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lunes, 17 de agosto de 2015

Un retrato a los taitantos


"Un buen retrato es una biografía pintada" (Anatole France)


Mi prima francohispanholandesa, a la que también me unen lazos de afecto, que ratificamo en épocas vacacionales, me venía contando que su pareja está ahora muy volcado en la pintura; un hobby en el que emplea casi todo el tiempo que le deja libre su trabajo. Fui consciente de lo que puede cundir la dedicación en cuerpo y alma a una afición cuando me encontré en mi casa un regalo de los que marcan de manera especial el ecuador del cambio de década..

Aún estoy pensando dónde ubicar  -algún allegado de esos que tengo con retranca bromean diciendo que ahora me hace falta el chalet- uno de los mejores obsequios que me hayan hecho nunca.. Importante porque fue realizado desinteresadamente, porque se aprecia que  el artista captó más allá de lo que retiene una mera fotografía y porque una ya no espera que en la etapa en que los estrógenos comienzan a replegarse alguien la sorprenda en exceso.  “Sin maquillaje de ningún tipo, así  como tú eres, con el rostro que pones al pensar y las manos como acostumbras a mostrar”. Eso me sugirió que expresara al posar para sus acuarelas un holandés que visita nuestra pequeña aldea asturiana desde hace más de 20 veranos por circunstancias del destino y del amor.

El resultado ha sido un éxito a juicio de los espectadores, pero quien más lo ha celebrado he sido yo. Nunca me dio por pensar que pudiera tener en mis manos este retrato que, según opinan los expertos, muestra haber sido hecho con cariño, además de con arte y profesionalidad. Ha captado al detalle el alcance de una mirada y el significado de la media sonrisa. “Eres tú”, me comentan Y una, que ya empieza a vivir los veranos como el resto de las estaciones, sin esperar demasiadas emociones, o tal vez tocando madera para que no las haya, por aquello de “virgencita, virgencita, que me quede como estoy…”, ya en una etapa en la que prevalecen los desencantos, se ha puesto sensible cuando la esperaban con esa pintura,  solicitando su lugar en alguna pared del caparazón, al llegar a mi refugio de fachada ocre una tarde de agosto.

"Escríbele algo", me decía Sonia cuando le pregunté cómo podría agradecérselo. Es por eso que mi primera entrada de la temporada es para mi pariente “por rebote” de Amsterdam. Así, a primera vista, el típico nativo de los Países Bajos: alto, rubio y de ojos azules. Con un cierto parecido al protagonista de Brubaker. Perfeccionista en extremo, eterno viajero, que no holandés errante; poliglota, pero con la asignatura pendiente del castellano y compañero de una mujer morena, a la que también ha plasmado en un lienzo que nada tiene que envidiar a las andaluzas de Julio Romero. Pero después de estas últimas vacaciones que ha dedicado su tiempo a pintar a una mujer común (no por minusvalorar lo corriente, sino por puro realismo, y muy consciente de que ese calificativo no implica negatividad alguna),  que una tarde encontró sentada en el lugar de siempre, habrá alguien que pensará en Holanda como algo más que uno de los referentes de las libertades personales, la tierra de los tulipanes,  las bicicletas, los canales, los molinos, la Corte Internacional de La Haya, el barrio rojo, o la famosa carta del cantante Melendi.







Nos hemos despedido con un brindis de chupito de manzana verde, esa fruta que caracteriza nuestra tierra norteña, y que personalmente me encanta morder cuando aún no está madura; preludio de un otoño que empieza a vislumbrarse en alguna hoja seca y el viento ya distinto de ciertos atardeceres... 

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