Desde mi aldea global

lunes, 30 de enero de 2012

Nunca faltará un roto para un descosido...


"Lo que seduce nunca suele estar donde se piensa"  (Gustavo Cerati)

Cuando uno de tantos amaneceres abrí mi correo electrónico, me encontré con la invitación a una nueva página para entablar amistades -peligrosas, descubriría en beve- e inevitablemente me sedujo la curiosidad de abrirla.

Cinco minutos registrada en ese espacio virtual fue tiempo suficiente para convencerme de tres cosas: que quien no tiene pareja es porque no quiere, que hay mucho engaño circulando por la red, y que hay más personas de las que imaginamos necesitadas de afecto; además de otros sentimientos menos espirituales. Me percaté asimismo de que si alguien está pasando una mala racha sentimental es muy peligroso que se refugie en estos foros etéreos en los que no es oro todo lo que reluce. En ellos,  las intenciones suelen ser más prosaicas de lo que se da a entender.

Al momento de comenzar a navegar por esa nueva comunidad ya tenía ciento dos solicitudes de "amistad", en este caso del género masculino. Trescientos segundos fue margen bastante para que un número considerable de potenciales pretendientes tuvieran acceso a todos mis datos personales, aún cuando yo no había dado ninguna autorización. Inevitablemente, hay un primer momento en que se te eleva la autoestima y te apodera de vanidad. ". Si siendo normalita y de edad madura sirvo para tanto reclamo, ¿qué no conseguirá alguien más joven y de medidas modélicas?, también llegué a pensar en ese corto espacio de tiempo.

Los había para todos los gustos y de una amplia gama de edades. La mayoría ubicados en radios geográficos no superiores a cincuenta kilómetros de mi domicilio. Personas que, en principio, no invitaban al rechazo ni a la desconfianza, excepto uno que colgó como foto de perfil al actor Clint Easwod. Tampoco recibí ninguna misiva obscena o fuera de tono. A todo lo más, me llegó un mensaje en el que se me reprochaba mi falta de educación por no responder a las demandas: "Ya estás un poco crecidita para no tener la amabilidad de contestar", o algo parecido fue toda la ofensa que pude extraer de esta página de ligoteo sumergido. No doy la dirección del foro para no hacer publicidad, ni ser la culpable de posibles tentaciones, que "imaginación suelta en un instante anda mil leguas".

Me borré de inmediato. En mis circunstancia personales no tenía cabida ese enlace, salvo par reirse un poco y palpar lo fácil que puede resultar seducir a cualquier edad, aunque sea a través de la pantalla de un ordenador y con las cuatro pinceladas de tu vida reflejadas en un pequeño álbum  virtual. La experiencia me llevó a indagar  algo más sobre esos mundos. Son incontables las webs existentes dedicadas a dar lecciones de coqueteo, si no a propiciar encuentros tácitos. Descubrí que bajo las direcciones de demandas de amistad hay muchas historias de frustración y muchas horas de soledad no buscada. También pude intuir vidas paralelas e intenciones insanas que pueden atrapar sin remedio a quien no pase por su mejor momento existencial.


Tampoco hay que ser rotundo en el rechazo a estos nuevos modos de encuentros afectivos en Internet. Hay constancia de relaciones estables que se fraguaron a través de los caracteres de una computadora. El progreso hace posible la aparición de nuevos métodos de conocimiento a todos los niveles. No obstante, hay una franja de edad peligrosa en la que, bajo el falso reflejo de una adolescencia tardía, muchos seres humanos ven pasar el último sol por delante de su puerta y pueden cometer locuras. En esa estapa hay quienes pretenden emular los Puentes de Madison. La película  que cuenta la historia de la vida monótona de una tranquila ama de casa que vive en una granja a las afueras de Madison con su familia. La llegada al lugar de un fotógrafo de National Geographic, durante unos días en los que Francesca se queda sola, les lleva a vivir una apasionada historia con fecha de caducidad.

