"Ante las atrocidades tenemos que tomar partido. El silencio estimula al verdugo" Elie Wiesel
Es ingeniero naval. Tiene 37 años, dos hijos varones y una compañera que, además de su amante, es su gran amiga. Hombre atractivo, inteligente y de gran personalidad, con un alto puesto en una empresa de construcción de barcos. Numerosos amigos -algunos mejores que otros-y casi siempre una sonrisa en su cara. Persona admirada por muchos, envidiada por unos cuantos y respetada por todos. Estas son ahora sus etiquetas personales.
Pero no siempre fue así. Veintitrés años atrás, aquel mismo mes de Enero, Francisco era otro. O quizás era el mismo, pero sin haber sido curtido por unos acontecimientos que le condujeron al ser humano fuerte y seguro que ahora pasea por el parque de su ciudad, a la que regresa algunas vacaciones. La imagen de aquella otra persona vino a su mente cuando, al mirar a a su derecha, observó que aún seguía en pie el centro escolar donde hizo sus primeros estudios. Allí estaba aquel chico gordito, de físico poco agraciado en general y escasos dotes para la comunicación; lo que transmitía una debilidad añadida a su enclenque forma de moverse en un mundo en el que las normas de integración no estaban hechas para los débiles.
Hasta la tercera década de sus vida llegaban ahora las risotadas de sus compañeros en el fin de la primaria, cuando falló aquel gol imperdonable con tan poca agilidad. Tras las ventanas del segundo piso, en el aula más esquinada, pudo observar cómo era ignorado cuando intentaba participar en el trabajo de grupo sobre barcos que les había encargado su profesor de Arte para el segundo trimestre. Casi pudo sentir el dolor en su espinilla derecha. Le quedó marcada para siempre la cicatriz del taco cuando alguien, imposible no recordar su nombre, le espetó un puntapié con el gran motivo de que no le había gustada el jersey de color azul mar que la madre de Francisco, la mejor conocedora del color favorito de su hijo, le había regalado en su treceavo cumpleaños. Todavía más palpable fue el recuerdo de cómo le hicieron sentir las burlas del grupo de "matones" que lideraba el colegio cuando su inocencia le había llevado a creer que la cariñosa nota que encontró en su estuche procedía de la niña de rizos castaños que siempre le gustó en secreto. Aquella mañana de principios de Junio, feliz de que se cumpliera su sueño del primer amor, se atrevió a dirigirse a ella e invitarla a su casa. Cómo olvidar el bochorno cuando María le dijo que ella no había escrito nada. Agazapados en una esquina estaban los cinco "demonios" que, después de reírse un buen rato, desfilaron a darle collejas en orden de prioridad.
La primavera de ese curso había estado sin ir al colegio dos semanas, con el pretexto de un dolor de tripa que solo era una disculpa para evadirse de las burlas. Cosas del destino, nunca se le olvidó el drama que habían ido a ver sus padres en el cine por aquellas fechas: "La fuerza de uno". Hasta ahí habían llegado. Su familia comenzó la lucha, que hasta entonces solo había sido de apoyo moral para el chico, e hicieron público y a viva voz el horror que venía padeciendo Francisco. No les quedó ni una recurso al que aferrarse para frenar el infierno en el que habían condenado a su hijo. Pusieron en la palestra los nombres y apellidos de los maltratadores y siguieron adelante hasta donde llegó toda la justicia y la fuerza de la ley y de los derechos de un niño.No fue fácil porque los héroes solo existen en la ficción, y la mayoría de la gente preferían no implicarse y guardar silencio. Los miedos no desaparecieron de un día para otro, pero comenzaron a llegar días más claros y,una mañana, Francisco sintió que ir a clase ya no era un tormento. María se sentó a su lado en el aula de historia; Roberto le ofreció participar el grupo de bicicleta de los sábados por alguna de las sendas de los alrededores y el profesor le elogió lo bien que se la daban los números y el dibujo. Nunca había sacado malas notas, pero la invisibilidad de un chico de apariencia mediocre, poco agraciado físicamente y un ligero tartamudeo cuando decía más de dos frases seguidas en público, habían hecho pasar desapercibidas hasta entonces sus cualidades. Por aquellos años de primera juventud se apuntó a clases de defensa personal- área en la que también fue brillante aunque hasta el día de hoy pocos conocen esa faceta del naviero-, y más adelante disfrutó como nadie de las asignaturas impartidas en la Escuela de Navales -Expresión Gráfca era su favorita-, donde fue de los primeros de su promoción.
Al cabo del tiempo, se cumplieron uno a uno los augurios de su madre: -"Tira para adelante Fran, y sobretodo continua estudiando mucho, que los que ahora se burlan de ti un día serán tus inferiores". Sin embargo, al ingeniero que tiene ahora su hogar en una preciosa casa ubicada a las afueras del pueblo grande donde cumplió la mayoría se sus ilusiones, de fachada azul como el mar y un barco en su jardín, al afortunado hombre en el que se había convertido, aún se le hinchaban las venas de sus sienes cuando escuchaba hablar de casos de bullyng, es decir, del matrato de toda la vida, con los mismos destructivos efectos en cualquiera de sus modalidades.
No todos han tenido la suerte de tener unos padres fuertes y resolutivos, ni un carácter firme a pesar de la debilidad de sus primeros años, ni siquiera parecerse a Forest Gump para poder tirar los hierros que les aprisionan y correr hasta hacerse inalcanzable. Pensaba en la necesidad de no hacer una sola broma del tema, ni una mínima justificación y mucho menos un silencio, el mayor incentivo para los maltratadores, ante el sufrimiento infringido por el acoso físico y sicológico. Algunos de los que habían pasado por su nefasta experiencia ya no podían ni contarla, a la vista de las últimas noticias y otras más viejas.
Quienes dedicaron unos segundos para observarle -era fácil que no pasar desapercibido porque tenía algo que seducía a hombres y mejores incluso en la distancia- solo vieron a un hombre apuesto,vestido con unos vaqueros gastados que le sentaban como un guante, y una conversación cómplice con su mujer -otra María de melena rizada- que compartía su historia. Por eso, nadie hubiese sospechado el motivo por el que se paró a devolverle la pelota y acariciar la cabeza de un niño que lloraba porque sus "amiguitos" se la habían lanzado a donde no podía alcanzarla. Le había quedado un olfato especial para los abusones.
Al día siguiente estarían de vuelta en su trabajo junto al mar. Tendría que decidir sobre el futuro de un empleado raso que finiquitaba su contrato. Recordaba perfectamente su nombre porque se lo había dejado marcado en su espinilla derecha veintitrés años atrás. Pero, ante todo, se había convertido en un hombre bueno. Sería justo.
Fotgrafía de Navia, tomada del blog http://rascacheiro.blogspot.com.es/
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