrero, que ya se cuela por algún rayo de sol más descarado.

domingo, 15 de enero de 2017

El pañuelín


"Sécate eses lagrimines con el pañuelín de seda, luego dime adiós con él y guárdalu hasta que vuelva" (Canción asturiana). 

La mayoría de ellos no eran de seda, y tal vez la generación del kleenex no los haya usado nunca. Pero eran un regalo obligado para Reyes, Santos y cumpleaños, además de un complemento que no podía faltar en el vestuario. Yo recuerdo que, allá por los siete años, me dejó media docena de esos lienzos infantiles el Ratoncito Pérez bajo la almohada. Alguna perreta armé aquel día -tal vez porque el regalo no era el esperado- y las pequeñas telas de algodón con impresiones de personajes de los cuentos de hadas desaparecieron como por encanto, para no volver jamás. Aún espero encontrar los "pañuelinos" un día de esos en los que "buceo" en la nostalgia de los viejos rincones. 

Todavía quedan pañuelos de tela por casa, y con ellos se me amontonan los recuerdos de la ropa nueva de mi padre cuando iba a algún lugar para el que había que ir mejor vestido -una boda, un entierro, una visita al médico, un viaje a la ciudad...- Para esas ocasiones se reservaban los más nuevos; los de la inicial bordada eran todo un lujo. No faltaba para ese tipo de eventos el pañuelín sobre la cama, primorosamente planchado por unas manos femeninas (así era entonces), con el especial aroma a la colonia masculina por excelencia de la época. 

Por otra parte, a veces, alguien perdía o dejaba olvidado un pañuelo y surgía una historia inolvidable. También estos paños -más exquisitos cuanto más alto era el poder adquisitivo del portador o portadora- fueron delatoras pistas de algunas deslealtades y otros tantos secretos, que pretendían guardarse bajo siete llaves. Asimismo, las suaves telas de cuatro picos secaban las lágrimas -las de la pena (especialmente conmovedor es el gesto de secar el lloro de un prójimo) y las de la risa-, daban un cierta seguridad y servían para dar la bienvenida o decir Adiós. Las hemerotecas, las cajas de fotografías antiguas y los libros de historia están plagadas de imágenes de despedidas masivas con los pañuelos al viento. Eran aquellas despedidas masivas de los emigrantes o las de los niños de la guerra, que ahora han resucitado con noticias nuevas e historias parecidas. 

Si nos adentramos en el tema, existe además un interesante código del pañuelo y todo un repertorio de poemas y canciones que lo han usado de protagonista. Hasta se equiparaba el complemento que las reinas solían llevar de encaje y siempre en la mano izquierda, con el mismísimo mundo; del que todavía suele decirse que es un pañuelo.

Saludos, que uséis vuestro pañuelo para las lágrimas de risa, si es que aún conserváis la costumbre de llevarlo.

domingo, 8 de enero de 2017

Este año voy a ser mala


Querida vida: "Este año voy a ser mala", dice mi amiga Luna arqueando su ceja derecha y estirando el rizo caoba que le cuelga sobre la frente. "Voy a pinchar como las hojas del acebo, reservar mis bondades para círculos exclusivos y mis mejores frutos solo para quien los merezca. Voy a actuar segura como el lobo en la noche, atacar objetivos nítidos como halcón en la  tarde o molestar cuando lo considere como la menos romántica mosca cojonera de un mediodía veraniego", prosigue cuestionándose lo mismo que los niños buenos a los duendes que pueblan la Navidad,  que no han visto la parte justa de la historia porque a los malos les han traído lo mismo o más.  Luna, la misma que asegura que esperar que el mundo te trate bien por ser bueno es lo mismo que esperar que no te coma un tigre por ser vegetariano, está convencida de que derrochar bondad no sirve para mucho, por lo que se propone racionalizarla. A ver, entiéndase en esta ocasión esa clase de bondad a ciegas, que da oportunidades hasta al más canalla de los mortales. Así que mi querida amiga ha hecho una lista de propósitos a la inversa que jura empezar a cumplir en breve, porque la decisión merece un entrenamiento previo. Sin olvidar que a ella le cuesta archivar malos rollos y tener en cuenta mucho rato daños inexplicables de comportamientos ajenos.