Sin embargo, la seducción es necesaria en todos los órdenes de la vida. Vivimos seduciendo y dejándonos seducir: en la amistad, en el trabajo,en la cotidiana relación de pareja, etc... Hay que hacerse desear en cualquier circunstancia. Y, para quienes buscan desesperadamente una historia de amor, ésta puede surgir en cualquier esquina, ya sea real o virtual. "En un folleru (charco) encontré l´amor..." se escucha en una canción del dúo asturiano Nuberu.


Imagen: Fotograma de la película "Los Puentes de Madison", con Clint Eastwot y Meryl Strepp.

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martes, 24 de enero de 2012

Nosotr@s que ya peinamos canas...




12:14:32

"Ríase, levante la cabeza que el tiempo es oro y se va de prisa..."(Dyango)     

El día menos pensado, allá por los taitantos, comienzas a buscar luces más tenues para tus espejos. Las patas de gallo que antaño fueran simpáticos signos de tu expresivo rostro se multiplican últimamente como esporas. La tersa línea que enlaza el cuello con la barbilla comienza a dar signos de flacidez. Qué decir de las fastidiosas canas que hacía pocos meses apenas destacaban en tus sienes Hilos plateados empiezan ahora 
a invadir la raíz de  tu cabello que, dicho sea de paso, ya no luce tan frondoso. Quien no tiene ojeras, detecta como el "código de barras" se hace más visible, si no ambas cosas al mismo tiempo. Es cuando comienzas a hacer acopio de cremas hidratantes y antiarrugas; nos parecen más eficaces cuanto más caras, aunque sus componentes básicos sean los mismos. En la repisa de tu aseo ya nunca más faltarán los chapús revitalizantes y anticaída. Los piés, esos grandes desconocidos, deciden vengarse de nuestros años de indiferencia con durezas, ojos de gallo, callos y juanetes. Ya no vale cualquier zapato. 

Anatomía para abajo aún es peor. Todo se cae. Aunque los tratamientos antiedad y los ejercicios de mantenimiento de algo servirán, no se puede luchar contra natura. Nuestra tarjeta de crédito no es suficiente para enganañar a determinados signos de la edad. A poco que observemos, una menopáusica no puede pasar por una veinteañera aún cuando pierda todos sus ahorros en el intento. Hablo en femenino porque siglos de esclavitud estética han hecho de la mujer la gran sufridora de los efectos del paso del tiempo, aunque en la actualidad la cosa está equiparándose a pasos agigantados.La coquetería, unida a la obsesión por el culto al cuepo, comienza a ser patrimonio de ambos sexos.

 Botox, autoimplante de grasas propias, peeling con ácido renoico, alfadroxicácidos, hilos de oro, drenaje linfático manual, presoterapia, oxígeno activo, electroestimulación, termoterapia, ultrasonido, carboxiterapia... Además de los tratamientos farmacológicos de venta libre como medicamentos o productos basados en sustancias activas (aloe vera, alga marina, baba de caracol...),ricos en oligoelementos que ayudan a eliminar grasas y a rejuvener nuestro caparazón. Como os apuntaba, no os matéis comprando cremas carísimas ni os sintáis inferiores por no poder acceder a ellas, que los componentes más eficaces están en las de poco más de un euro. Sin olvidar toda una gama de posibilidades gimnásticas como aeróbic, step, taebo, aerobox, fitness, yoga, pilates, etc... Todo un mercado en el que perdernos para restar unos añitos a los inevitables estragos de la edad, de la que comenzamos a tomar verdadera conciencia cuando los amigos de nuestro hijos nos llaman "señora".

Y, aunque algo tendrá de verdad aquello de que "donde buenas ollas quiebran, buenos cascos quedan" ó su doble lectura de "quien tuvo, retuvo" lo cierto es que hay que aprender a aceptar las inclemencias  que comienzan a asomar la patita hacia la tercera década de nuestra vida. En la medida que el tiempo hace mella en nuestro vientre, muslos, y antebrazos nos atrae la ropa cada vez mejor confeccionada y las prendas de calidad. Como dice mi sabia amiga Pilar "bastante mal formada está una, como para comprarse los pantalones mal confeccionados..." Y, al mismo ritmo que aumentan nuestros defectillos, nos apropiamos de soluciones que nos hagan lucir unos añitos más lozanas y disimulen aquello que menos interesa que resalte.. 

