Desde mi aldea global
martes, 1 de abril de 2025
Les xanes del llavaeru
miércoles, 5 de febrero de 2025
Desde que os habéis marchado
jueves, 2 de enero de 2025
De Sobrescobio a Tapia
martes, 3 de diciembre de 2024
Navidá sin soledá
sábado, 2 de noviembre de 2024
Rosa
martes, 1 de octubre de 2024
Bárbara
Bárbara era pequeñina y menuda. Conservó hasta el final una gran vitalidad y sus ademanes de mujer fuerte, como su nombre.
Campesina de profesión, mi madre era asimismo una gran lectora, de memoria envidiable.
Siempre decía que "les coses nun tienen más importancia que las que se yos quiera dar", y así fue neutralizando sus naufragios.
Buena refranera, me enseñó cientos de dichos populares. Uno de sus preferidos era aquel que dice que "pucu y en paz munchu se me faz". Y solía rematar las esporádicas rencillas con: “el más llistu que calle el primeru".
Cuando era joven, le gustaba el teatro. Nunca se le olvidaron los diálogos de los papeles en su paso por una compañía coyana. Por ella supe de “Los amores de Ximielga” y del “Pleitín de aldea”.
También le gustaban los animales; sus preferidos eran los gatos y las gallinas, y
fue feliz a su manera, sembrando por los güertos y recogiendo castañes cuando soplaban los vientos cálidos del otoño por la aldea donde nació y vivió siempre.
Aunque de mente abierta -pocas tendencias o ideas la escandalizaba-, tenía algunas costumbres ancladas, como la de ir a misa los festivos. Se ponía sobre los hombros la chaqueta de domingo, coloreaba con un poco de carmín sus labios finos como única licencia de coquetería , se calzaba los zapatos o les madreñes (según el tiempo) y se dirigía a la iglesia de San Andrés, donde aprendió a rezar, a cantar y tal vez a llorar.
Me daba especial ternura cuando me topaba con aquellas pastillas de jabón Heno de Pravia entre su ropa, o con unos guantes blancos de algodón para no sacar carreras a las medias, que muy pocas veces usaba. Andaba “en piernes” hasta con les mayores xelaes.
Sabía tantas historias pasadas que procuré anotarlas para que no se olviden. “Apunta si quieres que yo nun voy a durar siempre”, me decía.
Se nos antojaba eterna, pero se nos fue una madrugada de septiembre. Los últimos meses, en los que su salud flaqueó, estuvo rodeada de todas las atenciones de sus vecinos y su familia. “¡Qué buenos sois conmigo”, decía. “Por algo será”, le replicaban.
viernes, 6 de septiembre de 2024
La mio quintana
La mio Quintana
Berta Suárez
La mio quintana de Soto tiene la esencia de los caminos eternos. Guarda en sus entrañas consejos sabios, refranes antiguos, días alegres, horas inciertas, pesares viejos y vivencias entrañables.
Es el trecho que recorremos a diario, por el que andan, anduvieron y andarán, las personas que amamos; y eso le concede un plus de sentimientos, cual hilo irrompible. Como los zapatos gastados y los buenos amigos, no será sendero perfecto, pero es donde nos encontramos más cómodos.
Mi quintana coyana está hecha de recuerdos y olvidos, de historíes grandes y pequeñinas, de pasos incansables, de platos que van y vienen, de días de sol, de tardes de orbayu, de noches de lluvia, de amaneceres de nieve y de mañanas de viento. También viven en ella lágrimas y risas, sueños frustrados e ilusiones cumplidas; encuentros y despedidas…
Los afanes no son los mismos a medida que suman los días. Pero hay un ambiente que se percibe a través de sus puertas abiertas, que invita a confiar y a reafirmarte en cuánto necesitamos a nuestros semejantes.
Sobre todo, por este lugar, arropado por montañas perpetuas, se respira solidaridad vecinal, que se enlaza con la de otros barrios de la aldea y que da sentido a los días tristes o alegres, que haberlos haylos para todos los gustos.
Por eso, en este tiempo de pérdidas personales por nuestra quintana, cuando me pregunto con más frecuencia que nunca por el sentido de la vida, recuerdo una reflexión de Virginia Woolf: “A eso se reducía todo: a una pregunta muy sencilla, que se iba volviendo más acuciante con el paso de los años. La gran revelación no se había producido. Tal vez no llegara a producirse nunca. En cambio, había pequeños milagros cotidianos, iluminaciones, fósforos que se encendían inesperadamente en la oscuridad".
Eso es para mí el recorrido; el milagro cotidiano de las manos amigas que te agarran cuando el vértigo acecha, la ternura de las personas sencillas que lo transitan, el cuidado de quienes nos apreciamos, las energías intangibles de quienes nos precedieron y que sembraron para que otros recojamos su legado.