martes, 1 de octubre de 2024

Bárbara



Bárbara era pequeñina y menuda. Conservó hasta el final una  gran vitalidad y sus ademanes de mujer fuerte, como su nombre.

Campesina de profesión, mi madre era asimismo una gran lectora, de memoria envidiable.

Siempre decía que "les coses nun tienen más importancia que las que se yos quiera dar", y así fue neutralizando sus naufragios.

Buena refranera, me enseñó cientos de dichos populares. Uno de sus preferidos era aquel que dice que "pucu y en paz munchu se me faz". Y solía rematar las esporádicas rencillas con: “el más llistu que calle el primeru".

Cuando era joven, le gustaba el teatro. Nunca se le olvidaron los diálogos de los papeles en su paso por una compañía coyana.  Por ella supe de “Los amores de Ximielga” y del “Pleitín de aldea”.

También le gustaban los animales; sus preferidos eran  los gatos y las gallinas, y 

fue feliz a su manera, sembrando por los güertos y recogiendo castañes cuando soplaban los vientos cálidos del otoño por la aldea donde nació y vivió siempre.

Aunque de mente abierta -pocas tendencias o ideas la escandalizaba-, tenía algunas costumbres ancladas, como la de ir a misa los festivos. Se ponía sobre los hombros la chaqueta de domingo, coloreaba con un poco de carmín sus labios finos como única licencia de coquetería , se calzaba los zapatos o les madreñes (según el tiempo) y se dirigía a la iglesia de San Andrés, donde aprendió a rezar, a cantar y tal vez a llorar.

Me daba especial ternura cuando me topaba con aquellas pastillas de jabón Heno de Pravia entre su ropa, o con unos guantes blancos de algodón para no sacar carreras a las medias, que muy pocas veces usaba. Andaba “en piernes” hasta con les mayores xelaes.

Sabía tantas historias pasadas que procuré anotarlas para que no se olviden. “Apunta si quieres que yo nun voy a durar siempre”, me decía.

Se nos antojaba eterna, pero se nos fue una madrugada de septiembre. Los  últimos meses, en los que su salud flaqueó, estuvo rodeada de todas las atenciones de sus vecinos y su familia. “¡Qué buenos sois conmigo”, decía. “Por algo será”, le replicaban.