Mención aparte reclama el tema de la canicie. Hace unos meses aparecía la actriz Penélope Cruz con su melena algo plateada. Se disparaban las alarmas en los Medios de Comunicación. Desaliño, dejadez física, abandono corporal, envejecimiento prematuro fueron algunos de los piropos quel e dedicaron a esta reconocida actriz expañola. Sólo era que le habían puesto el cabello canoso por requisitos de un guión en el que representa a una señora madura. Hubo tiempo, sin embargo, para que quedara evidente que la crueldad de la moda no perdona. ¿Quién es la "chula" que se atreve a dejar de teñirse y aparecer ante al mundo con el tono natural de su pelo tirando a gris?. Se necesitarán muchos otoños para que una mujer de cabello canoso sea considerada tan atractiva como la vecina de su misma edad que sale todos los días del portal del quinto con su tintado pelo rubio ondeando al viento. E inimaginables las primaveras que han de transcurrir para que, mientras a Richard Geere (de quien, especialmente en este tiempo de rebajas, a muchas nos gustaría ser su Pretty Woman) se le vea cada vez más seductor con sus canas, a nuestra internacional Penélope, la encontremos encantadora con su cabellera entrecana. 

Sin embargo, están comezando a cambiar las cosas. Ya se habla de modernidad, progreso y vanguardia acerca de las mujeres que peinan mechones grisáceos a cualquier edad. Incluso por nuestro país circula el dicho de que "las mujeres catalanas tienen más canas que las madrileñas". Algo hay de cierto, si lo analizamos históricamente,  en que las norteñas están más abiertas al progreso y menos pegadas a la esclavitud de las tradiciones.

 Y muy cierta debe de ser esa expresión, a la que recurro con frecuencia, que habla de la belleza como aquello que está en los ojos de quien mira. A ver quien le dice lo contrario a mi hijo pequeño que mirando un día en la tele a la actractiva Meg Ryan (con la que únicamente debo tener en común el título de una de sus películas "Tienes un e-mail") me aseguró con su expresiva mirada color avellana, cuando apenas sabía hablar: "Mamá esa chica se parese a tÍ". Comentario que yo, de 1,55cm de estatura y más bien anchita de caderas, rubriqué con un sonoro beso de agradecimiento.


"....A usted señora que piensa que la edad hace la moda . Descubra la belleza de una arruga. Es tiempo de vivir sin lamentar...", continúa el bolero.




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sábado, 21 de enero de 2012

A veces mirando nubes...


"La vida sería imposible si todo se recordase. El secreto está en saber elegir qué debe olvidarse" (Roger Martin du Gard)



Nevaba como en los cuentos de hadas aquel atardecer de enero. Fui la última persona del pueblo que nació en casa. Lidia, una habilidosa mujer de la familia, que hacía las veces de matrona, atendió mi parto. Cuando llegó la atención médica  -Alejandro, "el  praticante", valía por todo un equipo sanitario-, el trabajo ya estaba hecho. Mi madre asegura que le di poca guerra en el alumbramiento, que sería para ella el primero y el último. Estoy segura de que esos tres hechos fueron premonitorios de lo que sería mi vida: de imaginación fantasiosa, siempre con la sensación de llegar un poco a destiempo a todas las circunstancias y procurando molestar lo menos posible aunque, de cuando en cuando, lo haga.

Mi primera infancia son recuerdos de inviernos helados, donde el aire húmedo se colaba por las rendijas de nuestras viejas ventanas, aunque protegidos por el calor de un hogar sencillo, en compañía de gente entrañable que contaba historias pasadas que ahora me sirven de archivo de mis cuentos antiguos. Las primeras primaveras las recuerdo con mediodías soleados,  ventanas abiertas y cánticos que se colaban por balcones y haciendas cercanas. "Ahora ya nun se oye cantar a nadie", dice muchas veces mi progenitora, a quien imagino entonando al idolatrado Gardel: "volver con la frente marchita , las nieves del tiempo platearon mi sien. Sentir que es un soplo la vida, que veinte años no es nada...". Los veranos transcurrían en mi aldea entre faenas de los mayores en el campo, reencuentros con familiares que se habían marchado lejos, niños alborotando  alegres por cualquier rincón y el sonido de grillos, cigarras y búhos en los anocheceres; preludios de un otoño más recogido que sabía a manzanas maduras, vientos cálidos y escenas varias, con aromas a "ablanes curaes", a "fabes seques", a "hierbatos medicinales", al "fumu" que salía por todas chimeneas...

