Los sueños nocturnos todavía no se han despegado totalmente de la realidad a estas horas, difuminándose aún con ella. Cuántas veces lo soñado nos deja espejismos de realidad durante un tiempo.Miro al frente las montañas, las mismas de siempre que nunca amanecen igual, y pienso en lo que tantas veces comentaba mi padre en su auténtico idioma coyán: "Cuánta xente que ya nun está miraría pa eses penes". Bebo a sorbos pequeños ese primer café bueno, fuerte y verdadero -así como me gustan las personas- , cuyo aroma hace un rato que subió por las escaleras para invitarme a bajar. Apenas comienza la primavera -incluso algunos días de invierno- acostumbro a sentarme en la anteojana de mi casa de El Caalón, y saborear la sensación del tranquilo despertar cuando la vida de cada día empieza a desperezarse. En esos minutos sin precio saludo a algún vecino madrugador-qué guapo ese sencillo gesto de darse los buenos días-, me entretengo unos segundos viendo todavía "fumear" alguna chimenea, en la línea divisoria entre los coletazos del frío y los primeros calores veraniegos; o apreciando cómo en las viviendas cercanas comienza a bullir la vida con el olor de algún guiso temprano.
El cielo comienza a ponerse gris; había madrugado azul demasiado temprano, lo que posiblemente confirmará el refrán: "sol madrugador y cura caleyeru, ni el sol calentará ni el cura será buenu". Las aplicaciones móviles para los pronósticos del tiempo empiezan a sustituir a la sabiduría popular, y si el teléfono informa de que lloverá a las doce del mediodía, es muy posible que así sea.
También ha llovido durante la noche y la tierra húmeda y caliente anima a crecer las hierbas; incluso las malas. El panadero llegará en breve, con ese privilegio de muchos servicios a domicilio, propio de los lugares pequeños. Junto al pan vendrán las noticias vía periódico. Hoy copará su portadas el partido de fútbol de ayer. La mayoría de la población se volcó con el opio del deporte de masas. Lágrimas y risas se fueron entremezclando hasta la madrugada. Las emociones unen, aunque sea por un balón que va y viene a los pies de unos chicos que les tocó la varita mágica de la fortuna. Guapos, ricos y famosos, con un solo lanzamiento certero con la punta de sus zapatillas, cuya marca calzan nuestros chicos a diario, remueven las entrañas de las grandes economías y las sencillas fortunas.
Os cuento qué verde está mi valle. Se lo cuento a todos los pobladores de mis cuentos antiguos, en los que me refugio cuando quiero creer que hay algo eterno de todos ellos. ¡Cuántos tonos de un solo color!: verde decepción, verde bondad, verde rabia, verde estupidez, verde ignorancia, verde dulzura, verde tristeza, verde desencanto, verde perdón, verde sensatez, verde inocencia, verde amistad, verde recuerdos, verde no me falles, verde me da igual... Me detengo en esos capullos que se atreven a despuntar. Nunca son los mismos, como también se echan en falta las ausencias irreemplazables. Las golondrinas hace rato que comenzaron con los nuevos nidos. Sí, siempre vuelven. Porque la naturaleza sigue su rutina inmutable, sin hacerse preguntas. Una cría de gorrión se posa confiada próxima a mi café. Qué privilegio el de poder confiar en algo o en alguien.
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