jueves, 12 de octubre de 2017
Así era Pilar
Derivado del latín pilar, en el significado de los nombres españoles Pilar quiere decir soporte de la vida. No anda muy alejada la connotación de algunas de las que conozco y he conocido, con esa versión de mujer fuerte donde poder apoyarse el clan familiar o el círculo de amistades. "Es una mujer ordenada, metódica y disciplinada. Además, tiene un sentido del deber muy desarrollado. También es autoritaria , y le gusta que las cosas se hagan a su manera, por lo que es frecuente chocar con ella; especialmente en cuestiones laborales", apostilla una definición.
Como persona de carácter enérgico, recuerdo a mi abuela paterna, Pilar. Huérfana de madre siendo una niña, se casó muy joven y parió seis varones y dos hembras, aunque la primera de sus hijas murió de recién nacida. A Pilar la del "Puzu" -tenía ese apodo porque en la casa donde vivía en Agues había un pozo de agua en el prado que la rodeaba-, le tocó jugar en el bando de los perdedores durante la la Guerra Civil, y sufrir las consecuencias que padecieron los vencidos tras acabar la contienda.
Con un hermano condenado a muerte, que logró huir a Francia, el punto de mira fue esa mujer de su familia, que tenía la piel tan morena como determinantes sus andares, y directas sus palabras. Soportó requisamientos, rapados de pelo, aceites de ricino y dedos apuntándola sin cesar. Por lo que me fueron contando quienes la conocieron en un tiempo anterior al mío, pocas cosas la amedrentaban, al tiempo que defendía a su prole, también marcada, como tantas mujeres coraje de aquella época y aquellos perfiles.
Siete hijos de edades seguidas necesitaban lo que escaseaba: alimento, ropa, calzado; mientras les sobraban las ideas en la ejecución de travesuras. Mi padre me contaba que un día encontraron una "espindarga" y comenzaron a dispararse con ella pensando que estaría vacía. Una bala, que no les estaba destinada porque salió en otra dirección, casi acaba con la vida de uno de los chicos. También recordaba el cuarto de los hermanos Suárez Miyares, que "cada vez que comíamos aroz , Ovidio estiraba cuantu poía esi alimentu en el platu pa que paeciese más cantiá. De ese modo, cuando sus hermanos ya habían devorado la cena, él seguía siempre con algún grano porque comía muy despacio para chincharles. Como había pocos cuchillos en casa, pelaban las castañas con los dientes durante las noches de invierno. En el tiempo de cerezas y otras cosechas que les quitaban el hambre, burlaban las vigilancias vecinales para encaramarse en busca del fruto prohibido. "Ahora si ven un pera de mexona en el suelu, si a acasu,dan-i una patá", comentaba el abuelo, haciendo un análisis de los actuales tiempos de "refalfiaura".
De adolescentes pastoreaban cabras y vacas por los valles y montes de alrededor de la aldea y disfrutaban, en la medida de los posible, de unos años en los que la pobreza era la tónica general; tiempos difíciles que conectaron su juventud con los viajes a caballo hacia el municipio limítrofe de Aller, donde dejaron historias de novias y choques de testosterona a partes iguales. Tampoco les fueron ajenas desde bien jóvenes a algunos de los hijos de "Pedrera" la negrura de los pozos mineros y las aristas del carbón.
Mientras su madre seguía tejiéndoles "chapines", y Manuel, su padre, hacía su trabajo de caminero en la mina de Llaímu, los hermanos iban haciéndose hombres fuertes y protectores de su familia, siempre con el sello imborrable de su condición de hijos y sobrimos de rojos; lo que no hizo más que forjar un carácter de gentes de izquierda que para nada respondía al mal perfil pretendido por las etiquetas de la época. Señalados en la escuela, en la iglesia -a las que pronto dejaron de acudir por motivos diferentes-, y en numerosos centros de sociedad del municipio, fueron, sin embargo,unos jóvenes como tantos de su generación, hartos de miseria, de frío,de trabajo,con amistades irrompibles e historias de solidaridad inolvidables. Junto con ellas, la protección familiar de la que siempre alardearon, logró que una parte de sus recuerdos de infancia y juventud fuesen entrañables, a pesar de las circunstancias.
La tragedia les llegó más palpable con la muerte temprana de sus dos hermanos mayores -uno a los 18 en la mina y el otro en la mili-. Pero la madre coraje siguió con valentía su camino, y tuvo tiempo de conocer la Democracia, los viajes del Inserso, Venezuela, donde vivía uno de sus hijos; el mar de Gijón, donde me llevó algunas vacaciones. "Vamos a ver escapartes por el centro", me dijo un día. Y yo, con unos seis años y deseando todo cuanto me ofrecían tras las cristaleras, le contesté con mi coyán de pura cepa: "güelita pa nun comprar ná, prefiero no mirar los escaparates".
También Pilar Miyares vivió intensamente el último tramo de su vida haciendo ganchilo, leyendo esas revistas con fotonovela de regalo, y disfrutando de los juegos de cartas con su panda de coetáneos en el jardín de su casa: José el de Juana, Antonio el de Rincón, Lolita, Agustina la del Infiestu, Ana María, Mero, Manolín "el Coyán" y Mariquina, sus cuñados que venían en el 600 desde la Pola casi todos los domingos, Ángeles Gutiérrez, etc.; cada cual con sus ideas y sus pasados diferentes que no les impedían compartir meriendas y barajas sin ningún tipo de prejuicio.También viajó muchas veces a París, donde iba a visitar a su benjamina, aunque solo aprendió a decir "merci", "bonjour", "bon apetit" y poco más.
Así, a muy grandes rasgos, fue la vida de una de mis Pilares, luchadora incansable y valiente donde las hubiere.Como muestra de su coraje la anécdota del día que le robaron un jueves la cartera en el "mercau" de Laviana, y al jueves siguiente, al reconocer al delincuente, lo agarró del cuello y lo llevó medio a rastras hasta el cuartel de la Guardia Civil.
De los últimos recuerdos que tengo compartidos con mi abuela Pilar fue la boda de Lady Di y Carlos de Inglaterra en el televisor de su cocina, en el que había pegado un papel transparente con varias rayas de colores, para emular la tele en color, que aún no había llegado a la aldea. Aquella era una manera más de editar los recursos. Ahora, con los modernos teléfonos, lo hacemos a la inversa: nos gusta pasar las fotos a blanco y negro porque, como alguien dice: se resalta más el alma.
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