Largas lecturas de tanto libro de Los Cinco condicionó mi segunda etapa infantil. Me empeñé en ir a un internado -tampoco nada raro en aquella época-, y antes de que pudiera arrepentirme me encontré con la maleta de skai roja encima de una camita con la colcha de lunares verdes, a juego con las cortinas de la camarilla que habría de ocupar durante cinco años. No tengo una mala experiencia de la etapa en esa villa costera del oriente asturiano, pero aún puedo palpar la nostalgia por la lejanía de las montañas que rodeaban mi otro mundo, y que se me antojaban más distantes de lo que estaban geográficamente cuando ni la camaradería de las compañeras ni el empeño de la monja responsable del internado en ser como una segunda madre, compensaban el calor familiar, que en la separación aún se extrañaba más.Me deprimían especialmente los anocheceres en el colegio ubicado en el centro de Ribadesella, precioso lugar por otro lado, cuando acudíamos a la capilla a rezar y cantar. "Cansados de trabajar, una noche entera en el mar. Con hambre y pena,con sueño vienen, los amigos de Jesús...". Cómo olvidar la letra. Me marcó tanto esa etapa, que aún sueño que regreso nuevamente a ese pasado; no necesariamente malo, pero algo triste por las largas separaciones. Allí dejé también nombres y apellidos de niñas que aún recuerdo como si estuviésemos ahora en el pupitre del aula de E.G.B. aprendiendo francés con la Hermana Carmen -"Bonjour, Jacques, bonjour Catherine... Ah voilà un voiture devant la porte... Vite, dix avenue, Víctor Hugo"-. Incluso de algunas de mis compaeras de internado conservo la amistad, lo que me reafirma en aquello de que "nuestra patria es nuestra infancia"

La adolescencia me pilló de nuevo recorriendo los caminos del lugar donde nací. Ese ciclo lo recuerdo plagada de los típicos complejos e inseguridades de la pubertad; de amistades nuevas y momentos de sueños imposibles, con la melodía de fondo de las canciones de moda de entonces: "Con la paz de las montañas, te amaré..." De las cosas del colegio lo que más me gustaban eran las asignaturas que contaban historias, por eso, en cuanto pude perder de vista las de los números, me sumergí en las letras puras. Rebeca, una compañera de entonces y ahora una gran médica, me recordaba hace poco el análisis de dos pruebas, de los que no se dijo el nombre, que el profesor de literatura, el Padre Hoyos, hizo públicamente en Primero de BUP: "Aquí tengo dos exámenes; en el primero de ellos se nota que la alumna estudió mucho y está impecable en cuanto al contenido. Merece un sobresaliente. Del otro no me atrevería a asegurar que la alumna estudió tanto, pero lo cuenta tan bien... que le pondré otro". Rebeca es ahora una estupenda hematóloga, servidora sigue contando historias...

Fueron los años de Universidad los que perfilaron definitivamente mi personalidad y mi modo de percibir las cosas más mundanas; porque la ideología la llevaba sabida desde el día que descubrí el sufrimiento de muchas generaciones que me antecedieron, resumida en una cicatriz que tenía mi padre en la frente por la brutalidad de un maestro. "Si eras probe y de izquierdas, la cosa pintaba fea pa nenos y grandes"; lo que me generó una rabia por las injusticias, que me fue creciendo paralela a  esa rebeldía de la sangre minera, en forma de tantos símbolos que rodeaban al trabajo de mi familia paterna.  Las coyunturas del paso por la capital de mi país supuso un punto de inflexión en la manera de entender la vida y significó la despedida a unas actitudes que irremediablemente me habían dejado una educación un tanto mojigata y un ambiente excesivamente protector. La convivencia con una excepcional familia -mitad madrileña-mitad coyana-, fue crucial para dejar definitivamente atrás mi parte más infantil. Recuerdo claramente mi primera noche en el barrio de Chamberí. Había pizza y morcillitas de Burgos para cenar, acompañadas de un ambiente alegre y juvenil al que aún me transportan las canciones de Aute ("...Fue en ese cine ¿te acuerdas?, en una mañana al Este del Edén...").

