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sábado, 2 de noviembre de 2024
Rosa
La mayor de 12 hermanos, nacidos en el caserón coyán de de El Infiestu, cumplió noventa octubres. Su familia y un puñado de amigos celebramos con ella esa fecha mágica, que fue una fiesta de cariño hacia una mujer que representa la bondad en todas sus dimensiones.
Conozco a Rosa desde donde mis recuerdos alcanzan. Todos los veranos volvía de Madrid la gran familia. El Infiestu se transformaba en un bullicio infantil, al que me unía embelesada por aquel ambiente alegre que se congregaba en el escañu de la antojana. “Hola bonita”, saludaba con su voz dulce, cuando me veía aparecer con alguno de sus cuatro hijos, a la postre todos buenos amigos de aquella nena del pueblu, que no concebía los agostos sin la presencia de aquel revuelo mágico.
Años más tarde, me fui a estudiar a la capital. Mi primera “posada” fue en casa de los Royán Pereira, donde me quedaría unos días. Pero ese tiempo se tornó algo más largo. ”Quédate con nosotros”, me dijo Rosa, con su sonrisa amplia. Y allí me quedé cinco años.
Recuerdo nítidamente la primera noche en el barrio de Chamberí. Había pizza y morcillita de Burgos para cenar. De las notas de la guitarra juvenil salía una canción de Aute -Fue en ese cine ¿te acuerdas?- y pensé que en aquella casa nada malo me podía pasar.
La matriarca fue una segunda madre para mí, y con ella aprendí el arte de intentar hacer más fácil la vida a los demás.
Devoradora de libros, frecuenta la biblioteca de Soto de Agues, que lleva el nombre de su tío, el Padre Juan Prado. Le encanta sentarse, rodeada de plantas, en la mecedora de la portalá, que guarda tantas vidas superpuestas.
La portada de mi librín -Desde mi aldea global- lleva su foto, al lado de mi madre, con la que compartió cientos de anécdotas, por los caminos que las vieron crecer.
Cómo te hacen sentir las personas nunca se olvida. Con estas líneas, quiero que ella sepa que mi gratitud es proporcional a todas las cosas buenas que esta gran mujer me hace y me hizo sentir.
¡Felicidades bonita!