martes, 7 de febrero de 2012

Los que se fueron con su historia en una maleta...



Y me voy sin haber recibido mi legado, sin haber habitado mi casa, sin haber cultivado mi huerto, sin haber sentido el beso de la siembra y de la luz..." (León Felipe Camino)


"Güela vete a preparame el café pa tomalu antes de marchar", le dijo Oscar el de Lola a la abuela Estefanía, con la que vivía en una humilde casina en la quintana de San Antonio.
Aquella misma mañana, el joven partiría como emigrante para La Argentina.
Cuando la mujer llegó a la sala con el tazón de porcelana, a punto de "fender" por el uso y la escasez, Oscar ya no estaba.
"¡Ay mio nenu del alma ya nun te veo más!", cuentan que dijo entre lágrimas, sin poder despegar sus manos, castigadas por el frío y el trabajo en el campo, del cuenco humeante.
Y así fue, no se volvieron a ver. Por eso el nieto evitó la más triste de sus despedidas.
Hoy, en mi "Cuéntame cuentos antiguos", una vivencia que encoge el corazón en esta mañana de Advientu. Como la de tantos que se fueron en busca de una vida más próspera, aunque no para todos fue mejor... La historia se repite todos los días, en muchas partes del mundo.

La historia de todos ellos -incluso la de quienes cumplieron la mayoría de sus sueños- comenzó con una maleta cargada a partes iguales de esperanzas, tristezas, ilusiones e incertidumbres. Algunos regresaron en cuanto su situación económica o la etapa política de su país se lo permitió. Otros volvieron ya con la frente marchita, después de toda una vida alejados de sus raíces; en algún caso se encontraron con unas violetas silvestres secas sobre la tumba de sus padres. La casa tantas veces soñada apareció ante sus ojos con las ventanas rotas y más chiquita de lo que se imaginaban. Asimismo los descendientes de muchos cumplieron el deseo imposible de sus padres o abuelos cuando al fin pisaron la tierra que vio nacer a sus antepasados.

Fueron aquellos que buscando hacer fortuna emigraron a tierras a las que sólo se podía llegar cruzando el Océano. Los que se quedaron a menor distancia -en el continente europeo- tuvieron que pagar el precio de un idioma diferente y una cultura en las antípodas de la suya.

A pocas familias dejó indiferentes el fenómeno de la emigración española, que en la época de la  Posguerra alcanzó cifras irrepetibles. La mía -fundamentalmente la paterna- y mi pequeño pueblo entre montañas también fueron pasto de muchas ausencias. Y aún cuando la Tierra Prometida no fue igual de paradisíaca para todos, la sensación de desarraigo continúa en muchos de los de su estirpe. Españoles en su país de acogida y extranjeros cuando vuelven al valle donde sus padres dejaron la juventud intentando arrancarles algo de hambre y miseria. En ocasiones parece palparse su estigma de hombres y mujeres sin patria, como un sello inherente a su condición de inmigrantes. Los más afortunados disfrutan o disfrutaron de su merecida jubilación -tal vez nunca sepamos del todo hasta que punto sufrieron injusticias, desprecios y duros trabajos- a caballo entre las orillas de sus primeros ríos y las de sus posteriores mares.

Me produce particular ternura la viril tosquedad de esos jóvenes que veo retratados en las fotografías en sepia, perdidos en grandes ciudades, a las que llegaban con una maleta de cartón y el único traje que había en el domicilio paterno; primorosamente planchado por una madre que quizás no volvieran a ver. Será por ello que identifico su pasado con la emotiva canción del labrador en la ciudad: "... Tu raída chaqueta tiene grandes bolsillos y allí escondes las manos de reciente albañil. Manos que eran el vaso cuando siendo chiquillo te bebías el agua del arroyo infantil..."

Sus hijos, nietos o bisnietos con nacionalidades incluso diferentes a las de sus descendientes más directos son ahora ciudadanos del mundo. Poliglotas de lenguas y culturas que tratan de sacar el mejor partido a un destino que tiene sus orígenes en la emigración de sus antepasados, obligados únicamente por la necesidad de sobrevivir. Por fortuna, las distancias no son ya las mismas y la situación tecnológica,  económica y cultural facilita que la melancolía de la distancia se vea amortiguada con la posibilidad de encuentros más frecuentes, ya sean reales o virtuales.

Pasado el tiempo el fenómeno migratorio tuvo su inversa. Nos devolvieron la visita. Hay quien, de memoria frágil, los tomó cuando menos como un estorbo, si no como una invasión. Siempre trato de ponerme en el lugar de los que emprenden el largo viaje, y comprender sus aspiraciones a una vida mejor en la que puedan respirar con dignidad. Aunque las circunstancias hayan cambiado, el trauma originado por la ruptura con el cordón umbilical sigue teniendo las mismas características, así como las piedras que se encuentran en el camino.

Especialmente Internet está facilitando reencuentros y conocimientos entre quienes se fueron y se han quedado. Como nadie disfrutan emigrantes y descendientes de las fotografías y noticias de cuantas novedades se producen en sus lugares de procedencia, a pesar de que les parece que la nieve ya no cae como en sus tiempos de escuela y pizarrín. Son esas personas por las que corre algo de nuestra sangre las que más idealizan una tierra que, desde la distancia, aún se la imaginan más perfecta y unos recuerdos que, a fuerza de atraparlos, les hablan de tiempos entrañables. La parte negativa de su historia -que también es preciso no olvidar- queda difuminada por el amor a lo que un día dejaron. Inmigrantes del desaliento que alguna vez pudieron recitar:..."Hoy encontré todas las ventanas rotas y vuelvo a ser un recién llegado más. Todo ha cambiado y yo no me encuentro. Y es que es verdad que el tiempo no me espera. Hoy aquí solo soy un extranjero más. Todo ha cambiado y yo no me encuentro..."


Imagen: Estatua de Tocón (Granada) dedicada al emigrante





















2 comentarios:

  1. Carolina Gutierrez :Berta yo creo que reflejas muy bien la historia de los emigrantes, sobretodo la de los emigrantes de la posguerra , quizá los de ahora ya lo tienen diferente ( que no digo mas fácil ),diferente porque ahora ya no son las mismas distancias ..en 12 horas estas en Buenos Aires ..cuando antes tardaban cerca del mes en barco ,porque ahora hacer una llamada de teléfono no es como antes ,que apenas existía uno en el pueblo ..y no digamos con internet que te enteras de todo al momento incluso en directo ...En Soto saben muy bien lo que eso significa, ya que es un pueblo lleno o mas bien vació de emigrantes .Me parece un bonito homenaje a todos ellos ,a los que volvieron (aunque solo fuera a morir en su patria )o a los que quedaron allá ...a todos ellos un saludo

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  2. Muy buena entrada... Sabes? Admiro a los inmigrantes en cuanto a que tiene que ser horrible tener que separarse de la familia en mi caso familia me refiero a mi marido y mis 2 hijos... Yo no podría... Muackkkkkk

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