En el terreno más personal es donde he conseguido mis mayores triunfos -mis hijos-. Por otro lado,.cuando hago esa lista de lo bueno y lo malo que recomiendan los expertos en inteligencia emocional, incluyo los amigos que conservo; también el amor; a pesar de los pesares. Cuando lo negativo que me rodea me impide respirar con tranquilidad, me empeño en echar de mi memoria aquello que me hiere o me ha herido. A pesar de ello, en más momentos de lo que quisiera, sigo cayendo en el pozo negro de las angustias, de los miedos y de las frustraciones. Y hasta eso intento positivizarlo porque "cuando va todo demasiado bien, empiezo a sospechar", como dice mi amiga Pilar. Por lo demás, entiendo mejor cada año la letra de ese poema que tanto me gusta: "Y con cada día uno aprende".

Mi vocación  por la escritura y por la comunicación ha hecho que me cueste poco desnudar el alma, aunque siempre quede un trocito que sólo nosotros mismos conoceremos. Tómenlo como un  esbozo más de lo que hasta ahora ha sido mi supervivencia. Siempre a vueltas con los recuerdos. Algo tendrá que ver aquello de que "en la primera parte de la vida se escribe el texto y en la segunda el comentario" Nieva de nuevo esta tarde de Enero. Renazco mirando esas nubes que me han llevado hasta mi cordón umbilical. Pero es posible que ni tan siquiera sea yo, porque "lo que se recuerda es siempre mucho más de lo que se vive".

Foto: Soto de Agues, el pueblo donde nieva como el los cuentos de hadas...





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jueves, 12 de enero de 2012

Manías: ¿Quién no las tiene?


"Al transcurrir de los años, según va pasando el tiempo, a pesar de la soberbia, me veo más imperfecto.
Van creciendo los errores y las manías que tengo, mientras que menos aguanto de los demás los defectos... " (Jorge García Vázquez)


tocarse el pelo
Manías… ¿Quién no tiene, al menos, una? Las hay para todos los gustos. Y, salvo las inconfesables, nadie se avergüenza de sus pequeñas o grandes rarezas.
Según el diccionario de la lengua española la manía es una preocupación fija y obsesiva por algo determinado. También se define como costumbre extraña, caprichosa o poco adecuada. El odio, aversión y ojeriza forman también parte del término; junto con un desequilibrio mental caracterizado por una fuerte obsesión. Asimismo está la manía persecutoria. Cada cual que eliga la que prefiera.

Cuentan que el escritor español Antonio Gala cree fervientemente en eso de “tocar madera”, de ahí su extravagancia de llevar siempre un bastón con ese material. Hasta Luis Migue hace gala de ellas. De los tics más notorios del cantante de boleros se detecta el de tocarse el cabello. Se lo perdonamos. Quién nos cantaría si no como nadie aquello de “No sé tú. Pero yo te busco en cada amanecer…”

Aunque científicamente la palabra obsesión sería la más correcta para identificar los caprichos de “andar por casa” -las auténticas manías formarían parte de una enfermedad mental- todos nos entendemos mejor con el vocablo popular.

En los temas domésticos se encuentra la lista de la mayor parte de las chifladuras. Los cuadros en el nivel exacto, los visillos parejos hasta en la última vainica, las perchas mirando todas para el mismo sitio, la tapa del inodoro bajada, comenzar a leer el periódico por la contraportada, las persianas al mismo nivel -una amiga de juventud era capaz de recorrer kilómetros si recordaba que no había dejado los listones de sus ventanas en el mismo número-,  las puertas de todos los armarios cerradas. Y ya puede esperar sentada la urgencia porque Carolina no sale jamás de casa sin desayunar. Mi última adquisición en materia de constumbres raras ha sido la de Towanda: siempre duerme con un pie fuera de la cama. Cuando se le enfría en exceso, saca el otro.

También abundan las relacionadas con los miedos y las supersticiones. Mirar debajo de camas antes de acostarse ó al llegar a casa, no sentarse nunca de espaldas a una puerta, dormir siempre mirando hacia la ventana, evitar los recintos oscuros,  torcer la cabeza de cuando en cuando hacia atrás por si nos persiguen, no abrir un paragüas dentro de un emplazamiento cerrado, cruzar los dedos ante una inseguridad, no pasar por debajo de una escalera, hacer siempre el mismo itinerario para acudir a los lugares habituales, y así unas cuantas más. El apartado de comentarios está abierto, por si queréis comentar algún desorden sicológico cosecha.

Me quedó especialmente grabada la excentricidad de una señora que llamó hace un tiempo a un programa de radio que trataba este tema. Su manía era la de colocar las pinzas de la ropa del mismo color que la prenda que estaba tendiendo. En caso de que el trapo fuese de varias tonalidades, ponía la pinza de la gama predominante.Le costaba un disgusto si no tenía el gancho adecuado y removía Roma con Santiago para adquirirlo.

Palabra que una compañera de estudios volvió de Sevilla estupefacta con la chifladura de la familia de una amiga por la que había sido invitada. Antes de salir de casa, aunque fuesen a buscar el pan, si el domicilio quedaba vacío, cubrían todos lsus muebles con sábanas blancas.

Manía asimismo reseñable y , a mi modo de ver un tanto ofensiva, es la de una treitañera -ese dato es suficiente para que nadie se sienta delatado- que pasa compulsivamente la aspiradora, una vez que ya se ha marchado  la visita, aunque el aposento haya quedado tan impecable como a la llegada de los convidados.

La tía de Mariana sube desde el portal hasta su sexto piso -si se le antoja que el ascensor  se retrasa en exceso sube a patita- en caso de que se le ilumine la mente  con la figura de una cucharilla del café sin recoger en el fregadero. Perjura que regresaría por tierra, mar o  aire desde cualquier punto del planeta si comete “el disparate” de dejar  el enser más insignificante a la vista de intrusos.

El temor a que “okupen” su  vivienda es la gran preocupación de Adelina. Cierra su carísima puerta blindada con cuatro vueltas de llave, aunque simplemente su destino sea el de tirar la basura. Otras cuatro veces mueve la muñeca en dirección contraria y comprueba si de verdad ha dado idéntico número de giros en el llavín.

La limpieza obsesiva de las manos tiene más de un  autor. En el caso concreto de Martín, el PH debe ser inexistente en sus palmas. No soy exagerada al informar que se las lava más de cien veces diarias. A sus cincuenta años ya es imposible conseguir que toque cualquier persona, animal  o cosa sin que sus garras pasen posteriormente por el grifo.

Dentro ya de la enfermedad sicológica de las manías llevadas al extremo, en un reportaje que emitieron recientemente por los televisión, un chico sufría una verdadero tortura porque no podía de dejar de lavarse las manos en cuanto tocaba cualquier persona, animal o cosa. Cientos de veces tenía que enjabonarse los dedos y frotarlos con fuerza para sentirse libre de bacterias. Cada vez que llevaba a cabo ese acto, no dejaba de friccionar las manos hasta que las mismas no comenzaban a pelar. Un insoportable ritual 

Servidora, a pesar de ser más bien atea, me santiguo toditas las noches y, si me apuran, hasta el raro día que se cae una siesta. Aún cuando no soy muy coqueta, me pongo de mal humor si algún tono de mi indumentaria no combina según mi sentido de la armonía en los colores, aunque vaya a echar de comer a las gallinas. Me siento relajada cuando me deshago de objetos inservibles.No podría continuar el día si no dejo medio centímetro de café en el vaso. Me siento fatal cuando no pongo los tiempos del microondas en números pares, y he llegado a vendarme los dedos porque, ante una situación de estrés, literalmente me los como.

Elena, mi ya insustituible amiga de Facebook , confiesa que “desde que descubrí la Red social mis manías de hogar impoluto han ido decayendo en equilibrio directo con mis buenos momentos navegando por internet…” Os dejo, que hace diez minutos que no miro los mensajes de mi ordenador. ¡Qué manía…!
















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miércoles, 11 de enero de 2012

Tiempo de regalos


"El mejor regalo que podemos darle a otra persona es nuestra atención íntegra" (Richard Moss)

"Compañera usted sabe que siempre puede contar conmigo...Si alguna vez la miro a los ojos y una veta de amor reconoce en los míos no alerte sus fusiles, ni piense qué delirio. A pesar de la veta, o tal vez porque existe, usted puede contar conmigo...si otras veces me encuentra huraño sin motivo no piense qué flojera, igual puede contar conmigo...". Estos versos de Benedetti escritos en una libreta -agasajo de un amigo- es para una de mis confidentes el detalle recibido más preciado. Por su parte, Ana cita un álbum de fotos digital con un paseo por las etapas de su vida como su mejor dádiva. "Con tal de que sea exclusivamente para mi uso personal , en el que no incluyo el doméstico, cualquier detallito es bien recibido", explica Ángela cuando hace balance del  mejor de sus regalos.

 Más o menos valiosos monetariamente, los presentes más estimados son aquellos que, de un modo u otro, desprenden conocimiento de los gustos, ilusiones o intereses de la persona a quien van dirigidos, al mismo tiempo que un deseo de hacer feliz al receptor del envoltorio.

Nela tiene en un lugar preferente de la lista de sus regalos un calendario que le regaló su hijo a la edad de tres años. La cartera de una conocida marca (aunque me imagino que la etiqueta será lo de menos) es uno de los objetos que María luce con más cariño; con ella  la recompensó su único hijo al cobrar el primer sueldo. Todo lo contrario de lo que opina del juego de sábanas con las que la  gratificó su mamá cuando en uno de los Reyes de su adolescencia se le ocurrió pedir que la sorprendieran.

 La bicicleta BH fue tal vez la sorpresa que más recordamos l@s que ya nadamos en las aguas de la cuarentena. Nos sentíamos volar con aquellos velocípedos con una variada gama de colores. Nuestros hijos reciben ahora obsequios que ya les sorprenden menos porque el acceso a los bienes materiales es más fácil cualquier día del año,  pero la imaginación pertenece a todas las épocas. De los adultos depende inculcarles que un regalo no es una exigencia, sino un acto de cariño con el que se pretende agradar.

Me consta que hay personas a las que les gusta enviarse ofrendas a sí mismas, y en el momento de desenvolverlas (hasta se lamentan de la cantidad de celo que ha utilizado el emisor) se creen que alguien especial se ha acordado de ellas. Es una opción tan válida como cualquiera; incluso como la de los que estamos dispuestos, al igual que la tonadillera, a regalar imposibles: "Tendrás la luna, me iré cualquier tarde a por ella... "

Un regalo que hoy me han hecho inesperada y sorprendentemente; sin un motivo aparente, me ha llevado a actualizar esta entrada. Muchas gracias de nuevo. Esto me reafirma en que el regalo de la felicidad pertenece a quien lo desenvuelve...





 



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martes, 3 de enero de 2012

El amor al fin y al cabo...

 "Elige a tu pareja con mucho cuidado. De esta decisión dependerá el 90 % de toda tu felicidad; pero después de elegir cuidadosamente el trabajo apenas empieza". H.Jakson Brown

Cuando a una amiga de batallitas de tardes de sábados  le preguntaron un día si quería mucho a su marido, ella contestó sin titubear, con su media sonrisa fácil: "Unas veces más que otras". Desde entonces me apropié de la respuesta. Una frase corta que engloba  todo el cómputo de una relación de pareja estable.

Entendiendo por pareja la unión de dos personas que de forma libre y voluntaria se aman, y que a partir de ese amor construyen en el tiempo una relación, la mayoría de estos vínculos caen sin remedio en la rutina. El hábito llega a nuestras vidas paralelo a la pérdida de la fantasía creada en el inicio de toda relación amorosa. Por ello, para salvar la ilusión, es bueno retrotaernos de cuando en cuando a los primeros pasos de ese camino juntos; aquellos en los que no había nada tan importante como estar con esa persona por la llegamos a hacer alguna que otra locura, y en la que veíamos una magia invisible para el resto.

No sé si es del todo cierto aquello de que "dos que duermen en el mismo colchón se vuelven de la misma condición" pero, después de un puñado de inviernos de vida en común, uno es capaz de adivinar con un sólo golpe de ojo de qué humor está su contrari@ esa mañana, y la interpretación de un ligero movimiento de ceja es más certera que el más avanzado test sicológico. A fuerza de conocerse, las parejas acaban construyendo un universo único del que sólo ellos son versados, aunque sin saber muy bien "si soy el hilo o la cometa...si soy el palo si soy la vela...entre los dos nos inventamos lo imperfecto con la apariencia de hacer siempre lo correcto...Qué sabe nadie lo que nos pasa por dentro..." que dice la famosa balada.

Hablar del amor entre una pareja que aguanta unos cuantos lustros es contar las más variadas vivencias de uniones y desencuentros. Cuando se han superado tantos sinsabores y se vivieron inolvidables momentos de complicidad con la persona que has elegido para compartir una vida, nos habituamos tanto a ese ser humano que  se hace aplicable un fragmento del cuento del Principito:

-"Qué significa domesticar", volvió a preguntar el principito.
- Es una cosa ya olvidada -dijo el zorro- significa crear vínculos..."
-"¿Crear vínculos?".
-"Efectivamente. Verás -dijo el zorro- tú no eres para mí más que un muchachito entre cien mil muchachitos y no te necesito.Tampoco tú tienes necesidad de mí, y no soy más que un zorro entre otros cien mil zorros semejantes. Pero si tú me domesticas, entonces tendremos necesidad el uno del otro. Tú serás para mí único en el mundo, yo seré para tí único en el mundo...".

A pesar de la parte amable de la casi inconsciente domesticación entre los componentes del dúo amoroso, ese hecho también nos lleva a olvidarnos de grandes detalles de antaño como un abrazo a tiempo,una palabra seductora; incluso algo más de pasión. Pese a que con el paso de los días nos va quedando patente que ni ellos son los héroes ni nosotras las princesas de esos primeros sueños en común, no debemos de perder el punto de partida porque lo obvio no siempre es lo necesario y tod@s esperamos alguna tarde,  arriesgándonos a caer en un inconfesable romanticismo adolescente, ese ramito de violetas. Así,  perdidos en la cotidianeidad de nuestros recíprocos defectos y atributos , esos veinte años abundantes de recuerdos comunes nos pillan a ratos tarareando a estas alturas de la película aquello de "nos faltan ilusiones, nos falta fantasía, nos falta sobretodo un toque de locura, un enfado alguna duda, que nos haga despertar...Una ilusión absurda, una mirada inoportuna, que nos llegue a molestar... un engaño, una historia oculta, aunque al fin no sea verdad...".

Los profesionales expertos en los asuntos de pareja suelen decir que en las relaciones de amor sano, una vez superada la primera fase del enamoramiento, se encuentra el amor verdadero en aquel que se gesta de un modo lento y progresivo. Esto requiere paciencia para aceptar al otro tal cual es, y exige además la madurez suficiente para quererse y conocerse a uno mismo también. Sin olvidar que, en muchos casos, se necesita pasar por varios "príncipes" o "princesas" hasta encontrar esa estabilidad en la convivencia. Para los que creemos tenerla, nunca olvidemos la importancia de mimar aquello que creemos nuestro.

Para la ternura siempre debe de haber tiempo...

Imagen : Mi querida tía Albina y su esposo recibiendo un premio al matrimonio de más edad... Después de 55 años juntos, se puede hablar de amor del bueno.






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Esas pequeñas cosas...

Con este blog tan sólo pretendo compartir algunos de mis recuerdos, opiniones y vivencias cotidianas; la mayoría de ellas desde mi aldea coyana. Para mí escribir es un vicio y un refugio que no tienen rival; además de otra manera de vivir mundos, de otro modo imposibles en la realidad que me ha tocado. Si con mis palabras consigo hacer pasar un tiempo agradable a los lectores, entonces merece la pena...

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